

Daniel Samper Pizano
El pasado 23 de mayo la pediatra palestina Alaa al-Najjar, de 35 años, se hallaba trabajando en el hospital Gamal Abdel Nasser de la Franja de Gaza cuando oyó una explosión proveniente de Khan Yunis, distrito donde vivía con su marido Hamdi, también médico, y sus diez hijos. Angustiada, se preparó de inmediato para salir. Su cuñado Alí tuvo el mismo presentimiento y partió hacia la casa de sus sobrinos.
Pediatra palestina Alaa al-Najjar
Lo que encontraron superaba todos los dolores acumulados durante casi dos años de guerra. El techo y las paredes de varias viviendas se habían desplomado. Decenas de personas apartaban los trozos de hormigón, de ladrillo, de hierro, de madera, en buscar de sobrevivientes. Los bomberos intentaban apagar las llamaradas.
“Lo primero que vi me estremeció —relató Alí al diario londinense The Guardian—: encontré el cuerpo de mi sobrino Adam, de once años, tendido en la calzada entre escombros. Todavía respiraba. En el costado opuesto descubrí a mi hermano. Estaba vivo, pero le sangraban la cabeza y el pecho y había perdido un brazo”.

Cuando llegó la doctora Alaa al caótico escenario, los rescatistas recuperaban el cuerpo destrozado y quemado de su hija Revan. La médica pidió que le permitieran abrazarla por última vez. Toda la mañana esperó en vano a que aparecieran más sobrevivientes.
Por la tarde tuvo que bajar al anfiteatro a reconocer los cadáveres de sus hijos. Un colega suyo, el doctor Ahmed al-Farra recuerda la escena: “Alaa acudió a la morgue, alzó los restos de cada uno de sus hijos muertos, rezó por ellos y recitó versículos del Corán. Algunas médicas que la acompañaban se desmayaron de dolor, pero la doctora pidió paz para el corazón de todos y procedió a enterrar a sus hijos antes de acudir al cuidado de su agonizante marido”.
Tardaron largas horas en hallar los restos de los dos últimos niños sepultados bajo las ruinas que dejó el demoledor proyectil. Dos días después murió el doctor Hamdi.
El viejo hospital es uno de los pocos que se mantienen agrietados, pero en pie por los ataques del ejército y la aviación israelíes. De los treinta y seis que funcionaban hace tres años solo quedan diecinueve. Pese al cerco militar, que a veces deja el edificio sin electricidad ni agua, el pabellón de pediatría es uno de los más respetados de la región. Se hizo internacionalmente famoso por la dramática historia de Donia Abu Mohsen, de trece años, única viva de una familia palestina aniquilada durante un bombardeo en diciembre de 2013. Pocos días más tarde, cuando atendían a Donia en el Nasser, un obús israelí la destrozó.
Lejos estaba la pediatra al-Najjar de imaginar que unos meses después otro misil iba a pulverizar a su familia, como ha ocurrido con muchas otras de los dos millones de habitantes que tenía la Franja.
Los últimos meses han sido devastadores en el oriente medio. Más de cien civiles muertos en la última semana; miles más gravemente heridos. El origen de todo es histórico, y para tratar de entender la mutua destrucción hay que remontarse a los tiempos bíblicos y escarbar raíces. Pero los horrores más recientes se hicieron carne en octubre de 2023, cuando un ataque terrorista del grupo Hamas asesinó a más de 1.200 ciudadanos israelíes.
La venganza del gobierno de Benjamin Netanyahu no ha respetado leyes ni ha tenido contemplaciones tras veinte meses de castigo por cuenta de los soldados, los tanques, los drones y la aviación de Israel, Gaza ha quedado convertida un cementerio poblado por más de 54.000 muertos; 16.500 son menores de edad. Entre ellos se cuentan Yahya, Rakan, Adam, Ruslan, Jubran, Eve, Revan, Sayden, Luqman y Sidra, los hijos de la doctora al-Najjar.
La Franja es hoy un paisaje de destrucción: ruinas de casas, edificios, escuelas, tiendas, talleres, lugares de oración, oficinas del gobierno. El derecho de gentes no rige para los invasores. Más de cien civiles han muerto en la última semana, algunos mientras peleaban por un puñado de comida. Si hay posibilidades de atrapar a un criminal, Netanyahu no duda en sacrificar a cientos de inocentes… Los hospitales dejaron de ser santuarios. Según cifras de ministerio de Salud de Gaza, en febrero de 2024 fallecieron cinco pacientes cuando las fuerzas israelíes cortaron la electricidad en el hospital Nasser y otros trece en julio por la misma razón. La ONG Médicos sin Fronteras calificó al sanatorio como “un horror”.

Allí, sin embargo, médicos heroicos han salvado la vida a numerosos niños en medio condiciones clínicas miserables. Uno los más respetados profesionales ha sido la doctora al-Najjar, que curaba pequeñas víctimas en el hospital mientras criaba en casa a sus diez chicos entre los doce años y los seis meses. “La doctora sufría constante preocupación por los hijos, pero mantenía su serenidad profesional y su compromiso con los pacientes”, contó una colega suya. Los al-Najjar pensaban trasladarse dentro de algunos meses a Egipto, tierra originaria de la familia. Los niños mayores soñaban con acceder un día a estudios superiores y todos aspiraban a una vida tranquila después de años de sobresaltos.
La familia de doce miembros quedó reducida a dos: la madre y Adam, el hijo de once años, mal herido pero ya fuera de peligro. Su nombre significa “ser humano” o “persona”, tanto en la Biblia cristiana, como en la Torá judía y en el Corán islámico, las tres religiones hermanas que protagonizan buena parte de la violencia y casi todo el odio que ha desangrado la tierra durante los últimos siglos.
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