Los Danieles. Ideas para que Petro repunte

Daniel Samper Ospina

Daniel Samper Ospina

No ha sido una semana fácil para el Gobierno: Laurita Sarabia no solo perdió el puesto sino, más grave aún, nada que consigue niñera, porque conseguir niñera cada vez es más difícil, no nos digamos mentiras: lo puede confirmar el mismo presidente de la República que, desde que despidió a la propia Laurita, tiene la vida convertida en un caos.  Se siente solo el Palacio sin la jefe de gabinete, sin la nodriza presidencial. Nadie responde los chats. Nadie responde el teléfono. Nadie responde. Son unos irresponsables. Y sin un adulto juicioso que convierta en memorando ese huracán de ideas que brota limpio de la boca magna del jefe máximo, y sin un polo a tierra que le lleve la agenda, y le deje un vaso de agua en la mesa de noche, el presidente sobrevive a la catástrofe doméstica como puede. Su agenda está tan descontrolada que, incluso, llegó puntual a la marcha del miércoles para dar su discurso. Y qué discurso, señores, vaya pieza. Primero: legó a la posteridad un par de frases semejantes al célebre grito de “A la carga” de Gaitán: en evidente alusión al senador Álex Flórez, enunció: “Tienen un presidente que no se orina en los pantalones”. Y mejor así, porque ya no tiene niñera para que lo cambie. Y luego agregó: «A mí no me inviten a los bacanales de los banqueros, a mi invítenme a una cerveza en la esquina”.  La pregunta es: ¿y por qué hemos de invitarlo? ¿Por qué no paga cada uno su cerveza, como enseñaba Luchito Garzón?  Pues porque no han girado los subsidios. Dependen de la directora del Departamento de Prosperidad Social, Cielo Rusinque, que durante la jornada comparó a Petro con el exprotagonista Jaider Villa, porque ese es nuestro nivel. Y ese el nivel de Jaider Villa. 

Como sea, una vez más el Protagonista Humano tiene razón: ¿puede haber algo peor que una bacanal con Luis Carlos Sarmiento y los hijos de los Ardila, por poner cualquier ejemplo? ¿Existirá algo más aburrido? Los imagino con la franela y las medias templadas sobre la pantorrilla, sentado cada uno en su sillón, mientras suena una pieza de Brahms y comen uvas y lanzan instructivos a los participantes. Es gente que no se ensucia, gente que señala con un palito. En tal caso es mejor tomarse una cerveza en la tienda de la esquina en completa soledad, aun con el riesgo de que llegue el presidente y pida que uno que le gaste. Qué desgaste.

Sin Laurita Sarabia, pues, el Palacio es un desastre. Nadie sabe dónde están los edredones de pluma de ganso.  La espada de Bolívar apareció inexplicablemente en el baño. Hay huesos de chivo abandonados en los sofás. Y el presidente tuvo que amarrarse los tenis que doña Verónica utiliza para pasear por las comisiones del Congreso, porque no aparecían los Ferragamo: uno estaba en el cuarto de Nicolás y el otro resultó en el cuarto del otro Nicolás. 

Y, sin embargo, es el gobierno del cambio, en el cual muchos todavía creemos. Sí: puede parecer extraño que una niñera haya tumbado a los dos funcionarios de mayor confianza y que uno de ellos, a su vez, destroce la gobernabilidad del presidente y acto seguido se disculpe porque todo se trató de un asunto de copas. 

Pero quién no se ha pasado de tragos alguna vez; quién, con dos whiskysde más, no ha propiciado un golpe blanco, incluso suave, blando y placentero, como los productos digestivos de Natural Freshly; quién, en fin, no ha ofrecido una entrevista en que sugiera que el presidente mete cocaína, como lo hizo Armandito en unas declaraciones que levantaron polvo, por decirlo así. Armandito: el hombre que tiene en vilo al Gobierno porque Laura Sarabia lo puso a esperar tres horas para hablar con el presidente. Si se hubieran citado en la tienda de la esquina con una cerveza otra sería la historia.

Me permito pedir calma. El país atraviesa un gran momento, por más de que esta misma semana dos medios hayan confundido en su titular el delito de sedición con el de seducción, error apenas normal cuando uno cubre a los miembros de la política del amor; y por más de que se hayan revelado los audios con los que Armandito Benedetti puso a temblar al presidente.

Tan pronto como los escuché, pensé en regalar al Gobierno la idea de fabricar un diccionario Benedetti-español que permitiera suavizar las acusaciones y a la vez subir el nivel general del debate: el único programa de bilingüismo del país no puede ser con la lengua suajili. Que donde Armandito dice “Exploté por la maricada de tu mamá”, se lea “el vaso se me colmó de paciencia, ya no solo de ron”. Que donde dice: “si fuera por un problema de cocaína, tu jefe qué hace ahí”, diga “El presidente a veces se pasa de la raya cuando trabaja de noche”. Que donde dice: “Prada se robó todo el ministerio con la mujer”, se afirme: “los Prada son un gran matrimonio de servidores públicos”. Que no hable, en fin,  del “hijueputa de Prisa” sino, a lo sumo, de un señor que tenía afán. Y que cuando grita “no me jodan la hijueputa vida o digo quién fue el que puso la plata acá en la costa”, uno lea: “en época de campaña, prefiero irme a bacanales con polémicos empresarios a tomarme una cerveza en la esquina”. 

Pero el jueves se supo que el exembajador abandonó el país, no por amenazas, como habían informado, sino para asistir con sus hijos para ver la final de la Champions League, y cambié mi percepción sobre él. He ahí un hombre serio, me dije: primero lo primero. Al fin alguien sensato. No permite que la crisis le impida reconocer las prioridades de la vida y eso es loable, por más de que, dentro de ocho días, Semana publique los audios en que insultó a Guardiola desde la tribuna: “come mondá, mete a Haaland, mete a ese hijueputa de Prisa”.

Con la credibilidad recuperada tras su viaje a la final de la Champions, temo ahora que Armandito hable de nuevo y lleve al traste al gobierno del cambio.  Por eso mi deseo es que tanto él como el presidente Petro superen cualquier diferencia: en ello está el futuro de la patria. Que se tomen una cerveza en la tienda de la esquina y lleven una muda de pantalones por si acaso (o por si aparece Álex Flórez); que inviten a la niñera Marelbys, que es todo menos —qué paradoja— una muda y puede tener sencillo para pagar. Que recuperen los servicios de Laurita Sarabia para que alguien responda los chats presidenciales y tire los huesos de chivo. Y que, en medio de esta nueva ola de concordia, saquen adelante un gobierno de película. Así se trate de una película protagonizada por Jaider Villa.

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