
Por Oscar Domínguez Giraldo
No es fácil nacer y morir el mismo día del mismo mes. María Félix decidió nacer y morir el mismo día de abril (el 8). Se fue solo después de haber convertido en obra de arte el oficio de mujer.
“Sólo he sido una mujer con corazón de hombre”, dijo alguna vez la bella que estaría cumpliendo cien años por estos días. Enrique Krauze, el mexicano que puso las comas en la autobiografía de la Doña, diría en el prólogo de Todas mis guerras, que ese corazón era el de Pablo, su hermano.
“El perfume del incesto no lo tiene otro amor”, corroboró María en una frase que habría firmado Silva, el suicida poeta colombiano que todos los días se mira con su amante y hermana Elvira (“bella solo de perfil”), en las paredes de la Casa de Poesía Silva, en Bogotá. Y en el cementerio Central de Bogotá.
María Félix escogió el día de sus 88 cumpleaños para abrir el paraguas e ingresar en la eternidad. Un prosaico infarto que quería salir del anonimato se la llevó. Fue también en sueños cuando uno de sus caballos le informó que empezaba el fuego en las caballerizas. María despertó, le creyó a su caballo y salvó la cuadra.
En Medellín fue prohibida por el arzobispo Joaquín García Benítez. El pintor antioqueño, Luis Fernando Mesa, devoto de la diva, se la encontró una vez en París. Y se le fue encima para pedirle autógrafo y expresarle su admiración. Cuando le contó que era de Medellín, María lo sacó del llavero: “De allá me echo un cura. Váyase”.
Incluyó en su menú de hombres al charro Jorge Negrete, le admitió una guitarra a Pedro Infante y le alcahuetió piano, boleros y matrimonio al flaco Agustín Lara quien en un ataque de celos le disparó. Dicen. Yo no estaba ahí. Menos mal solía tenía buena puntería para componer canciones. Tal vez su insípido marido le inspiró aquella metáfora a la Félix: “El sexy es el hombre con el que una tiene ganas de hacer el amor cuando lo ves vestido”.
Del macho alfa también dijo: “Yo los escogí a todos. Por eso los podía dejar cuando quería. ¿Luchar por un hombre? ¡Hay tantos!”.
En el diario El País, de Madrid, leí alguna vez: “Cuentan que, una madrugada, Lara llamó al cantante Pedro Vargas y al violinista Eulalio Uranga para que le ayudaran a interpretar “una canción divinamente cursi” que le acaba de escribir a su mujer. Mandó pedir también un piano blanco, y en el jardín de la mansión de la diva, los tres comenzaron la serenata: “Acuérdate de Acapulco / de aquellas noches / María bonita, María del alma…”.
Lara era celoso de profesión: “¿Cómo no tenerlos —decía— si es mía, pero todo el mundo se fija en ella? ¿Cómo no tenerlos si yo soy más feo que muchos de sus pretendientes?”.
Un piloto colombiano de Avianca al que nunca identificó por discreta coquetería, alebrestó el erotismo de algunos de sus días y sus noches. Pero “le metí un poco de coco al asunto y me distancié de él”. El piloto, Ricardo Fajardo, diría que la “separancia” se originó en incompatibilidad de mundos. Y convirtió en libro su bolero con María Bonita. Haber roncado al lado de ella, ni contarla, sería pendejada de marca mayor.

Con la venia de la sala, me declaro el más extraño de los mariafelixólogos. Apenas he visto algunas de sus películas ninguna de ellas filmadas en Hollywood al que le dijo no cuando estaba en el curubito. Pero leí su autobiografía y quedé flechado, como quedó el rey Faruk, de Arabia, que le regaló durante un viaje privado a las pirámides, la diadema de Nefertari la mujer que le mejoró el prontuario erótico al río Nilo bañándose en él. “Yo me entrego gratis a un hombre cuando me gusta, pero no es tu caso…”. Y le devolvió a Faruk la diadema convertida en chatarra con su desplante.
Su leyenda en el cine empezó a gestarse con El peñón de las ánimas al lado de Jorge Negrete. Y con Doña Bárbara, basada en la novela del venezolano Rómulo Gallegos quien dio el aval para que Ceja de Lujo interpretara a su personaje.
La lectura del libro autobiográfico de María debería ser obligatoria para todo católico, ateo, escéptico, troglodita. Es una biblia que les enseña a las mujeres sobre sus derechos y a los hombres nos ayuda a amarlas y a respetarlas.
Fue una feminista las 24 horas del día. Siempre le dijo al pan-pan y al vino-vino. El libro vale por todas las columnas de la feminista francesa Florence Thomas, y que me perdone Madame la exageración de jugador de póquer.
“María Félix nació dos veces: sus padres la engendraron y ella, después, se inventó a sí misma”, dijo un día Octavio Paz.
Siempre le dijo al pan-pan y al vino-vino:
“Yo no estoy acostumbrada a mentir, ni siquiera en defensa propia”.
“No le temo a las canas ni la vejez sino a la falta de interés por la vida. No le tengo miedo a que me caigan los años encima, sino a caerme yo misma. Evitarlo depende de mí”.
“El amor es voz, el amor es puerta cerrada, el amor es tantas cosas, pero sobre todo es protocolo y misterio. Y eso se pierde con el trato, con la rutina diaria”, decía para cuestionar a las parejas que se atosigan. O que no se dan sus espacios, como es obligatorio decir ahora.
Hizo de la vida un espectáculo de todas las horas. Vivió y dejó vivir. Todo con una cierta sonrisa. Si no fuera porque tengo programadas mis futuras encarnaciones hasta el año 5906, me gustaría reencarnar en Ceja de Lujo, “tan bella que hacía daño”, como le dijo Jean Cocteau. Felicidades por su nacimiento; un responso por su muerte el mismo día de abril. (Y va la mamá al que se me quedó con el libro de la Félix. FeliZcidades). [Líneas pasadas por latonería y pintura].
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