Los Danieles. Regalo navideño para Petro

Daniel Samper Ospina

Daniel Samper Ospina

El primer milagro de estas Navidades sucedió el lunes pasado, cuando el presidente Petro tomó su cuenta de Twitter y respondió un reclamo de María Fernanda Cabal con este trino: “Mmmmmmmmm”. He ahí a un estadista. A la frase ni le sobraba ni le faltaba una sola letra. Como nunca antes había sucedido, en aquel mensaje no aparecía un solo error de ortografía, uno solo de sintaxis. No dijo ni mu sobre la situación de orden público: más lacónico aún, dijo M. Por primera vez, además, no citó a los nazis ni propagó noticias falsas ni promovió la polarización, y si ello no simboliza un verdadero milagro navideño, entonces nada lo hace: ni que el ministro Bonillita consiga recuperar todo el dinero del giro con el que, por error, pagó la nómina estatal tres veces; ni que el canciller Leyva deje de gritar a las mujeres; ni siquiera que en el Congreso de Circombia sucedan escenas que no causen estupor. La de esta semana la protagonizaron los senadores Jota Pe Hernández e Inti Asprilla. El senador Inti —que en términos de destreza intelectual no es propiamente Carlos Gaviria— defendió la legalización de la marihuana citando extractos de canciones de reguetón: recitó desde el atril principal, como si fuera un poema de Garcilaso de La Vega,  “Pasamos por el barrio por hierba, ponla en la cuca… para que se disuelva” sin que casi nadie comprendiera de qué hablaba: si de la cita de una canción o de un consejo personal. A pesar de semejante defensa, el Senado votó en contra de la legalización con lo cual el senador Jota Pe Hernández, súbitamente, se transformó en delantero del Junior: corrió de un extremo al otro del Capitolio con los brazos en alto, mientras daba brincos, lanzaba gritos y se lanzaba el escudo del blazer. Por poco saca Maizena. Por poco se desvanece en la curul como el papá de Lucho Díaz 

Porque ese es el nivel, amigos: así es la vida en Circombia. Para que comprendan nuestra dimensión, en los agónicos titulares de fin año se pueden leer noticias como estas: falso príncipe árabe engaña a la alta sociedad, incluyendo al director de la policía; cae una delincuente cuyo alias oficial es La bebecita del crimen; trasladan al cantante y exsenador Arturito Char a un batallón en el Atlántico que, en un involuntario acto de descaro y de cinismo, se llama El Paraíso. Arrestan a Ciro Ramírez y Álvaro Uribe escribe un trino tan solidario como incriminatorio en que lo lamenta antes de advertir que  “a eso lleva la maldita mermelada”: que lo diga Yidis Medina. Y el presidente sugiere quitar la letra i de la palabra “ilícito” para que nos fijemos en lo lícito.

De ahí, pues, que el luminoso trino de Petro pareciera un milagro de la Navidad. 

Mi formación religiosa deja mucho que desear. En ella tuvo una lamentable incidencia directa mi papá, por encima de mis tías. Por eso —lo confieso— no he sido lo suficientemente piadoso como para merecer una parcela en el Paraíso —ojalá en celda distinta a la de Arturito Char—. Con las novenas me sube a flote un sentimiento de indiferencia que se convierte en desidia y posteriormente en desesperación. Para el 21 de diciembre no soporto un villancico más. Para el 23 me dan ganas de contratar a la Bebecita del crimen para que amenace a quien entone, entusiasta, el coro de Tutaina, cuya letra, vale decirlo, no tiene sentido alguno y debería ser revaluada.

Pero haber observado aquel milagro decembrino me hizo reflexionar y me convirtió en otro: es época de paz, de paz total, si se quiere; y es este buen momento para volver a creer en nuestras tradiciones religiosas y para estar en familia: como Álvaro Leyva cuando la Cancillería lanza una licitación.

De modo que, como no me sucedía desde la infancia, este año fui el primero en madrugar a instalar el pesebre. Es verdad que la política me obsesiona y que por momentos no me da respiro. Pero, juntando una cosa con la otra, y a modo de reconciliación con quienes inspiran mi crítica principal, quise brindarles un homenaje navideño y con ayuda de revistas y periódicos confeccioné un portal de Belén protagonizado por ellos mismos.

Así que sobre la cara de San José puse un recorte de la de Petro (y le pinté con esmalte escarlata un ayayay en la rodilla). Hice lo propio sobre la Virgen con una silueta recortada de doña Verónica, con su vestido papal. En el nido de paja acosté a Nicolás con la advertencia de que San José no lo crio, y a su lado, para que lo calentara con su vaho, al lado ultraderecho  recosté a María Fernanda Cabal y al lado derecho a Jota Pe Hernández: paradójico ubicar como burro a alguien que se opone a la marihuana.

Aproveché la barba blanca de Benedetti para que protagonizara a Baltasar con un cofre con oro avaluado en 15 mil millones de pesos. En efectivo. Metí al hermano de Petro como Melchor, con la bata de paciente y todo, y lo mandé a gestionar votos de Barrabás y otros ladrones. Reemplacé a Gaspar por Judas Iscariote y en ese lugar coloqué a Uribe.  Acomodé el retrato de Laurita Sarabia en una casucha campesina de cartón paja en cuyo sótano se alcanzaba a observar a Marelbys. Tome la foto en que el ministro Velasco explora las amígdalas del ministro de Salud, y al uno lo puse de pastor, y al otro de animal: diferente del pastor Saade, a quien agregué de una vez como pastor animal. 

Sobre ese mismo pesebre, elevé entonces mis oraciones y pedí favores al Hijo Amado que no es, aclaro, el del canciller. 

No pedí para mí. A diferencia de Nicolás Alcocer, no soy persona de lujos como para implorar al Niño Dios por unos tenis D&G o una pulsera Cartier: semejante joyita.

Pedí, en cambio, que al presidente le vaya bien: porque si su gobierno continúa en el vertiginoso ritmo de su despiporre, al final nos toparemos con la elección de Mileidi Cabal mientras un victorioso Jota Pe Hernández —futuro ministro del gabinete— la abraza entre brincos en el acto de posesión, mientras se toca las partes mirando hacia las graderías, como el Dibu Martínez en el Mundial.

Escribí un listado de regalos para que el mandatario humano mejore en 2024: un despertador. Una greca grande, para su café de las mañanas. Una gasa por si se le cae la costra de la rodilla: sería la segunda franja de gasa de la que habla. Un curso de ortografía. Un regulador de voltaje. Un seguro de salud por si aprueban su reforma. Un celular con un software de autodestruccción (como el que tiene el Pacto Histórico). Y un curso de yoga para que el “Mmmmmm” de su trino milagroso sea una forma de meditación y nunca más esciba cosas sin sentido: como el coro de Tutaina. 

Feliz Navidad para todos. 
 

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Directores Orlando Cadavid Correa (Q.E.P.D.) y William Giraldo Ceballos. Exprese sus opiniones o comentarios a través del correo: [email protected]