Los Danieles. Luz en el Lolita Express

Ana Bejarano Ricaurte

Ana Bejarano Ricaurte

Jeffrey Epstein es tal vez el pedófilo más famoso del mundo. Seguramente habrá muchos iguales y otros peores, pero pocos sobre los que hubiese caído con igual fuerza el ojo mediático. Es tal lo escandaloso de su red de criminalidad que no hubo rincón del planeta que no se enterara. 

Los reflectores se encendieron con la periodista Vicky Ward, quien fue comisionada para escribir un artículo sobre el enigmático millonario en la revista Vanity Fair, pues nadie sabía muy bien a qué se dedicaba, pero sí con certeza que tenía acceso a los círculos más poderosos de la tierra. Al adentrarse al perfil, Ward se topó con dos hermanas que alegaban haber sido abusadas por Epstein cuando eran menores de edad. Ese primer impulso investigativo no fue publicado por cuenta de las presiones que ejerció efectivamente el pedófilo, pero fue el inicio de una cascada de mujeres que se decidieron a contar sus historias. 

Lo que sostuvo Epstein fue una pirámide de abuso sexual, como lo llamó la justicia gringa. El esquema, aupado por su cómplice Ghislaine Maxwell, la otra violadora y además proxeneta, consistía en buscar adolescentes con apremios económicos y poco control parental para invitarlas a masajear a Epstein. Muy pronto el masaje se convertía en horrendos abusos. Esas chicas después eran contratadas también para buscar más víctimas.  

Epstein regó su violencia por distintas ciudades del mundo, pero fue su casa en Palm Beach, en la Florida, uno de los centros de torturas predilecto. En esa ciudad hubo denuncias en su contra desde el año 2005, las cuales logró acallar con un trato oscuro con la Fiscalía local liderada por Alexander Acosta, quien después sirvió como ministro de Donald Trump.  

En 2019, tras años de lucha de las víctimas, un juez federal acusó a la Fiscalía de Palm Beach de conspirar con Epstein para evadir a la justicia y se reabrió el caso. Para ese entonces ya era claro que tanto tiempo de horrores silenciados y permitidos también era porque parte del sistema de Epstein y Maxwell se paraba sobre los hombros de la cantidad de señores poderosos que visitaron sus casas de explotación sexual. 

Trump, el príncipe Andrew de Inglaterra, Bill Clinton y muchos otros frecuentaron a Epstein, aunque negaron haber tenido acceso a menores de edad. Virginia Giuffre, una de las víctimas más valientes, reiteró sus denuncias contra el príncipe, así como algunos trabajadores de sus hacendados perversos. Eventualmente la casa real británica le quitó los títulos al delfín acusado de pedofilia e incluso fue abucheado varias veces durante el funeral de su madre, la reina Isabel. 

La develación de semejante horror en el cual podrían haber sido partícipes tantos hombres poderosos fue una gesta de años de abogadas, víctimas y periodistas corajudas, que enfrentaron toda clase de presiones, violencias y persecuciones. 

Una de las fortaleza del caso federal en contra del pedófilo y sus cómplices era el transporte de las menores traficadas en el avión que el mundo conoció como el Lolita Express. Los viajes entre estados gringos y otros países aumentaba el ámbito y gravedad de la ofensa. El apodo era una referencia al relato literario de Vladimir Nabokov sobre la relación de un pedófilo con su hijastra de 12 años. Como suele pasar en estos casos, una broma ligera que facilitara hacer la vista gorda sobre el esquema de abuso que permitía transportar.     

Era tal la presión sobre Epstein y los señores cuyos secretos guardaba, que el 10 de agosto de 2019 fue encontrado sin vida en la prisión federal donde estaba recluido para esperar al juicio. Su hermano disputó las alegaciones de suicidio de las autoridades. El caso es que su muerte solucionó el problema de muchos otros pedófilos poderosos y encubiertos. 

Por todo eso —porque las relaciones con Epstein podían trascender de meros encuentros sociales y convertirse en crímenes de tráfico sexual de menores— magnates, políticos y profesores renombrados han tenido que salir a explicar cómo lo conocieron, por qué lo frecuentaban y en qué consistían esas reuniones. 
 

Por eso son insuficientes las explicaciones del expresidente Andrés Pastrana sobre sus contactos con Epstein. Claro que a Pastrana no lo han sindicado de ninguna agresión sexual, pero no ha explicado aún cuál fue el alcance de su relación con ese traficante de menores. En un comunicado del 14 de agosto de 2019 contó que lo conoció en la “cumbre de los logros en Dublín” y afirmó que nunca viajó a la isla Little St. James, otro de los centros de tortura. En entrevista esta semana con Caracol Radio dijo que no era su amigo y que en esos vuelos nunca hubo menores de edad. 

Faltó que explicara el resto: en qué consistía su relación con el pedófilo, cuántas veces lo frecuentó, si alguna vez observó la presencia de menores y en qué consistía su cercanía con Maxwell, a quien trajo a Colombia en marzo de 2007 a un evento en Cartagena. Si este caso ha puesto a poderosos de la talla de Bill Gates a hablar, alguien tendría que preguntarle al expresidente por las explicaciones que aún no ha dado.  
 

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