
Enrique Santos Calderón
¿Es viable un país sin carreteras? Siempre me pregunto lo mismo cada vez que veo el eterno suplicio de transportadores y camioneros, sometidos a todas las desventuras que se desprenden de la indómita geografía colombiana. Derrumbes, deslizamientos, bloqueos, puentes quebrados, “pescas” criminales, atracos guerrilleros… No hay otro país del continente donde sea tan complicado —y peligroso— desplazarse por tierra de una región a otra.
Solo puedo admirar el tesón de estos titanes del timón, que todos los días conducen sus pesadas cargas —con los productos que nos alimentan— a través de páramos y trochas. Es cierto que se ha avanzado y pavimentado mucho, pero estamos lejos de tener una infraestructura vial que responda a las necesidades del país.
De los 140 mil kilómetros de vías terciarias que tenemos, solo el 20 % está en buen estado según el presidente de las SAC, Jorge Bedoya. Y si se trata de “autopistas”, ahí está la increíble y triste historia de la del Llano, que se supone que conecta a la capital con su despensa agrícola.
¿Cuántas veces se ha acometido esta obra esencial? ¿Cuántos billones se han enterrado sin lograr que el trayecto Bogotá-Villavicencio, que no debería demorar más de tres horas y media, no sea un calvario interminable para viajeros, pasajeros y camioneros? ¿Una ingeniería nacional deficiente? ¿Contratistas avivatos y mediocres? ¿Un problema de corrupción endémica? ¿Siempre culpa de la naturaleza y la geología? ¿Simple incapacidad estatal?
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Sabemos que la violencia en Colombia está ligada al aislamiento de tantas zonas donde no hay autoridad ni Estado. Pero nada que se logra integrar a ese otro país —la “Colombia profunda” que tanto mencionan los sociólogos del conflicto— y mientras no se lo incorpore a la economía y a las instituciones, serán otras leyes y poderes los que allí rijan. “El nombre de la paz es carreteras”, me insistía desde los años ochenta, en las épocas duras del Magdalena Medio, el entonces coronel Farouk Yanine Díaz, eficaz comandante militar de la región (ya fallecido), quien explicaba con mapas y lujo de detalles cómo la guerrilla se nutría de la ausencia de vías de comunicación.
Desde otra perspectiva, en esa misma época, el inolvidable colombianólogo e historiador inglés MalcolmDeas, me comentaba que este país era singular porque lograba mantener un sistema democrático en medio de una violencia crónica y una gran fragmentación nacional; que en Colombia se podía fundar una guerrilla en un garaje y al día siguiente una contraguerrilla en otro garaje contiguo. Anotaba con su habitual ironía que aquí el Ejército era sin duda represivo, pero de una manera muy institucional y republicana.
Todo esto se me viene a la cabeza viendo la sin salida de la política de paz de Petro. Desbordada, como ha ocurrido en anteriores gobiernos, por la complejidad de un conflicto que combina a una guerrilla y a un paramilitarismo narcotizados, instalados hace décadas como poder local en los territorios que controlan, donde aún matan y extorsionan a sus anchas. La expansión de un grupo como el Clan del Golfo, hoy presente en 24 departamentos, revela una alarmante implantación regional de organizaciones criminales. Con todo lo que esto representa como amenaza para la ciudadanía y reto para el Estado.
Sobra agregar que para frenar este peligro se requerirá algo más que carreteras.
P.S.1: El Premio Nobel de Paz para la valiente María Corina Machado fue otro golpe para la desvencijada imagen de Nicolás Maduro. Pero para el vigoroso ego de Donald Trump, que exigió en todos los tonos que fuera para él, debió ser devastador. Quedó mudo y no se digno llamar a María Corina para felicitarla. Hay que saber perder, Donald.
P.S.2: Leguleya y nada convincente la decisión (aparentemente inválidada) del Tribunal Superior de Bogotá de tumbar la consulta interna del Pacto Histórico. Petro puso el grito en el cielo y no le falta razón. Más allá de los incisos o normas legales que se invoquen, impedir que los sectores gobernistas escojan en consulta a su candidato presidencial tiene un sabor poco democrático. En cambio, me pareció bien encaminada la sentencia del Consejo de Estado limitando y regulando las alocuciones presidenciales por los canales públicos y privados de televisión. No hay que abusar de la pantalla, Gustavo.
