Prehistoria de una agencia llamada Colprensa

Oleo del voceador de diarios de Colprensa en sus inicios

Por Óscar Domínguez Giraldo

La agencia de noticias Colprensa creada en enero hace 43 años y monedas, es la prolongación de Colombia Press, el Servicio Nacional de Prensa, Periodistas Asociados, Alaprensa, Europa Press. La agencia parece inspirada en la vieja divisa de los Mosqueteros de Dumas: Uno para todos, todos para uno. 

En Colprensa se ha practicado una extraña forma de colegaje. Los periódicos del gajo de arriba, vale decir, los de mayor circulación y poderío económico, financian a los demás. Todos reciben el mismo servicio. 

La fórmula de los mosqueteros fue defendida desde un principio  por su fundador, Jorge Yarce, un casto activista del Opus Dei a quien en cualquier parte le habrían adjudicado los principales premios de periodismo. (Por estos días, Yarce anda mal de salud. Que su jefe, Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás, bautizado con el nombre de José María Julián Mariano, lo ponga de nuevo en circulación es lo menos que se le puede pedir al santo español, joder).

Jorge Yarce Maya, principal promotor  de la agencia.

Como la hoja de vida de Yarce sigue – y seguirá- virgen de galardones- cada año se los otorgamos quienes fuimos sus subalternos y amigos que damos fe de que nunca trató de imponer sus creencias. Primero el periodismo, la teología después, diría a sus espaldas.

Hace cuatro décadas largas, poner de acuerdo alrededor de la idea madre de Colprensa distintas filosofías y talantes periodísticos, políticos, económicos y  religiosos, fue un logro de marca mayor.

El profesor Fernando Avila, quien estuvo desde los inicios como columnista y director de reportajes, y quien craneó el logo de la agencia, cuenta que “en 1978 y 1979, cuando se llamó Colprensa la agencia de colaboraciones de prensa, anterior a la cooperativa que se constituyó después, los columnista éramos Fernando Soto Aparicio, Jaime Sanín Echeverri, Jorge Yarce, Javier Abad Gómez y Fernando Ávila. Luego, se sumó Carmen del Hierro de Hernández, y después comenzamos a enviar a los abonados crónicas, reportajes y fotografías, que elaborábamos los estudiantes de la Universidad de la Sabana becados por Prómec (era su contraprestación) y yo. Entre ellos estaban Guillermo Romero Salamanca, Roberto Vargas, Ana Mercedes Vivas y algunos más”.

Humberto Arbeláez Ramos, de Prómec, Promotora de medios, presenta en sociedad la propuesta de creación de Colprensa, ante directivos de diarios regionales como Juan B. Fer nández, de El Heraldo, de  Barranquilla, y Eustorgio Colmenares de La Opinión, de Cúcuta. Han pasado mas de 40 años.(Foto archivo Colprensa)

Ávila complementa: “Los abonados eran La República, El Colombiano, El País, La Patria, El Diario del Otún, El Heraldo, Vanguardia Liberal y La Opinión, pero eventualmente salieron trabajos de Colprensa en El Espectador, El Mundo y otros periódicos. Por cada columna publicada los periódicos le pagaban a Colprensa $ 1000, y Colprensa le pagaba al autor $ 1000. La ganancia estaba en que una columna, crónica o reportaje la publicaran más de dos o tres periódicos. Pero no había ninguna presión en ese sentido, porque Colprensa estaba subsidiada por Prómec Televisión, que tenía buena facturación con «Dialogando» y otros programas. Después de sumaron los programas de Eduardo Lemaitre, Jorge Rojas y Juan Guillermo Restrepo Jaramillo, es decir cuatro programadoras de TV que en la vida real eran la misma. Eso permitía respaldar económicamente la revista Arco, Prómec Radio, que comenzó Jota Mario Valencia, y Colprensa”.

El nuevo cumpleaños de Colprensa es el mejor pretexto para  que por estos días agotemos la champaña de la celebración quienes nos hemos enriquecido lícitamente haciendo parte de sus cuadros. 

Desde la muy taquillera señora del tinto, Rosita Castellanos, una diminuta ráfaga boyacense que preparaba y servía el café con ternura de abuela, hasta los más encopetados heliotropos de los diarios. 

La agencia que transmitía a velocidades  entre 50 y 70 baudios en parsimoniosos, ruidosos y románticos télex, ha sido certera y exigente escuela de periodismo en la que la ética y la estética han ido de la mano.

