Un Pombo en «La curva del bosque»

Roberto Pombo Holguín renunció a la dirección general del diario El Tiempo. Foto El Espectador

Por Oscar Domínguez Giraldo

Director:

Me alegró saber que su educación anduvo en Medellín de mucha condecoración por los casi cien años de El Tiempo del cual es director. 

A ese Jardín Botánico donde el alcalde Alonso Salazar le chantó su menca de medallita, íbamos de niños a jalarle a la lúdica, palabra desconocida entonces.

Ese Jardín se llamaba “El Bosque de la Independencia”. Era el Miami de la piernipeludocraciaproletaria de entonces. Allí se iba a remar y a chupar paletas. O a ver chupar, si estaba exhausta la billetera de papá y mamá. El Bosque sacaba la semana del anonimato.

A dos suspiros de allí, en Aranjuez, creció este negro. Me habría gustado mostrarle mi barrio y la José Eusebio Caro School, de donde soy egresado. Con escala desanalfabetizadora en el museo del maestro Pedro Nel Gómez, el Diego Rivera de por estos pagos.

Cerca de donde lo condecoraron funcionó  la celebérrima “Curva del Bosque”, que hacía parte del anillo erótico del Medellín antañoso. Muchos perdimos, perdón, perdieron, la virginidad en casitas de bombillo rojo a la entrada. A visitar esos sitios no lo habría invitado. Si no nos alcanza para la fidelidad, mucho menos para la infidelidad (decía el opita Felio Andrade Manrique, para no robarme el crédito).

Menos lujurioso pero más teológico habría sido contar los ladrillos de la Catedral Metropolitana, la más grande en su género del mundo. El órgano que tienen es como para mandar doblar.

Entrado en gastos, lo habría invitado a jugo de mandarina con empanadas argentinas en el Salón Versalles, fundada por el nonagenario don Leo Nieto, quien vino por unos días y se quedó. Esas empanadas del Versalles saben a San Telmo, en Buenos Aires. 

Cerca del Versalles, de paso por El Astor, donde tomaba y toma el algo el blancaje paisa, le habría empacado los deliciosos besos de negra para su Santa costilla.

En caso de ganas de un mate en ajedrez, la cita obligada es en el Maracaibo, que estrena sitio, por los lados de La Bastilla. 

Y como la nostalgia entra por la boca lo habría invitado a almorzar a La Provincia. Eso sí, yo desaparecería a la hora de pagar la cuenta.

Obligatoria la impajaritable juniniada (septimazo bogotano). Se trata del ritual con sabor a  “segunda trinidad bendita” ( frisoles, mazamorra, arepa), que espero haya enriquecido sus bogotanísimas papilas. 

Como tantos bípedos, en esa avenida Junín – en las afueras del Club Unión, no adentro-, levanté novia-mujer para todas mis vidas.

Espero que Juan Luis Mejía, mandacallar de EAFIT, orador certero de la efeméride en la que usted anticipó revolcón en su centenario periódico, lo haya paseado por la U. de Antioquia. Allí estudié periodismo aunque nunca gané un semestre (también debo tres materias de bachillerato). Como no daba pie con bola como estudiante me tocó emigrar a Bogotá donde trabajé como patinador en Todelar. Muchos años después usted y yo trabajaríamos en Colprensa, en el barrio La Merced. Venía importado de El Heraldo, de Barranquilla. Su director, Juan B. Fernández, decía que a usted lo rescató de la Sierra Nevada de Santa Marta.

No habría faltado visita etílico-gastronómica al andén de Envigado. Allí, cerca del monumento a la Madre, en el barrio Mesa, le habría presentado a una monjita de clausura con celular y correo electrónico: mi amiga la madre Margarita. En su monasterio de las Concepcionistas preparan exquisitos bizcochuelos con receta exclusiva, iluminada por el Espíritu Santo.

Antes, Gustavo Restrepo, de la Casa-Museo Otraparte, lo habría invitado a vinillo en “maridaje” con empanadas de iglesia, unas delicias que tienen más carne un pensamiento de san Luis Gonzaga. Se despachan con ají de maracuyá. Que no falten los deditos de queso con cernido de guayaba.

Usted habría podido gastar parte de sus obesos viáticos en el libro “Cartas a Estanislao”, en el que el Brujo Fernando González le casca, y duro, a Eduardo Santos, segundo propietario de su periódico.  (De pronta aparición, es un libro que recoge la vida González, abogado en Manizales).

El poeta Eduardo Escobar, mi vecino en las páginas de opinión, oriundo de esos pagos envigadeños, se habría lucido como cicerone. Si no es tímido para el gasto, habría gastado parte del billete que le pagan por columna.

No le quito más tiempo, director. Cuando regrese a Medellín, ya sabe a quién debe contratar de guía. Doy descuento por pago en efectivo. (Publicada en El Colombiano)

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