Lunes del ajedrez: El enroque largo de Boris de Greiff

Boris De Greiff Foto El País, Cali

Por Oscar Domínguez Giraldo

Averígüelo, Caissa, por qué el maestro Boris de Greiff (Medellín, febrero 13/1930) se abrió del tablero de  la vida hace ocho años, el  31 de octubre, día de las brujas. Su calidad y calidez humanas disfrutan del sabático eterno. A su muerte, no quiso homenajes. Cremación y al  barrio de los acostados. 

Caissa, diosa del ajedrez, nos regaló al hijo del panida León de Greiff en doña Matilde Bernal Nicholls para que fuéramos más felices practicando el deporte que vino hace más de dos mil años a lomo de cobra desde la India. 

Sume todos los Bill Gates que en el mundo son, y entre todos serán incapaces de inventar un juego más insólito, exigente y bello. 

La fotografía fue tomada en 1950, en el barrio La Soledad. En esa época, en la calle 39 con carrera 19 –por donde pasaba el trolley–, el barrio apenas estaba desputando y por ello muchas manzanas aún eran potreros donde se podía jugar fútbol. Allí solían reunirse León [de pie a la izquierda] y Otto de Greiff [arrodillado a la derecha] a jugar un picadito en compañía de sus hijos y sobrinos: Hernando Arias [de pie al centro], Hjalmar de Greiff [de pie a la derecha], Boris de Greiff [de rodillas a la izquierda] y Gustavo Arias [agachado en el centro]. Respecto al talento futbolístico de León de Greiff, el fotógrafo responde: “Por lo menos se remangaba los pantalones”. Nótese que ni siquiera para jugar fútbol, el poeta antioqueño dejaba de lado su cigarrillo.(Texto y foto de la revista El Malpensante) 

Nadie hizo más en Colombia por este deporte que quien se tuteaba con la élite mundial del que más que “un juego es una pasión”, palabras que García Márquez puso en labios de Bolívar en “El general en su laberinto”.  

El maestro Boris era de los que regalaba  el pez y enseñaba a pescar. Escogió la cátedra ajedrecística como una especie de apostolado. No se guardó ningún secreto. Era de puertas y ventanas abiertas. 

De Greiff, casado con doña Amira Poveda Méndez, empezó a acariciar las piezas de la mano de su primo Daniel Mesa. Complementó la educación el tío Otto (1903-1995) de quien heredó su biblioteca ajedrecística y su afán por las letras. Los dos se dedican ahora al pasatiempo favorito de reproducir partidas de grandes maestros más allá del sol, en el Walhalla de los trebejistas. 

La saga que vino del frío 

“No hay De Greiff rico, ni bobo, ni  godo”, solía decir, cuando se le salía el mamagallista de antepasados suecos. A uno de ellos, el capitán de Greiff, lo encontró en 1826 en Medellín el cronista sueco Carl August Gosselman que recogió sus impresiones en el delicioso libro “Viaje por Colombia”, editado por el Banco de la República que compré en mil pesos en la librería “hagáchese” del centro bogotano. 

Sostenía también el maestro Boris que todos los Nicholls colombianos como Matilde, su madre, son de los mismos con las mismas. “Gens una sumus” (Somos una familia), como reza la divisa de los ajedrecistas.  

La “nichollsmenta” es pariente de Mr. Edward, espléndido anfitrión del Libertador Bolívar en Honda, cuando iba camino a la eternidad. 

El inglés ahorcó la soltería en 1836 y se matrimonió en Marmato, Caldas,  “contra” doña Salomé Mejía Villegas, de Salamina, Caldas. El regreso a Epping, condado de Essen, su terruño en Inglaterra, se quedó enredado en estos pagos por cuenta de los encantos de misiá Salomé. 

Recordaba el memorioso Boris, bisnieto de Mr. Nicholls,  que Bolívar dedicó sus últimos ocios a jugar ajedrez.  

