Simón González, máster en silencios

Simón González Foto The Archipiélago Press

Un día como hoy 16 de febrero, hace 57 años, murió en Envigado, el filósofo Fernando González, el Brujo de Otraparte. Nunca lo entrevisté. Andaba en otros trotes. Pero con el tiempo y un palito entrevisté en San Andrés, a su hijo Simón cuando era intendente de San Andrés y Providencia, el hermoso archipélago que se recupera del tsunami que padeció hace unos meses. Recorderis por partida doble: 

Por Oscar Domínguez Giraldo

MÁSTER EN SILENCIOS 


Vivir fue su verbo y la vida,  su sustantivo. Nada fue adjetivo en el periplo  del Brujo Simón González, máster en silencios y soledades en la única universidad del mundo que confiere esos títulos: su isla de Old Providence, en cuya jurisdicción sus cenizas se confundieron hace años con el mar y el viento, al que había convertido  en su gurú. 

Simón González, silencios y soledades

La cajita que contenía las cenizas fue en sus mejores días una pequeña obra de arte hecha por manos femeninas, fugaces colegas ebanistas de San José. La cajita tiene (¿tenía?) pintados en el frente una playa, el mar y tres palmeras. A la vuelta de la cajita hay más playa,  mar y dos barquitas de pescadores.  

Al otro lado se repite la playa, otra vez el mar y una pequeña bahía. Por detrás, el interior de  “la mar”, como le decía,  y en primer plano la barracuda llorando lágrimas azules. En la cajita, las cenizas no han podido estar en  mejor compañía sobre las aguas de Crab Cay donde  tendrán la inmensidad por habitat perpetuo.

Como Dios puede borrar de su agenda la reencarnación, «Moncho»- así le decía su padre para honrar  al Libertador Bolívar-  decidió vivir ésta y varias vidas futuras de una vez. Murió de vida (septiembre 23 de 2003) e intenso amor. “No sigan haciéndole el amor a la muerte,  háganle el amor a la vida; la vida es un orgasmo de amor”,  pregonaba el aprendiz de alquimista que convertía en positiva toda energía negativa.

Con su hermano Fernando estudió bachillerato con maestro particular en Otraparte.  «Si en Otraparte aprendí a hablar, en Providencia encontré el nido», diría. El tiempo de la escuela prefería gastarlo en viajes a pie.  Su padre Fernando González quería que aprendieran –  aprendiéramos – a pensar, no a memorizar daticos para descrestar a las primas y aprobar el año.

Simón González diviaba el horizonte del mar de los siete colores. Foto Otraparte



Consejo para los líderes: «Gobernar no es ser doctor, no es ser importante. No es usar Mercedes Benz. No es usar corbata. Gobernar es ser amante. Eso no es poesía, es ser prácticos. Gobernar es hacer sentir a los gobernados que están gobernando ellos». Era parte  de su insólito credo de manzanillo espiritual.

Algo se le quedó entre el tintero al conductor de una Harley Davidson: reencarnado en Gandhi con mochila arhuaca, se empeñó  en convertir el mar de los siete colores de Providencia en un Caguán o zona de despeje con olas. A su juicio, para empezar a solucionar el tierrero que nos tocó hay que empezar por entender el lenguaje del otro. Como no pelechó su idea de echar bla-bla-bla en vez de pum-pum-pum teniendo el mar como testigo, siguió viviendo su propia paz.

Cuando inventó el Congreso Mundial de Brujería como exótica vía para llegar a Dios, en Incolda, donde mandó durante 15 años, su superior, don Hernán Echavarría Olózaga, se atortoló. Solo le pararon bolas los canarios políglotas con los que compartía oficina. Los pájaros traducían el aura humana y le  informaban cuándo un visitante traía mala energía.  


Para liberarlo de la excomunión, el arzobispo Muñoz Duque, dateado por el Espíritu Santo, le pidió que le cambiara de «nombre a eso» y que hablara de congreso sobre «poderes extrasensoriales», como dicen en Harvard. González, dateado por su propio espíritu, dijo no. Sacrificó la chanfa  para pulir su búsqueda de Dios.

