Museos oficiales, extraoficiales, y empíricos

El Museo de la Guerra Fría será interactivo y tendrá tecnología avanzada, para atraer a las nuevas generaciones.

Por Orlando Ramírez Casas

La palabra “museo” viene del latín museum, o lugar dedicado a las musas griegas de las artes, que eran nueve y omitiré sus nombres pero no las artes patrocinadas por ellas:

“Historia”, “Música”, “Comedia”, “Tragedia”, “Danza”, “Elegía”, “Lírica”, “Astronomía”, “Retórica y Poesía Heroica”.

En la actualidad se denomina museo a una “Institución dedicada a la adquisición, conservación, estudio, y exposición de objetos de valor relacionados con la ciencia y el arte, o de objetos culturalmente importantes para el desarrollo de los conocimientos humanos”

Esta definición se aplica a una gran cantidad de instituciones oficialmente así designadas, y a otras que lo son extraoficialmente; y yo diría que hasta puede aplicarse a algunas colecciones particulares más o menos voluminosas y más o menos completas.

La Casa Gardeliana, el Salón Málaga, la Casa Museo Otraparte del maestro Fernando González en Envigado, la Casa Museo del pintor Pedro Nel Gómez Agudelo, la Casa Museo de Luis Alberto Álvarez, entre otras, entran en la clasificación extraoficial del término.

Casas como la de Hugo Álvarez Restrepo en Envigado, Alberto Sánchez Morales en Medellín, William Ponce Gutiérrez en Rionegro, Darío Encinales Arana en Cali, o Antonio José Manrique Zuluaga en Filandia (Quindío), bien pueden considerarse museos empíricos por la cantidad de objetos históricos de interés que guardan en sus paredes. Sé de personas que tienen en sus casas y propiedades pinacotecas de imponderable valor, y sé de la colección de carros antiguos de don Lino Galavís en Cúcuta, y de la de carros antiguos del capo de ingrata memoria Pablo Escobar Gaviria en Medellín (que no sé cuál haya sido el destino de esa colección), que bien podrían considerarse piezas de museo aunque no hayan sido abiertas al público. Casi que podría decir que toda colección así sea de estampillas o de monedas o de billetes, es un museo en miniatura cargado de historia.

Un amigo de Medellín se enamoró desde niño de los Volkswagen escarabajo, y soñaba con tener un carro de esos. Cuando pudo se compró el primero, y cuando pudo se compró el segundo. La vida le ha sonreído y los negocios le han sido prósperos. Recientemente reunió en un parqueadero cubierto de su finca de recreo en las afueras de la ciudad su colección de esos vehículos que tenía dispersa por varias partes, y se dio la satisfacción de ver reunidos 30 ejemplares de esa marca en modelos clásicos que datan de la década de los años cincuenta debidamente restaurados y puestos a relucir como nuevos, incluidas algunas camioneticas Combo Van de las que por estos lados llamábamos arrieritas, por parecerse a esas hormigas que van en caravana de fila india por la selva cargadas cada una a la espalda con una hoja verde del árbol que acaban de defoliar, en una fila similar a la de las mulas que conducían los arrieros por nuestras trochas del siglo XIX con bultos de carga llevados de un lugar a otro.

Francisco Daniel Patiño Martínez es un mecánico textil jubilado que trabajó con la industria paisa en su época de esplendor. Fue testigo de la práctica desaparición de esta antes floreciente industria, y en algún momento por puro sentimentalismo se dedicó a comprar con sus precarios ahorros, y a hacer literalmente con las uñas, un museo de máquinas textiles de las que ya salían en carretillas para las chatarrerías. Tiene una importante cantidad de más de 130 que guarda en su casa porque no ha encontrado quién le patrocine un lugar digno para exhibir su colección de recuerdos de Coltejer, Fabricato, Pantex, Pepalfa, Satexco, Telsa, Fatelares, Everfit, Vicuña, Confecciones Balalaika, Vestidos El Cid. Hilos de Historia se llama este museo particular en la vía de El Salado de Envigado, cerca de la urbanización Mandala, y no son muchos los que han podido verlo con sus ojos.

Reseño una lista de museos en Medellín y sus alrededores, algunos de los cuales hacen parte de la lista oficial que se proporciona a los turistas, y otros hacen parte de la lista extraoficial al alcance de los conocedores (aparte las colecciones privadas, ya mencionadas):

–    Museo Arqueológico Graciliano Arcila Vélez en Itagüí

–    Museo Biblioteca EPM en el Parque de las Luces

–    Museo Bonus de Ciencias Naturales de la Comunidad de San Juan Bautista de la Salle

–    Museo Casa de la Memoria arriba del Teatro Pablo Tobón Uribe

–    Museo Cementerio de San Pedro en Medellín

–    Museo Ciudad de Medellín en el Cerro Nutibara

–    Museo de Antioquia y plazoleta Fernando Botero

–    Museo de Antropología Universidad de Antioquia con las salas Graciliano Arcila Vélez y Francisco Antonio Uribe Mejía

–    Museo de Arte Moderno de Medellín en el sector de Ciudad del Río

–    Museo del Agua en el Parque de los Pies Descalzos

–    Museo del Parque Explora frente al Jardín Botánico

–    Museo El Castillo en el barrio El Poblado de Medellín

–    Museo Etnográfico de la Madre Laura Montoya en la casa de la comunidad de Belencito

–    Museo Etnográfico Miguel Ángel Builes en el barrio Ferrini del sector de Calazans

La pregunta que cada habitante de Medellín debe hacerse; y yo me la hice, pero perdí el año; es: ¿Cuántos y cuáles de estos museos conozco?

