Mamá Geno, Gracias por la Singer

Mamá Geno junto al retrato al óleo en compañía de la artista y nuera Gloria Duque. Foto ODG

Por Óscar Domínguez G.

En el Día Internacional de la Mujer, estrepitosas felicitaciones para ellas, incluidas las que nos prohibieron felicitarlas so pena de excomunión. Aprovecho para compartirles una vieja carta que le envié a doña Geno, mi amá, cuando estaba viva. Se abrió del parche a los 93 años. Saludos, od

(carta a mi madre)

Mamá Geno, salud.

En otras ocasiones le he dado las gracias por prestarnos su hotel de cinco estrellas para vivir gratis durante los nueve meses que manda el ritual de la gestación. No nos dolía una muela. Como no existía ese preservativo de pared llamado televisor, fuimos una culecada de nueve.

Esta vez voy más atrás para agradecerle los anoréxicos y escasos telegramas que le puso a mi padre, cuando el macho alfa, su novio de entonces, desaparecía del mapa sin dejar rastro.

No creo estar calumniando a nadie si digo que gracias a estos telegramas estamos contando el cuento seis individuos de los siete mil millones de perplejos ciudadanos que contaminamos lo que queda del medio ambiente.

In illo témpore, el telegrama era la cuota inicial del correo electrónico de hoy. El eco con puntos y rayas. Las cartas escritas a mano, con letra como dibujada una por una, con paciencia benedictina, eran otro parsimonioso medio de comunicación que unía a la aldea global. 

Nadie tenía prisa. Uno podía tardar media hora en morirse de repente. La vida era bella, en blanco y negro. El color estaba en pañales. 

Telegramas, telégrafos, marconis o cartas, tardaban horas, pero llegaban. Había fiesta cuando  de pronto, cada año por la cuaresma, llegaba uno a casa. Hoy en día internet ha acabado con colectivos como el de los carteros y telegrafistas que hacen parte de la nostalgia. Son carne de alzhéimer. Dieron su parte de misión cumplida, apagaron su propia luz y salieron de la pasarela.

Una de sus hijas que robaba fotos y desenterraba correspondencia, nos sorprendió cualquier noche con las cartas que le enviaba don Luis, Domínguez,  su enamorado, eterno liberal oficialista de Santa Bárbara. Y nos encimó sus telegramas.

Uno de ellos respondía la carta que le escribió su novio trotamundos antes de esfumarse, supongo que en una mezcla de táctica y estrategia para hacerse sentir de su amada, a la que de pronto se le iba la mano en calculado y coqueto  desdén.

Esa carta paterna, escrita con encabador (=el Mont Blanc de la época), tinta negra y letra delgada como suspiro de monja, terminaba así:  «Y sin más, recibe en la humilde queja de un suspiro, mi doliente corazón». 

Dichas esas palabras a las que solo les faltaba música de bolero, el novio se volvió noche, como dice usted. (Otra frase muy suya, mamá Geno, es la de «lavarse la paz», luego de dar la paz en la misa. Es una preocupación aséptica suya «porque la gente puede estar untada de noche»).

Usted esperaba que se repitieran los telegramas de Luis María que la hacían subir por las paredes, pero como no llegaban recurrió a toda su capacidad de síntesis y en cinco palabras puso orden en la sala.

Rezaba ese telegrama suyo: «Tu ausencia no opónese recordarte». Nada más pero tampoco nada menos. 

Hasta  Samuel Finley Breese Morse, el inventor de este esperanto de la síntesis que era el telégrafo en sus múltiples advocaciones, habría bailado en una sola pata de haber conocido los efectos reunificadores de ese mensaje. 

Así ha sido usted, sintética a morir, a lo largo de los 92 noviembres y monedas que tiene. No ha sido amiga de la cháchara. Dos cucharadas de caldo y mano a la presa. Lo que no se diga en pocas palabras no merece decirse, ha sido uno de sus credos. Sin confirmar si lo digo: con usted nació el twitter. En una sonrisa suya o en una malacara suya, hay toneladas de información.

Cómo será que ha sabido resumir certeramente su andadura en una metáfora: «He vivido el invierno, el verano, la primavera y el otoño». 

El telegrama de cinco letras persiguió a Luis María, su esquivo romeo, lo encontró y lo devolvió al redil en menos que canta un gallo.

El lacónico texto pronto se convertiría en la epístola de San Pablo que se hicieron leer en su Montebello del alma, una madrugada de domingo, junto con otras parejas. Que no falte el riguroso traje negro para los recién matrimoniados.  El luto era la moda para los casorios. Y para los entierros. Alguna cercana similitud habrá entre ambos estados.