Y coronó el Congreso de Brujería para hacernos perder el miedo a lo desconocido. Nos hizo brujos a la brava. Nos invitó a dejar salir el pájaro mágico que todos llevamos dentro. Abramos las puertas mágicas de la jaula interior, fue su mensaje.

Ahora, desde su sueño eterno, tiene un insomnio: que siga, viento en popa, la Corporación Otraparte donde quería que se diera licenciatura en ternura, silencios, soledades. Quienes deseen saber con qué se come esta trinidad  pueden visitar www.otraparte.org Es otra forma de hacer viajes a pie. Y de entender que «Sin amor todos somos asesinos», título del libro que escribió quien no murió sino que lo recogió el silencio, para decirlo con la metáfora agustiniana. 

Simón González, Foto El Colombiano

LA ENTREVISTA 

– ¿Por qué dice usted que gobernar es hacer sentir a los 

gobernados que están gobernando?           

– Le pongo un ejemplo. Si un señor conduce un carro, si una 

señora que cocina bien no se siente la dueña del gobierno, es porque 

el gobernante no está gobernando. Está enmascarado detrás de un  

escritorio poniendo cara de doctor y haciendo cara de que tiene  

el poder. El poder lo tiene el pueblo y  cuando el pueblo reconoce en 

una persona que lo está gobernando que son ellos los que gobiernan,  

tienen el poder. 

– ¿Pero no cree que usted tiene cara de doctor? 

– Pues yo no sé. Pero por lo menos en las aduanas me esculcan  

mucho. 

           – ¿Cómo se produce el tránsito suyo de vecino de la 

prolífica quebrada La  Ayura, en Envigado, a intendente en San 

Andrés? 

– Pues es un tránsito de un caminante. He caminado por La Ayurá,  he caminado por Europa, he caminado por Estados Unidos, pero la  tierra mía es la isla de la vieja Providencia. 

– A propósito, ¿cuál es la diferencia entre Otraparte, la finca 

de su padre, en Envigado, y Otraparte, su cabaña frente al mar de Providencia? 

– Bueno: En  Otraparte de Envigado me enseñaron a volar y en  

Providencia encontré el nido. 

– ¿Y la famosa barracuda de ojos azules en qué forma ha 

contribuido a su gestión? 

– Pues no es de ojos azules. Es de  ojos verdes y de lágrimas  

azules. Yo creo que toda obra de gobierno sin filosofía y sin poesía  

no vale la pena.  

– ¿En qué consiste la poesía administrativa que le ha permitido  

hacer el cambio en la isla? 

– Primero definamos qué es poesía. Yo creo que todos somos poetas hasta que nos enseñan a hablar. O sea: todo niño es poeta con sus  expresiones, cuando llora, cuando abre los ojos, cuando mira.  

Cuando le enseñan a disfrazarse con un vocabulario ya no es poeta. 

Entonces esa sencillez y desnudez del niño entendida como poesía es  

lo que se llama gobernar. Yo lo que creo es que debemos partir de una base: que gobernar no es ser doctor, no es ser importante. No es usar Mercedes Benz. No es  usar corbata. Gobernar es ser amante. Eso no es poesía. Eso es ser práctico. Yo tengo tres carreras  de ingeniero y me he convencido de  que la ingeniería no nos aparta de la poesía. Recuerde que los  antiguos filósofos eran matemáticos, eran astrólogos. Y ahora se  inventaron que si de pronto uno habla del amor no puede ser  

gobernante. Eso es un absurdo. 

– ¿Se ha sentido mejor como ejecutivo de Incolda, como organizador del Congreso Mundial de Brujería o como intendente próximo al  asfalto burocrático? 

– Bueno, yo creo que la de Incolda fue una etapa muy bella en la  

que me sentí con muchos remordimientos por no poder hacer más por el  

pueblo. En el congreso de Brujería quise dar este mensaje: abre tu  

corazón y tu mente al fenómeno de lo desconocido. Y ahora el poder  

público me ha convencido  de que sí se puede hacerle el amor a la  

vida todos los días, y hacerle bien al pueblo. 

