
Por Óscar Domínguez Giraldo
Tuve un sueño con García Márquez en plena pandemia del coronavirus. También soñé con el fotógrafo Guillermo Angulo, gran amigo del Nobel y quien lo retrató cuando estaba bajo el paraguas del alzhéimer (foto). Recuerdo ambos sueños a raíz de otro aniversario del nacimiento de García Márquez ese seis de marzo:

Sueño con García Márquez
De repente, en el balcón del edificio donde vivimos aparece un señor de blanco, sonriente y con bigote a lo Bienvenido Granda. Luce liquiliqui. Tan pronto como mi “vecino”, Gabriel García Márquez, me ve y me pide que me acerque.
Como nobeles no se ven todos los días, y menos en sueños, en segundos estoy cerca del mentiroso de Aracataca. Dentro del sueño, asumí que me invitaría a subir. Esperanza inútil, como en el bolero de Daniel Santos que solía cantar en su época de serenatero en Barranquilla.
En lugar de invitarme a su apartamento, García Márquez me pide desde “la comba altura” que anote siguiente pregunta que debo hacerle a la gente: Si a su hija recién nacida le deben conseguir nodriza. La respuesta debe consignarse por escrito.
Me dio cosita preguntarle por qué hablaba de niña, si él y su dama, Mercedes, amasaron dos muchachos, Rodrigo y Gonzalo. Pero nadie manda en sus sueños. Solo cuando se acaban podemos torcerles el pescuezo que es lo que estoy haciendo con el mío. Y como dicen que hacía Freud de tal forma que rimaran con sus investigaciones.
Imposible describir la felicidad que sentí al recibir semejante encargo. El mandado me exoneraba de la frustración que me acompaña por no haberlo entrevistado nunca las pocas veces que me topé con él en vida.
Me aprovisioné de un buen fajo de hojas en blanco, tamaño oficio, y me fui a una tienda cercana a terminar la tarea.
Le expliqué al respetable público consumidor presente en la tienda el alcance de la pregunta del maestro Gabo y la respuesta que esperaba (sí o no).
Enseguida empecé a repartir las hojas. Pasé cerca del churro de la registradora pero no le entregué su hoja. Hasta en sueños, me acobardan las bellas y los grandes escritores.
Cuando desperté, el Nobel ya no estaba allí (disculpe, señor Monterroso, por piratearle parte de su cuento).
En busca de explicaciones al sueño y para ahorrarme el vale del siquiatra de la prepagada, leí algo de Jung, el consentido del novelista y tallerista Luis Fernando Macías cuyos personajes sueñan, por ejemplo, en “Eugenia en la sombra”.
También leí a José, coach onírico del faraón (Gn. 40. 1-38), a quien le interpretó sus sueños y le explicó cómo manejar los años de vacas gordas y flacas que venían. En esas lecturas no encontré mayores luces para interpretar mi sueño con don Gabriel.
Recurrí entonces a mi propia coach. Previas consultas que hizo en su biblioteca onírica, vio en mi sueño un desconcierto total por no haber escrito nunca ficción. Me absorbió el periodismo. Cero novelas en mi hoja debida. De pronto uno o dos cuentos que no me alcanzarán para ir a aguantar frío a Estocolmo a recibir el Nobel de Literatura.
Acogí la interpretación de mi frágil coach porque coincide con la dedicatoria que le inventé a García Márquez y que consigné en su libro “El amor en los tiempos de cólera”: Para Óscar, eterno novel en literatura… (Publicado en El Colombiano, julio 2020. Le hice algunos ajustes al texto).
Sueño con Guillermo Angulo

Maestro Angulo, salud. Le informo que en otro aniversario de la muerte de su Nobel amigo de Aracataca soñé con usted.
Caminamos por la carrera Séptima de Bogotá entre calles 19 y 24. La bella tarde bogotana se va volviendo noche. Nos acompaña un «masculino» como dice la policía. Nunca supe quién era esa tercera persona.
De pronto entra a mi celular una llamada de mi zapatero personal (¿¡). “Una voz varonil dice de pronto” que están listos los pinrieles que mandé remontar, que puedo pasar por ellos.
Como usted se dio cuenta de esa llamada de inmediato me echó un discurso veintejuliero, socialbacano, diciéndome que a estos trabajadores hay que quedarles bien porque necesitan su billete. Cuando llegamos a la zapatería, el caballero no se dirigió a mí sino a usted y le dijo: Maestro Angulo, aquí le tengo también sus zapatos. Y colorín colorado…
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