En busca del sueño perdido

Desvelada y furiosa Foto El Mundo

Por Óscar Domínguez G.

Me escribe una amiga furiosa por su déficit de sueño:

Mirá, estoy tan vieja que hasta se me olvidó dormir. Aquí estoy, a las 2:30   a.m., pensando que el insomnio es una gran  hijueputez. No hago sino pellizcarme para definir si estoy metida en una pesadilla o, sencillamente, me morí. Pero si estoy muerta, morí en mi ley, jodiendo, por pura envidia con los que a esta hora abraza Morfeo.

No sé qué le hice  malo a ese hp para que ni me alce a ver. 2:44 a.m. y no me sale ni un miserable bostezo. Creo que cerraré los ojos y contaré ovejas, aunque pensándolo mejor, eso es una mariconada muy cansona…

Mi respuesta:        

Calma, pueblo. Para empezar diría que la señorita Lola, tu maestra de “jodentud”, se quedaría de una pieza con tu lenguaje que envidiaría Armandito Benedetti.

Como también estoy viejo, te escribo en la madrugada. A estas horas, millones  tenemos los ojos abiertos como un dos de oros. Nos diferenciamos en la forma de batutear la situación. Torciéndole el pescuezo a Shakespeare diría que estamos hechos de la misma tela de nuestros insomnios.

Para dormirme, suelo pegarle pataditas al tiempo o al reloj en el sur de las vacas cuando van para el norte. O escucho audios con recomendaciones para dormir tranquilo como un corrupto. Le meto algo de yoga o escucho el rosario que recita el  nonagenario padre Dieguito Jaramillo en su emisora del Minuto. Su voz arzobispal a  veces me pone fugazmente en brazos de Morfeo, tu enemigo íntimo.

En mis  conversaciones con contemporáneos la conversación siempre cae – “sin hacerse daño”- en el sueño. Intercambiamos recetas para conciliar el sueño. Ojalá algún día descubramos la piedra filosofal para practicar a voluntad ese cuasi-semi-ex-gozquejo de muerte que es el sueño. O su carnal la siesta.

Este aplastateclas, y  los hermanos Nacho y Coco,  echándose un motoso, como se le dice a un pequeño sueño o a la siesta  (Foto ADD).

Un amigo me regaló marihuana en gotas. Las dejé por ahí  hasta que una  noche de insomnio me dije: Mimismo, clávate unas gotas de maracachafa a ver. No calculé bien la dosis y me metí medio gotero. En segundos estaba con una traba de padre y señor mío. No sabía de dónde era vecino. El que supo que nada andaba  bien era mi chihuahua, Nacho, que se pilló todo y me acompañó durante todo el trance. Medellín casi se queda sin agua ese día. Finalmente,  todo terminó bien.

Durante el día, lo dejo todo a un lado para cogerle el dobladillo a cualquier amago de sueño  que se me presente. Esa es mi recomendación estrella. Y que la señorita Lola te perdone tu lengua triperina.

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