HIJO DE BRUJO SALE PINTADO         

           Es una desteñida tarde oficial del cuatro de octubre de 1982. Los 

próceres de la patria tiemblan de frío y se aburren en las paredes de 

Palacio. Ante el presidente  Betancur se posesiona como intendente de 

San Andrés, un paisa que  tiene más pinta de sacerdote arhuaco que de 

funcionario público. Se llama Simón González Restrepo, hijo del maestro Fernando, un hombre que le hace el amor a la vida todos los días. 

            Minutos antes de su posesión, la oficina de Protocolo de Palacio 

le llamó la atención porque su vestimenta incluía una 

informal pañueleta al cuello. 

           El regaño funcionó y una corbata de sospechosa elegancia 

remplazó la pañueleta.  

           En su discurso de posesión como intendente, González contó que en Providencia donde ha tenido su villa frente al mar,  dos 

niñas vestidas de blanco, «muy  bellas y con sus ojos profundos de la 

mar, se quedaron mirándome  mientras sembraba un árbol». 

           Una de ellas le dijo: «Don Simón, usted no sabe sembrar un árbol. ¿Por qué no contrata a alguien que lo haga?». Simón le replicó: «No puedo. Es un regalo que le estoy haciendo  a la isla y lo tengo que  

sembrar yo para ver si me perdonan el abandono en que la hemos  

tenido». 

           Ese día de su posesión, González contó que cualquier día el exministro Hernando Agudelo Villa lo encontró  en Providencia y le dijo: «¿Simón qué hace usted aquí? Está perdiendo el tiempo. Le contesté no, estoy estudiando una nueva carrera: me estoy doctorando en silencios., carrera nueva y la única universidad funciona en Providencia. 

Consiste en quitarse uno un poco el concepto que dan los doctorados 

de sabiduría, de orgullo, y volver a las cosas  sencillas de la mar, 

de la tierra, de sembrar árboles».  

           Cuando González renunció a su puesto, presionado por los 

liberales oficialistas de la Isla, le dijo al presidente Barco que 

dimitía a su condición de mayordomo  del paraíso terrenal.  


HIJO DE BRUJO SALE PINTADO         

           Es una desteñida tarde oficial del cuatro de octubre de 1982. Los 

próceres de la patria tiemblan de frío y se aburren en las paredes de 

Palacio. Ante el presidente  Betancur se posesiona como intendente de 

San Andrés, un paisa que  tiene más pinta de sacerdote arhuaco que de 

funcionario público. Se llama Simón González Restrepo, hijo del maestro Fernando, un hombre que le hace el amor a la vida todos los días. 

            Minutos antes de su posesión, la oficina de Protocolo de Palacio 

le llamó la atención porque su vestimenta incluía una 

informal pañueleta al cuello. 

           El regaño funcionó y una corbata de sospechosa elegancia 

remplazó la pañueleta.  

           En su discurso de posesión como intendente, González contó que en Providencia donde ha tenido su villa frente al mar,  dos 

niñas vestidas de blanco, «muy  bellas y con sus ojos profundos de la 

mar, se quedaron mirándome  mientras sembraba un árbol». 

           Una de ellas le dijo: «Don Simón, usted no sabe sembrar un árbol. ¿Por qué no contrata a alguien que lo haga?». Simón le replicó: «No puedo. Es un regalo que le estoy haciendo  a la isla y lo tengo que  

sembrar yo para ver si me perdonan el abandono en que la hemos  

tenido». 

           Ese día de su posesión, González contó que cualquier día el exministro Hernando Agudelo Villa lo encontró  en Providencia y le dijo: «¿Simón qué hace usted aquí? Está perdiendo el tiempo. Le contesté no, estoy estudiando una nueva carrera: me estoy doctorando en silencios., carrera nueva y la única universidad funciona en Providencia. 

Consiste en quitarse uno un poco el concepto que dan los doctorados 

de sabiduría, de orgullo, y volver a las cosas  sencillas de la mar, 

de la tierra, de sembrar árboles».  

           Cuando González renunció a su puesto, presionado por los 

liberales oficialistas de la Isla, le dijo al presidente Barco que 

dimitía a su condición de mayordomo  del paraíso terrenal.  

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Directores Orlando Cadavid Correa (Q.E.P.D.) y William Giraldo Ceballos. Exprese sus opiniones o comentarios a través del correo: [email protected]