Los museos tienen clasificaciones de importancia, y los hay de primera, de segunda, de tercera, de cuarta y demás categorías.

En la primera categoría están el Museo del Louvre en París, el Museo del Prado en Madrid, el Museo del Hermitage en San Petersburgo (Rusia), el Museo de Arte Moderno de Nueva York, y algunos pocos otros.

En la segunda categoría son muchos, incluido un Museo Aeronáutico que hay en Moscú.

De la tercera para abajo la cantidad es mayor, incluido un Museo del Holocausto que hay en Berlín, contando también con el Museo del Oro que hay en Bogotá, y con el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza que hay en Madrid.

Hay varias formas de hacer el recorrido por un museo, y pongo por caso al profesor de Ciencias Naturales como en mis tiempos se llamaba a la Historia y la Geografía. Este profesor visita, digamos por caso, el Museo de Antropología Universidad de Antioquia y toma nota de los artículos exhibidos que son de su interés para lo que quiere transmitir a sus alumnos del curso de bachillerato. Prepara su recorrido. Cita a sus alumnos y los conduce en una visita guiada por los pasillos del museo. Los alumnos son de varias clases, y según la Ley de Vilfrido Pareto el 20% de ellos estarán atentos a la explicación, el 60% de ellos irán en la comitiva pero no pondrán atención a lo que se les dice, y el otro 20% no asistirán, o se escabullirán a la primera oportunidad, o harán mutis por el foro para reintegrarse al grupo en la puerta de salida y dar la impresión de que estuvieron muy atentos. Marrulleros, estos muchachos.

La hora de la verdad llega cuando en clase el profesor reparte unas hojas impresas o fotocopiadas (en mis tiempos eran mimeografiadas) con las preguntas ¿De qué material volcánico está compuesto el Batolito de Altavista, y a qué período cretácico pertenece? ¿En qué lugar de Medellín vivía el Cacique Nutibara? ¿En qué año fue fundada la ciudad de Medellín?

Si el muchacho no estuvo atento a las palabras del profesor de que esta placa es “una inmensa roca ígnea intrusiva de material de cuarzodiorita tipo boquerón, de aproximadamente 83 km2, formada hace millones de años en la edad eoterciaria del período cretácico”, con toda seguridad no va a saber responder la primera pregunta; y si no estuvo atento al dato de que el Cacique Nutibara nunca vivió en el Valle de Aburrá sino en Dabeiba; y si no estuvo atento al hecho de que la ciudad de Medellín no fue “fundada” sino que se fue conformando poco a poco, en 1675 fue declarada Villa, en 1813 fue declarada ciudad, y en 1826 fue declarada capital provincial (no es lo mismo fundar que declarar); no va a saber responder y perderá el año.

Una visita guiada tomándose todo el tiempo necesario, es importante para visitar cualquier museo.

Con algo de vergüenza con mis amigos que han estado en los museos de El Louvre y de El Prado, me atrevo a conjeturar que esas son visitas masivas y hasta multitudinarias podría decirse, en las que un guía reloj en mano va recorriendo pasillos y pasillos y echando cháchara a diestra y siniestra para dar paso al siguiente grupo que viene detrás pisándoles los talones. Allí uno no puede sentarse en una banca a descansar, o a contemplar el cuadro de La Mona Lisa despacio, entre otras cosas porque no hay esas bancas y porque el grupo lo deja atrás y luego se le va dificultar reintegrarse a la excursión. El programa está previsto: “A las 7 pm. cena en el restaurante de los bajos de la Torre Eiffel, y a las 9 pm. abordaremos el bus para Berlín. Viajaremos toda la noche”. 

No he ido, pero no tengo que ser adivino para imaginármelo.

En tratándose de visitas a museos, hay museos de museos, y hay visitas de visitas.

Dentro de las muchas ofertas de museos que hay en los recorridos por Europa, hay uno que ha llamado mucho la atención precisamente porque no es muy conocido, o casi ignorado para mejor decir, y es el Museo del Espionaje en Berlín.

Entre sus atractivos, el museo cuenta con trajes espaciales de la época de la Guerra Fría, tanto de los astronautas de la NASA, como de los cosmonautas soviéticos.Imagen: @Cold War Museum

En ese museo pueden verse paraguas que llevan un arma en la empuñadura, con la que disparan balas de hielo o de otra cosa que se disuelven con el calor del cuerpo y es imposible para los legistas forenses descubrir cuál fue la bala que lo mató; bolígrafos que expelen un chorro de gas mortífero paralizante y el corazón de la víctima se infarta sin que se sepa la causa; microagujas que pinchan el hombro e inoculan un veneno en un abrir y cerrar de ojos; y muchos otros artilugios. Muchos creen que las películas de Hollywood se inspiran en historias de espías reales, pero es al revés. Muchos espías copiaron trucos vistos en las películas y los aplicaron a su tarea de la vida real. 

Interesante tema para un chico que hace algo así como siete décadas se ocupaba de conseguir un frasco de tinta invisible que solo dejaba leer el escrito exponiendo el papel al calor de una vela, y de alguien que se preocupó por aprender a copiar fórmulas matemáticas a lo largo de un lápiz con un trazado minúsculo que solo podían leer los avezados ojos del que lo escribió. “Acúsome, padre, de que hice trampa en el examen final”. Con tres padrenuestros y tres avemarías el asunto quedaba saldado. “Vete en paz, hijo mío, y no vuelvas a pecar”. 

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