No es gratuito que los cazadores criollos de talentos sonsaquen a sus reporteros cuando los ven maduros. A la agencia le toca volver a barajar y reclutar sangre nueva, egresada de la Universidad. 

Los nuevos periodistas se han encargado de darnos el saludable codazo generacional a quienes, teguas del oficio,  empezamos a lucir el rótulo de muebles viejos.

Periodismo artesanal

En la Colprensa que arrancó en el barrio La Merced, en inmediaciones del bogotanísimo Parque Nacional, hacíamos un periodismo artesanal, en la acepción de romántico. En vez de la sofisticada Internet  o el wasap, como se estila hoy, transmitíamos fotos y noticias casi que por señales de humo. 

Las fotos debían pasar primero por la claustrofobia del cuarto oscuro. (La fotografía empieza en el cuarto oscuro, decía uno de sus grandes reporteros gráficos, Sánchez Puentes, quien ya tampoco es de la partida). Luego, en un rodillo con teléfono (=telefoto), daban vueltas hasta convertirse en imagen en los periódicos donde las recibían. Hoy por hoy, la foto sale desde donde se produce la noticia casi hasta la rotativa, o las barbas del lector.

Las noticias se enviaban a los diarios a través de viejos télex que hacían un ruido que se nos quedó instalado en la cabeza como un eterno tic. Desde entonces tenemos oído de polvoreros.

También los télex como sus bisabuelos los linotipos, merecen monumento. Sin ellos no había información en los periódicos. Así de simple. Los textos se perforaban en cintas que luego de las correcciones pertinentes por parte de los jefes que eran los correctores se enviaban a los periódicos, uno por uno. 

La vida no tenía prisa. Si el mundo decidía acabarse, debería hacerlo a velocidades entre 50 y 70 baudios.

Inicialmente, antes de pasarlas al télex donde los levantaban dos teletipistas, Gilberto Rodriguez y Hernando Martínez, las redactábamos en máquinas de escribir. Eran algo así como nuestras amantes. Nos ayudaban a levantar para los garbanzos.

Las viejas máquinas  andan de capa caída, recordadas únicamente por nadie. Ni siquiera por santa Tecla, la patrona de quienes tenemos en la mecanografía nuestra herramienta laboral.

A esas máquinas de escribir que ayer fueron y hoy no aparecen, casi las venden por kilos, como si fueran periódicos de ayer, como en la canción de Héctor Lavoe.  

Son chatarra ilustrada a través de cuya intimidad pasaron toda clase de historias. Lo que no se contaba a través de ellas, simplemente no existía. 

No se merecen tanto olvido esos cachivaches que prestaron un servicio militar obligatorio a escribidores de todos los pelambres. 

Las olvidadas máquinas y los télex son parientes de los teletipos que eran máquinas de escribir con mal de san Vito y ruido incorporado.  

Aunque la técnica no ha podido derrotarlos del todo. En los computadores las máquinas de escribir han reencarnado con tecnología avanzada. Por ejemplo, esa opción  de mover el carro de un extremo a otro corría por cuenta de  un tal «enter», necesario como el viento para una gaviota. O lo hace automáticamente, por inercia.

Operar las antiguas máquinas era como hacer el amor con cada una de las teclas. Hoy es una función casi asexual. Lástima que sea tan eficiente el actual método. Casi basta colocar las manos encima y el computador sospecha el resto. Inteligencia Artificial, AI, está lista para dar el gran salto. Ya casi estamos por cuenta suya.

Echando más atrás el espejo retrovisor, en los periódicos existían los famosos linotipos, esos armatostes descomunales, operados sólo por iniciados, que legaban a su descendencia no solo deudas, complejos, alguna virtud, sino el oficio también heredado de sus mayores. Se era linotipista por curiosa cooptación, a físico dedo.     

La de linotipista era de las actividades mal pagadas que no admitía  advenedizos en su seno. Por el interior de sus operadores no corrían sangre ni espermatozoides: sólo tipos de letras que inoculaban el virus del modus comiendi. 

En su autobiografía, el Nobel García Márquez describe a los linotipistas como “tipógrafos cultos por tradición familiar, gramáticos dramáticos y grandes bebedores de sábados. Me hice a su gremio”. 

Japiberdi, Colprensa.

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