Y García Márquez contó que un religioso puesto ad hoc por Dios, Sebastián de Sigüenza, le prestaba a Bolívar “una ayuda encubierta.  El fraile aceptó de buen grado, y lo hizo bien, dejándose ganar al ajedrez en las tardes áridas en que esperaba a los enviados de Urdaneta”. 

Agrega en su novela que el caraqueño incluyó el ajedrez  “entre los juegos útiles y honestos que debían enseñarse en la escuela. La verdad es que nunca persistió porque sus nervios no estaban hechos para un juego de tanta parsimonia y la concentración que le demandaba le hacía falta para asuntos más graves”.  

Por cierto, los Nicholls que en Colombia son, con la periodista y diplomática Marylú Nicholls Vallejo a la cabeza, no le perdonan al Nobel de Aracataca que en su obra no identifique al anfitrión de Bolívar en las minas de plata de Santa Ana. El crédito lo encontraron en las memorias del general Posada Gutiérrez. Desde entonces, los Nicholls exigen que se les tenga por anfitriones excepcionales. (Otra descendiente de Mr. Nicholls heredó de su antepasado el juego de ajedrez que tenía en las minas de Santa Ana). 

La larga noche de ajedrez 

De Greiff era el único colombiano que podía  contar que el Nobel García Márquez cubrió para El Espectador las tres partidas que le ganó al pianista vienés Paul Badura Skoda, en casa de Fernando Gómez Agudelo, quien puso el vinillo, los pasabocas y música de Bela Bartok, el preferido del Nobel. La cuarta partida quedó en tablas.  

El tío Otto apuntaba las jugadas e incluía a Mozart y a Bach en el menú. Años después, el vienés volvió a Bogotá, tomó desquite de Boris y regresó a las teclas blancas y negras del piano. El piano es un ajedrez acostado que suena. 

Ajedrez bajo la tutela de los De Greiff en el Café Automático de Bogota

“La larga noche de ajedrez de Paul Badura Skoda”, tituló don Gabo su crónica sobre el match. En reciprocidad, el pianista le regalaría a su contrario la sonata más larga de Beethoven, Hammerklavier.  

El Nobel narró en sus memorias, Vivir para contarla,  que le debe al ajedrez, precisamente, su primer éxito literario. 

Apenas ocho palabras tiene la frase del crío que se puede considerar la primera piedra de lo que sería su Nobel de Literatura: “El belga ya no volverá a jugar ajedrez”.   

Y como en Macondo estamos, las primeras clases de ajedrez las recibiría del maestro León, el papá de Boris, en sus visitas al célebre café El Automático cuando funcionaba en la Avenida Jiménez con quinta donde hoy “opera” un restaurante. 

La obra del maestro Boris anda publicada en numerosas libros, la revista- Alfil-Dama, que salía cuando podía, y decenas de crónicas periodísticas en El Tiempo, Semana, El Espectador.  

“Jaque al olvido”, (2004, editorial El Navegante) con prólogo del expresidente-ajedrecista Belisario Betancur (ver nota aparte), es uno de ellos. Dice Boris en su presentación: “Permitió el destino que yo llegara a una edad provecta y por ello he sido testigo del acontecer de nuestro ajedrez durante cerca de 60 años”. 

“Grandes partidas del Siglo XX (Ediciones Martínez Roca) y “Mil y una partidas” (editorial Panamericana) completan la trilogía. Este último también me lo dedicó así ( y perdón por contar plata delante de los pobres): “Para el ilustre trebejista de La América”. (Ha debido escribir Aranjuez, pero se lo perdono por haberme orientado en su momento sobre el sitio donde compraba las arepas antioqueñas para el diario consumo en un supermercado que ya no existe. Bueno, también de La América es mi primera novia que recuerdo como al primer jaque mate que me dieron). 

Boris fue un apóstol de las 32 piezas. En la hermandad de los trebejistas todos lo admiraban y respetaban. No se dio nunca el lujo precario de coleccionar enemigos.   

