

Enrique Santos Calderón
La crisis diplomática con Estados Unidos se agudiza, sin que sepamos en qué pueda terminar. No se llegará a una ruptura de relaciones, pero sí es la situación más tensa de los últimos años entre Washington y Bogotá.
Recuerda las épocas turbulentas del gobierno Samper, cuando este fue despojado de su visa estadounidense en medio de los escándalos sobre la penetración del narcotráfico en la política. Y no es del todo descartable que también Petro se quede sin visa. Por motivos y circunstancias muy distintas, ciertamente, pero lo desolador es que hayamos regresado a una situación parecida.
El antecedente más inmediato de este “impasse”, para hablar en diplomático, fue la aireada negativa de Petro en enero a recibir a los deportados colombianos que enviaba EE. UU. y su rápida reculada ante la furiosa reacción de Trump. Este proclamó la retractación como una victoria personal y la tensión se disipó. Pero no por mucho tiempo. La aversión ideológica entre ambos gobernantes es muy grande y sus destempladas retóricas mutuas aseguraban futuros choques.
Ahora tenemos el de la anunciada cancelación de visas de funcionarios del gobierno de Colombia que hayan tenido vinculación con grupos armados y la exigencia del jefe de la diplomacia gringa, Marco Rubio, de que se desmientan afirmaciones “reprobables e infundadas” de que su gobierno ha conspirado para derrocar al de Petro. En un calenturiento discurso hace meses en Cali, Petro mencionó a Rubio como parte de una gran coalición de la ultraderecha continental para sabotearlo, y varias veces se ha referido al papel de Estados Unidos. El displicente desmentido se produjo, por supuesto, pero las fricciones no cesarán. Ni tampoco, me temo, los desaciertos de la política exterior del Gobierno.
En el reciente foro internacional de Sevilla, el presidente Macron le dio al nuestro una sutil lección sobre la inelegancia de sentirse sobrado. No le sobraría otra, sobre vestimenta y protocolo, porque no se veía bien en esa guayabera sudada, en medio de la sobriedad encorbatada de los más de cincuenta jefes de Estado presentes. Por su parte, el conocido colombianólogo Michael Schiffer advirtió en días pasados que el afán de Petro de proyectarse como el líder latinoamericano que sí enfrenta a Trump lo lleva a perder perspectivas.
El estilo imperial y arrogante de Trump es duro de soportar, pero más duro es cazar peleas que no se ganan y le salen caras al país. Petro ha dicho que no se arrodilla y no tiene que hacerlo, para desescalar una crisis que desembocará en la descertificación y en quién sabe qué otras medidas punitivas. Dentro de poco sabremos en cuánto se “rebosó la copa” con Estados Unidos.
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¿Será que pronto estaremos anhelando a Laura Sarabia? Es muy posible, si se tiene en cuenta que al despacho de la renunciada canciller están llegando personajes tan penosos como el “pastor” Alfredo Saade, ahora flamante director de la Oficina de Pasaportes, cuya descarada adulación del presidente fue premiada con su designación como jefe de Despacho.
En su carta de renuncia, Sarabia le dice a Petro que no comparte decisiones que se han tomado y no puede acompañar el rumbo que está tomando el Gobierno. No detalla sus críticas, pero es obvio que el nombramiento de Saade le supo a cacho. Para no hablar del de Armando Benedetti, que la ofendió y despreció en su momento. Como también lo hizo Álvaro Leyva, con quien curiosamente hoy coincide en su alejamiento de Casa de Nariño. Vueltas que da la vida.
El hecho es que la mujer que era la confidente y más cercana asesora del presidente le dijo que no va más. ¿Por qué? ¿Por qué asegura que no puede compartir el actual rumbo institucional del Gobierno? Más allá de tal o cual nombramiento, debe explicar las razones más profundas de su decepción y contar lo que pasa. Es lo importante y lo que la gente espera. Salvo que su amistad y sentido de lealtad con Petro pesen más que la responsabilidad que dice sentir con su conciencia y con su país.
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Solo en Colombia se produce una historia tan aberrante e insólita: el sicario que en abril de 2024 asesinó en Cúcuta al periodista Jaime Vásquez dice hoy que no le han pagado por su trabajo y presiona a un defensor del pueblo que le asignaron para que le ayude a cobrar “lo suyo”. El criminal menciona como sus deudores a nadie menos que el gobernador de Norte de Santander, al alcalde de Cúcuta y a un contratista que está preso por delitos de abuso sexual infantil. Un caso para Ripley.
Jaime Vásquez era un veedor ciudadano y corajudo periodista dedicado a investigar y exponer casos de corrupción política y administrativa en Norte de Santander. Fue abaleado en un café de Cúcuta por un sicario apodado el Cojo, de nacionalidad venezolana, capturado poco después junto con otros miembros de una tenebrosa banda criminal vinculada al Tren de Aragua.
Vásquez había anunciado en su página de Facebook que iba a denunciar serias corruptelas en la Asamblea de Norte de Santander y dos días después fue asesinado. Los autores intelectuales siguen libres y solo falta que ahora el sicario “estafado” resulte misteriosamente recompensado. O muerto.
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