Oficios varios

Por Óscar Domínguez Giraldo

Con ocasión del día del trabajo, cómo no recordar que he desempeñado múltiples oficios buscándole la caída al billete. Mi primer oficio de niño fue el de mensajero para financiarme el matinal del domingo y el alquiler de revistas de tiras cómicas. En mi ocaso sigo haciendo mandados.

Como voceador de prensa vendí El Colombiano y El Correo, en mi niñez en el municipio de La Estrella a un tabaco de Medellín; tal vez aquí está el punto de partida de mi oficio de aplateclas con el que me he ganado la vida.

Debuté como patinador en Todelar-Bogotá donde saqué un master como cortador de cables de las agencias Upi, Ap, France Press.

Mi prontuario incluye destinos como los de tendero, proxeneta de novios fugados, paseador de perros (hoy, en pleno ocaso, lo soy de Nacho, nuestro chihuahua); perdí plata como tahúr, me desempeñé como barman menos diestro que el de la película Casablanca; fui fracasado vendedor de camisas de segunda en Fredonia en el resisterio del mediodía.

Caricatura de este aplastateclas. Autora, Gloria Luz Duque Ochoa, con quien nos conocemos hace 56 años, dos hijos y cuatro nietos.

Desplumé marranos como jugador de ajedrez en el Club Maracaibo, de Medellín. No hice quedar mal el puesto de interior derecho – el diez actual- que ocupé en equipos de fútbol de barrio.

Nunca he sido maestro de nada sino aprendiz de todo.

Triunfé como portero esporádico en cinemas paradiso de barrio, traficante de sueños, peatón, contribuyente, constituyente, celador, consejero de damas de vida horizontal para que abandonaran ese destino; barrendero en la biblioteca del seminario La Linda, cerca de Manizales, donde descubrí el Índice de libros prohibidos, o sea, los que vale la pena leer.

Vendí mecato en el Parque de Berrío, de Medellín, por delegación del dueño del toldo cuando se iba a aligerar el riñón. Cazador de gazapos, sobre todo míos, también he sido. Algún mal prólogo mío anda desprestigiando uno que otro libro. 

Fui relevado como lector de cuentos de mis nietas. El primero en dormirse era el abuelo.

Además de iluso, romántico e ingenuo de profesión, he sido acreedor, deudor y fiador de amigos que se olvidaron de pagar el arriendo.

En algún vespertino redacté el horóscopo en las incapacidades médicas del titular. Fui destituido porque se me iba la mano en optimismo.

Me he ganado algunos denarios como corrector de textos; he sido viajero más o menos incansable. Hay que hacer valer el espermatozoide de andariego que “me habita” como dice un poeta. El mundo me ignora como poetastro de versos precarios que de pronto cometo.

Que no falte en mi prontuario laboral el destino de monaguillo que se quedaba con mínima parte de la limosna (eso se llama redistribución del ingreso; Dios no tiene el almuerzo embolatado, argumentaba para mis adentros).

Vendí tiquetes para bus y autoferro a La Pintada. Mi padre era el dueño de la empresa de transportes, y mi jefe. He escrito cartas de amor para novias ajenas. Y para las propias, porque la caridad entra por casa.

Mercenario sin miseria, redacté textos políticos para electores que le dijeron no a “mi” aspirante.

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