Hoja debida 

Fue ajedrecista de primera línea. El maestro internacional hablaba y escribía con conocimiento de causa. Campeón nacional a los 21 años  participó en nueve olimpiadas mundiales. Obtuvo medalla de oro individual en la de Haifa-1976 y de plata en Niza, Francia, 1974. En total fueron 65 años dedicados al ajedrez.  

Su primer gran triunfo lo logró en 1946 en un intercolegiado. Jugaba para el Colegio de San Bartolomé, en Bogotá.  

De la Federación Colombiana de Ajedrez quedaron de hacerle homenaje en vida, pero se lo embolataron. Luego anunciaron homenaje póstumo. Nunca llegó. 

Concentración y maestría del ajedrecista Borios De Greiff. Foto Ajedrez del Huila

El comentarista de ajedrez de El País, de Madrid, Leontxo García, toda una leyenda de la crónica ajedrezada, reconoció en su viejo amigo De Greiff a uno de los mayores amantes del ajedrez que conoció. Y escribió, antes de recomendar por su belleza una partida que Boris le ganó al suizo E. Behnd, en una olimpíada:  

“Boris entendía el ajedrez como una expresión de cultura y una forma de vida. La practicó como jugador, árbitro, periodista y escritor de libros muy interesantes (como Las 500 partidas más brillantes de la historia), siempre con una pasión contagiosa…; sus crónicas para El Tiempo, dictadas a gritos por teléfono, formaban parte del decorado habitual. Y su obra como jugador contiene lecciones magistrales…”. 

Nadie más confiable que el maestro Boris como árbitro oficio para el cual también tenía su diploma. En ajedrez hablaba excátedra, como los papas. Es de los que se podía invitar a comer a la casa. 

Derrotas que mejoran el currículo 

A él le debo la más espléndida derrota que he sufrido. Me puso a jugar contra el excampeón mundial Boris Spassky quien me mandó a la ducha a las 28 jugadas. El ruso jugó ese día contra 30 tableros, algo  tan insólito como hacer el amor igual número de veces una detrás de la otra, sin sacarle punta al lápiz.  

El che Guevara fue testigo de una partida que jugaron en La Habana los dos Boris. Ganó quien se separó de su primera mujer rusa alegando que en el amor eran alfiles de distinto color. 

El cultísimo De Greiff le subió el nivel al ajedrez colombiano. De ñapa  era una caja de música hablando de literatura o de música. No en vano creció al lado de los intelectuales que asistían al bar El Automático, donde su padre, León fue siempre el más encopetado de los clientes. Y de los patos. 

“Jugué con Filidor a los escaques, en escaques soy ducho, y en las damas un hacha”, se jactaba el maestro León, quien no en la realidad no era ni lo uno ni lo otro.  

Lo decía su hijo quien en la otra foto que acompaña estas líneas, también tomada en el célebre café, disputa una partida con el que sería ministro de Educación, Daniel Arango. Observan León y su hijo Hjalmar. 

Nunca sobra un recorderis por un caballero dentro y fuera de los 64 escaques. El mundo ajedrezado derrama una agradecida lágrima en memoria del vástago de Beremundo. (Publicado inicialmente en El Tiempo). 

Recuadro: 

BB y de Greiff: 

Dice el expresidentes Betancur en prólogo al libro “Jaque al olvido”: 

Bello libro Jaque al olvido, especie de saga de los de Greiff-Otto, iniciador y estímulo de su sobrino; y León, padre y contraparte implacable de su hijo ; y a modo de discreta biografía el perfil del autor, quien aparece siempre soslayado entre los pliegues paradigmáticos del talero de ajedrez, en el cual la humildad del peón en ocasiones se transmuta en soberbia cuando bloquea la arrogancia del rey o la tierna desvenvoltura de la reina. Es decir, los poderosos humillados por la inteligencia y estrategia o treta del débil, para decirlo en el hermoso lenguaje de la poeta Piedad Bonnett. 

