Apreciada doña Cecilia Orozco…

Diana Saray Giraldo. Foto Vanguardia

Nota del editor: En aras del equilibrio periodístico de opinión y confiando en que la Revista Semana no nos demandará por reproducir la columna de una de sus más acreditadas y respetables plumas del presente como un valioso y bien sustentado aporte a un debate autocrítico entre colegas, incluimos la columna publicada recientemente en el mencionado medio de comunicación.

Por: Diana Giraldo

Me he tomado el atrevimiento de responder a una columna suya que ni siquiera está escrita para mí y en la que se supone nada debería tocarme, pero que después de leer he sentido un impulso incontenible de controvertir. Me refiero a ese maravilloso ejercicio propuesto por El Espectador en el que invitaron a los columnistas a contar cuáles fueron esas ideas que en algún momento defendieron y que ahora perciben diferente. Un ejercicio de contradicción propia que se recoge en el especial ‘Cambié de opinión’. 

En este ejercicio, plantea usted que ese cambio de opinión lo tiene frente al periodista Alberto Donadío. Tras un listado de la huella que este hombre ha dejado en el periodismo, manifiesta que esa grandeza que tenía desapareció. Y desapareció, según sus propias palabras, “porque desvalorizó su categoría inmensa en el momento en que aceptó escribir para una publicación que jamás podrá alcanzar el prestigio que él tuvo, entre otros motivos, porque el objetivo de sus propietarios, los multimillonarios banqueros Gilinski, jamás fue el de sostener un periodismo valiente como el que Donadío representó, sino que siempre ha sido la multiplicación de sus dineros y su incidencia en la recuperación del poder ejecutivo para la ultraderecha en la que residen sus negocios”. 

Luego de decir lo grave que fue ver a Donadío en las páginas de SEMANA, critica ferozmente su última columna, dedicada a resaltar el Premio a la Excelencia Empresarial 2023 entregado a Jaime Gilinski por Forbes. Dice: “… podría decirse que mientras un autor de opiniones pueda expresarse con libertad, no importa en dónde lo haga. Lo que no admite debate y resulta inmoral es que Donadío dedique su columna a alabar a uno de los dueños del medio que aloja sus palabras y, por si fuera poco, que lo elogie desmesurada, vergonzosamente”. Por eso, concluye, es tiempo de enterrar la admiración y el respeto que le quedaba por este periodista. Vestida de luto, termina preguntándose: “¿Qué le pasó al Donadío que admiré? ¿Qué opinaría Silvia Galvis, su esposa, la periodista rebelde, inquieta, valiente, conocida como ‘la voz independiente’?”. 

Su columna me tocó. No sé si tal vez porque poner a Silvia Galvis, el amor de la vida de Alberto, cuya ausencia no termina de llorar, como esa censuradora tácita que usted supone me pareció dolorosamente atrevido, o por escribir yo también en esta publicación que la horroriza. 

Leí una y otra vez su columna para encontrar la esencia de este desencanto con un periodista que es considerado, junto con Daniel Samper Pizano y Silvia Galvis, padre del periodismo investigativo en Colombia. Pero solo encuentro que su gran desencanto, ese que la lleva a borrar de un tajo la trayectoria de este periodista, es que aceptó escribir en una revista que usted considera “indigna” y que aplaudió a su dueño. 

Me temo, doña Cecilia, que su columna es una muestra de ese maniqueísmo en el que quedamos todos los periodistas del país después de la renuncia masiva de columnistas de esta revista tras su cambio de director. Nadie en el periodismo quiere hablar de eso. Pero yo sí. Después de la pelea entre Daniel Coronell y Vicky Dávila, los periodistas quedamos casi que obligados a tomar parte. Decenas de periodistas de distintos medios empezaron a reclamar una especie de superioridad moral para señalar qué periodismo se hace bien y cuál mal, pero determinado por el lugar donde se publica o de si está más afín a una orilla ideológica que otra.

No pretendo acá defender a ningún medio ni a ningún periodista. Hay columnistas en esta revista que no soporto, artículos que me parecen malos y no comulgo con la decisión de su directora de casar en redes peleas que desgastan al medio. Pero también hay otros que han sido excepcionales, valientes y hechos por excelentes periodistas. Y lo mismo pasa con otros medios. Así que es precisamente esa posibilidad de pensar distinto y caber en el mismo lugar lo que defiendo. 

No quiero yo, doña Cecilia, pretender decir que usted se equivoca con su columna, pues estaría cayendo en eso mismo que critico. Lo que quiero decir es que no podemos seguir alimentando ese linchamiento público a quienes escriben en lugares que no nos agradan o tildar de buen o mal periodista a alguien porque no nos gusta lo que escribe. 

Todos los medios tienen reporteros buenos y malos. Los hay aquí, en el medio en el que trabajo, en el que usted, doña Cecilia, dirige. No es el lugar donde publican lo que determina su valor. Es la profundidad de su investigación, la limpieza de la narración, su compromiso con descubrir hechos ocultos y un largo etcétera. Pero en este sello que los mismos colegas han decidido poner a otros a veces ni hay espacio para corroborarlo. 

Asistimos a la peor canibalización de periodistas entre periodistas (de todas las orillas, sin excepción), y en esta crisis generalizada de credibilidad de los medios son los mismos periodistas quienes han hecho un gran aporte. ¿No se dan cuenta de que poniendo en entredicho a tantos colegas están destruyendo de forma colectiva el único patrimonio que tenemos: la credibilidad? No digo que no exista el derecho a la crítica, pero creo que la determinación de quién es digno de admiración les corresponde a los lectores. ¿Se imaginan a médicos publicando en redes lo pésimos que son sus colegas y pidiendo a otros no confiar en ellos? El resultado será que ya nadie sabrá en quien confiar y todos pensarán que la medicina no es de fiar. Eso es lo que está pasando con el periodismo.

Esta columna, doña Cecilia, no es más que una reflexión en voz alta. ¿Qué tal si dejamos de señalarnos y que sea solo el periodismo, y no los periodistas, el que hable? 

Los periodistas no somos ni la verdad, ni la luz ni la vida como desafortunadamente muchos hoy creen serlo.

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