
Ana Bejarano Ricaurte
El presidente Gustavo Petro anda ocupado en su ingeniería del caos, donde sea que pueda proyectarla. Y la elección de su sucesor no será la excepción.
Aunque el Comité Político del Pacto Histórico canceló la consulta para escoger su candidato a las elecciones de 2026, el presidente no demoró en regañarlos y acusar a la facción rebelde de traicionarlo. Desde Nueva York, donde animaba otro zaperoco, se conectó a una reunión y les ordenó revivir la consulta. Los precandidatos Carolina Corcho y Daniel Quintero corrieron a inscribirse en la Registraduría, desconociendo abiertamente la orden del partido, porque donde hay rey no hay instituciones que valgan.
Eso más un trino le bastaron a Petro para embutirle a su partido al cuestionado Daniel Quintero. En nada lo detuvo la lealtad ciega que le profesan el resto de los precandidatos, quienes celebran y rescatan sus peores desaciertos y se han puesto en la difícil tarea de promover y comunicar los logros de este gobierno, invisibilizados tras el gigantesco ego herido del presidente.
Como buen emperador ocioso, Petro quiere ver a sus precandidatos destruirse en la arena política. Y entre más sangre se riegue más satisfecho quedará, hasta que voltee displicentemente su pulgar hacia abajo para darlos de baja uno a uno Y subsista el único gladiador que Petro salvará del progresismo: el impresentable Daniel Quintero.
El desprecio que ha mostrado el presidente por los otros nombres de su lista, así como su insistencia en incluir a Quintero develan su favoritismo por el imputado por corrupción. Petro avizora que Daniel, como el, es el mejor equipado para sostener el caos que piensa dejar tras su paso. Este nuevo contendor, además, somete al resto de sus precandidatos a una pelea sucia y rastrera. Pero nada de eso detiene al presidente.
También lo tienen sin cuidado los reclamos de su base progresista sobre el absurdo de que Quintero enarbole las banderas de ideas que no conoce, ni defiende, ni representa. Porque el presidente pareciera apostarle al candidato que mejor pueda incendiar al país, uno que pueda ofrecer una pelea digna del otro extremo impresentable: Abelardo de la Espriella.
Pareciera que Petro elige a Quintero por nada distinto a su impredecibilidad, ruindad y malas mañas para asegurar que después de él no se pueda hacer política sensata desde la izquierda. “Después de mí el diluvio”: una frase atribuida a Luis XV en Francia y que le queda como anillo al dedo a los señores egoístas, que no conciben la política sin ellos, como Petro.
Y en ese diluvio pretende ahogar al resto de precandidatos que muy disciplinados se han tragado el sapo de Quintero, con la excepción de Gustavo Bolívar, quien dijo en Los Danieles que no aceptaría su candidatura de Quintero, aunque la apoyara Petro.
Carolina Corcho parece hacer de cómplice de los intereses del exalcalde que secuestró al progresismo. Mientras que Iván Cepeda, acudió a la inteligente, pero sinuosa estrategia de asegurar que no va criticar a sus contrincantes y por esa vía evitar sentar una posición coherente frente a su compañero de tarjetón, incluso si desdice de todas sus luchas. No sabemos en qué número de humillación van Susana Muhamad y Bolívar, pero ahí siguen. Y al presidente, que no sabe de lealtades distinta de la que se profesa a sí mismo, todo esto lo tiene sin cuidado.
No parece que Petro estuviera preocupado por lo que viene, ni por el futuro de la izquierda, o siquiera del país. Se ve al presidente obsesionado con sí mismo y con todas las gestas grandilocuentes por las que empujó su proyecto al abismo para dejar de gobernar.
El complejo de salvador frustrado de Gustavo Petro implosionará su proyecto político en manos de Daniel Quintero, y tal vez eso es lo que quiere el presidente. Porque, ¿cómo va a existir un futuro sin él? Es la misma testarudez de Álvaro Uribe, que se incluyó en los estatutos de su partido, porque no se trata del futuro de la derecha colombiana, sino de Él.
Tal vez por eso también es que Petro no elige a Iván Cepeda como su sucesor, porque sabe que él sí podría reemplazarlo como líder de la izquierda. Petro no quiere reemplazos, ni continuidad, quiere el diluvio.
Y, como Uribe, si Petro logra colocar a su ungido no tardará mucho en desautorizarlo y retarlo, porque su legado depende de que nadie pueda igualarlo.