Tambien expresa: 

¿En qué consisten el encanto y el embrujo del ajedrez, cuya invención se pierde en la memoria de los tiempos?  ¿Quizá en su condición misteriosa, en su calidad de indescifrable, en el enigma que circula en todos los tableros? ¿En la duda metódica cartesiana? ¿O bien en el hecho de que nadie tiene toda la razón pero todos pueden tener siempre esa razón? ¿En la circunstancia de que todo ser que tiene capacidad para levantar una ficha y pasarla de un sitio a otro sitio, lleva en sí la esperanza y posibilidad de un triunfo? ¿Quizá por eso Borges proponía que no hubiera vencedor ni vencido sino una a modo de tablas permanentes, pues que cada uno de los jugadores es vencedor? 

Una carta a Boris: 

Maestro Boris, estuvimos anoche en la Casa de Antioquia escuchando a una «hiperbórea rubia», su prima Ilse. Habló, claro, de su padre y tío suyo, el maestro Otto, de quien lanzaban su libro sobre comentarios musicales.  

Doña Ilse no se cayó una sola vez y sólo al final casi se le «pianta un lagrimón». Pero el sollozo se quedó a mitad de camino porque dominó la situación como toda una profesional.  

Ni siquiera se equivocó cuando leyó nombres de autores en varios idiomas. Al fin y al cabo el maestro Otto dominaba la picadurita de mosco de 8 idiomas. Cuando el campeón mundial Alejin visitó Bogotá, en 1939, don Otto le pidió, en perfecto alemán, un autógrafo para el libro del ilustre visitante sobre el Torneo de Nueva York de 1927.  

Entre la concurrencia estaba otro ilustre pariente suyo (todos los De Greiff lo son). Me refiero a don Jorge Arias de Greiff con su aire de Einstein, quiero decir, de profesor distraído. No sé si estaba durmiendo o si estaba soñando con “altas  constelaciones que fulgaráis tan lejos”. (Una descomplicada pareja de jóvenes, muy embluyinados, completaban la cuota degreiffiana en la reunión).  

Hubo lleno al final, pero para un evento de esta naturaleza ha debido ir más gente.  

Le cuento que su ilustre prima nos leyó la traducción que hizo don Otto de un soneto de Vivaldi. Y nos encimó la audición de un trozo de las siete, perdón, de las Cuatro Estaciones. No recuerdo bien cuál escuchamos porque en asuntos de música, yo ando todavía en la Sonora Matancera y en Los Panchos. (Bueno, digamos que fue La primavera, ¿quién me dice que no?). 

El libro sobre el tío que le enseñó a jugar ajedrez a usted, según lo recordó doña Ilse, resultó el más taquillero, copó la velada. Se presentaron otros seis interesantes libros pero De Greiff es De Greiff.  

Recordé que el maestro Otto una vez me recibió a regañadientes en su apartamento del barrio Palermo adonde fui a entrevistarlo por el premio de periodismo Simón Bolívar que le dieron por su andar cultural.  

No le interesaba ni poquito la entrevista pero al fin logré redondear una nota que no se ganará ningún premio. Pero conocí a su tío. ¿Pa qué más premio? 

No le alargó más el chico, pero le cuento que la velada terminó con el dueto de Hugo y Gilberto, quienes remplazaron a Vivaldi.  

Cuando iba a empezar el dueto de cuatro, yo toqué la retirada. Vi que el maestro Arias de Greiff, el papá de Eduardo, con un paraguas chiquito en la mano, de cinco mil pesos a lo sumo, igual al que cargo yo, también empezaba a poner pies en polvorosa, sin esperar las empanadas de iglesia, ni el buscapleitos licor oficial con que nos amenazó el anfitrión, don Iván Darío Cadavid, director de la Casa de Antioquia. 

Esperemos a ver si editan los comentarios de don Otto sobre las partidas de ajedrez de los grandes maestros que usted heredó. Me abro del parche, Odg 

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