Después vendría la luna de miel en casa de los suegros, Carlos y Amalita Calle, en Santa Bárbara, con Aura, su hermana mayor como chaperona, enviada por la abuela Ana Rosa, para despejar posibles dudas sexuales.

Con lo que mi padre no sabía y con lo que usted ignoraba en asuntos sexuales, esa noche empezaron a fabricarnos a los nueve hijos. No había tiempo que perder. Usted tenía 19 abriles y se estaba quedando…

Solo una cosa la preocupa a usted a estas alturas del partido de su vida: cómo nos repartiremos su herencia, una jubilada máquina Singer, jurásico regalo de su costilla.

En ella, usted, convertida en la Coco Chanel de la tribu, le cosía la ropa a la culecada. Cosía siempre con «ventajita» para que la pudieran usar los hijos que venían empujando. Era su forma de aportar a la economía doméstica en una casa en la que teníamos la mayor riqueza: esa en la que nunca faltó el pan en la mesa.

La Singer, como la llamábamos como si fuera un miembro más de la familia, multiplicada por los seis herederos sobrevivientes, quedó perpetuada en el bello óleo que le pintó su nuera, Gloria Luz, mi señora. (Foto)

Ahora, si lo desea, se puede quedar viva toda la vida: No tenemos ningún afán en repartirnos la Singer que al principio de su recorrido fue de mano.  Una primera cirugía la volvió de pedal y cuando vinieron las vacas gordas económicas, se le incorporaron mueble y motor fuera de borda.

Para mí fue de buen agüero que usted fuera modista. Singer y escritura como que van de la mano: El gringo Gay Talese, quien nos visitó hace unos años por invitación de  la revista El Malpensante,  hizo  la primaria literaria escuchando a las clientas de su madre modista. 

Otro que tuvo la música de fondo de una máquina Singer para su formación, fue Gianni Vattimo, tambor mayor de los filósofos italianos. Su mamacita cosía pantalones después de reciclar la ropa de los mayores para le sirviera a los que venían empujando. La historia se repite en todas partes.

La madre del periodista Bernardo Hoyos, multiplicaba los panes y los peces a partir de paños que convertía en pantalones y sacos, para su entorno y clientes que pagaban por ver. Y por vestir.

Líbano, Tolima, es el municipio colombiano que ha dado más más hijos de sastre: cuatro. Dos son los hermanos Román y Henry Medina, quien ya no es de la partida.

Un tercer hijo de sastre  Fernando Barrero, exdecano de periodismo de la Universidad Los Libertadores de Bogotá y exdiplomático en euros, en Madrid. Y el cuarto es Germán Santamaría, exdirector de Diners, hoy embajador en Portugal. 

El poeta nadaísta Jota Mario, tiene un dedal en su hoja debida. Es hijo de Chucho, sastre caleño. La lista es larga.

En fin, mamá Geno, tenga la seguridad de que no nos daremos en la jeta ni desguasaremos el viejo cachivache  que hace tiempos desbancó  al Corazón de Jesús como ícono de la familia. (Esto lo hemos hecho a sus espaldas porque no nos perdonaría que releguemos al Corazón de Jesús así no más).

Creo que no le quito más tiempo. De nuevo,  mamá Geno, gracias por los telegramas. Y por la Singer, su hijo Óscar Augusto, el Negro. (Esta nota fue publicada en el diario El Espectador)

Elegía por una flor

¡Cómo te recuerdo, hortensia silenciosa!

Ni una sonrisa me regalaste cuando besé tu mejilla fría.

Comprendí entonces que la muerte es para toda la vida.

Viendo cómo te apagabas le retiré el saludo al hacedor de estrellas.

Nos reconciliamos (¿¡) cuando te llamó a su izquierda mano.

Fue un guiño coqueto a tu zurdera.

Dios no tiene presa mala. Dirías.

Discreta como un salmo

Te gastaste todo el protagonismo en tu prole.

Amabas la vida. Las arrugas te dañaban la comunión.

No rimaban con tu coquetería de todos los semestres.

Si no podías contemplar los sietecueros

Tampoco tenía gracia continuar en la pasarela.

Disfruta tu sabático eterno.

Desde allí sigue alumbrando nuestro ocaso.

Y celebrando otros amaneceres surgidos de tus entrañas.

En cada flor estarás tú, hortensia.

(Abril de 2015)

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