Tan bellos los indicios

El encuentro con los niños indigenas sobrevivientes.

Julio César Londoño

Los expertos dicen que los cuatro niños indígenas sobrevivieron al accidente porque iban en las últimas sillas y la avioneta cayó de nariz. Lo dudo. Si no estás sentado a la diestra del Padre, paila, da igual si vas adelante o atrás, en ventana o pasillo.

¿Cómo sobrevivieron 40 días en la manigua? La respuesta es obvia: primero, por el coraje de Lesly, esa niña gigante, y luego por una minga de dioses orientales y nativos, por el espíritu del jaguar y la energía del agua y de los “elementales” de las plantas. Sin una minga de entidades sobrenaturales, es imposible entender la hazaña de Lesly.

¿Por qué se demoró tanto el rescate si los niños siempre estuvieron cerca del lugar del siniestro y el área fue rastrillada con helicópteros, megáfonos, sensores, 120 comandos élite y 70 indígenas? Porque la zona es áspera, dicen los expertos. Selva espesa. Es probable, pero hay una hipótesis dolorosa: los niños no se perdieron, estaban escondidos.

Varias veces los grupos de búsqueda indígenas y los comandos del Ejército estuvieron a pocos metros de los cambuches de los niños. Tal vez Lesly le dijo a su hermanito Tien Noriel, de cinco años de edad, que estaban jugando al escondido, como en La vida es bella, y le tapó la boca al bebé para que su llanto no los delatara, cuenta José Alejandro Castaño que le contó Narciso Mucutuy, el abuelo de Lesly (portal Casa Macondo).

Lo cierto es que los camuflados la aterraban. Quién no tiembla si está en lo profundo de la jungla y ve unos hombres que pueden ser disidentes de las Farc, héroes del ELN o de los otros uniformados, los exterminadores de niños, de “máquinas de guerra”.

¿Pero por qué los niños se escondían también de los indígenas? Porque entre ellos estaba Manuel Ranoque, padrastro de Lesly, el macho que les daba muendas amazónicas cuando se emborrachaba, el que un día intentó abusar de ella y otro día le pegó un planazo en el cuello a Magdalena Mucutuy, la mamá de Lesly.

Magdalena y los niños viajaban a San José del Guaviare para reunirse con Manuel, que andaba huyendo de la guerrilla, como ahora Lesly huía de él.

La otra cara de la moneda es la conmoción nacional por la odisea de los niños perdidos en la selva. Fue muy bello ver la solidaridad, la preocupación nacional, el júbilo del rescate. A uno le provoca volver a creer en Colombia… hasta que recuerda que buena parte de Colombia desprecia a los indígenas. En Cali, los carapálidas ricos practicaron “tiro al indio” el domingo 9 de mayo de 2021, hirieron a 10 indígenas y subieron a las redes los videos de su divertido “safari”. Una bella y culta senadora propuso levantar un muro para separar la chusma indígena de la mestiza pero hidalga población del Cauca. En casi todo el país, “indio” es un escupitajo. Con frecuencia escuchamos que los indígenas tienen demasiada tierra, que son traquetos y borrachos, como si no hubiera sido suya toda esta tierra, como si los grandes capos de la droga fueran indígenas y los mestizos fueran abstemios.

La conmoción de los mestizos es un sainete despreciable. Parecen criaturas bipolares: oran por los niños indígenas de la televisión pero los desprecian en la calle. Los trajes de fantasía de las reinas se inspiran en cosmologías indígenas, los políticos hacen gárgaras retóricas con lo “pluriétnico” y lo “multicultural”, los señores revenden artesanías indígenas y aman las vasijas precolombinas, pero desprecian al indígena de carne y hueso. Viven en una suerte de matrix esquizoide y miserable.

¿Qué engendro de país han desovado nuestros sinuosos líderes para que unos niños se escondan 40 días en la selva y les teman más a los hombres que a la selva?

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