Los Danieles. El sobrevuelo del cóndor

Ana Bejarano Ricaurte

Ana Bejarano Ricaurte

Son extraños los tiempos de este neoapocalipsis global. Pareciéramos empecinados en repetir recetas para el desastre. Recetas que el mundo ya probó, comprobó su toxicidad, rechazó enfáticamente, para ahora volver a ensayarlas. Regresa el fascismo al planeta, con otras caras y desde diferentes latitudes, pero se emplea el mismo libreto de 1933 y también se despierta el fantasma de la Operación Cóndor sobre América Latina.

El Plan u Operación Cóndor fue un esquema de represión política y terrorismo de Estado que adelantaron desde mediados a finales del siglo pasado varias dictaduras latinoamericanas con el apoyo de Estados Unidos. En medio de la Guerra Fría con la Unión Soviética, los gringos querían evitar que esparcieran por su continente los cantos comunistas y socialistas.

La mano negra de las dictaduras de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Brasil, Perú y Ecuador sirvió para asfixiar a la sociedad civil y cometer todas las formas posibles de criminalidad del Estado para perseguir lo que consideraron como disidencia, que se redujo a cualquiera que pensara o pareciera distinto.

Desde Colombia, el presidente Julio César Turbay Ayala coqueteó también con el Cóndor, en quien inspiró el Estatuto de Seguridad, la política pública que peores y más flagrantes violaciones a los derechos humanos ha permitido desde la existencia moderna de la República.

Venezuela —paradójicamente, si consideramos el estado actual de las cosas— se convirtió en un refugio a salvo del Cóndor; el rincón caribeño a donde fueron a parar perseguidos de todas las nacionalidades y en donde encontraron sosiego de la toma fascista que se apoderó de América Latina.

Décadas después, el continente entero lamentaba las consecuencias del plan. El Cóndor contribuyó al afianzamiento de las dictaduras que imperaron por años o décadas en distintos países; impulsó la insurgencia y dio justificación a quienes se alzaron en armas; alimentó dinámicas de pobreza y desigualdad, y además representó un gasto de recursos y tiempo que resultaron en una mala inversión para los Estados Unidos y, lo peor, no trajo paz.

Fuerzas democráticas en el norte del continente han reconocido y rechazado el nefasto legado que dejó el Cóndor para su propio país. El senador por el estado de Vermont, el legendario Bernie Sanders, ha rechazado enfáticamente la tradición intervencionista: “Henry Kissinger fue uno de los secretarios de Estado más destructivos en la historia de este país”, sentenció hace años en un debate con Hilary Clinton. Kissinger, uno de los gestores del apoyo gringo al Cóndor, impulsó y financió varias de las operaciones militares que enterraron las democracias latinoamericanas.

Y como estamos en épocas de reciclar desastres, los ataques del Departamento de Guerra de Washington contra lanchas en el Pacífico y el Caribe tienen sus semejanzas con las intervenciones del Cóndor en los setenta. Está vez sin sofisticadas estratagemas para esconder el apoyo, sino de frente y con videos que permiten verificar la violación del derecho internacional humanitario en vivo.

Además, el Cóndor de estos tiempos encuentra unos vientos que parecen justificarlo más que antes y es que en Venezuela sí hay una dictadura corrupta, que tiene sumida a su pueblo en la pobreza y el hambre; que ha generado la diáspora latinoamericana más grande de la historia y que además se hace llamar socialista.

En los círculos de poder se comenta que varios actores gringos con intereses en América Latina prometen que el dictador no pasa de diciembre porque viene su caída. Y confieso que me confundo entre el repudio por la revigorización de la tradición intervencionista y el deseo de que Maduro caiga y, ojalá, pague por sus crímenes. El chavismo se ha opuesto a todos los ofrecimientos y posibilidades de una transición pacífica hacia la democracia, o por lo menos hacia el fin de la tiranía.

Además, la excusa de la soberanía es absurda, pues la soberanía no pertenece a los gobernantes, sino a sus pueblos, que actúan en virtud del mandato que le dio la gente. Maduro no tiene ningún mandato, pues allá el pueblo no es soberano desde que el chavismo derribó por completo la institucionalidad. ¿No les da vergüenza a quienes dicen que deberá respetarse el derecho de los venezolanos a elegir cómo salir de esta crisis, cuando esa garantía la perdieron hace décadas?  

Pero el negocio de cambio de regímenes a la fuerza ha resultado muy malo para los pueblos “liberados” y la evidencia es amplísima. En este caso, el Cóndor, si quiere ser efectivo, tendría que caer no solo sobre el tirano sino sobre toda una clase política que lo mantiene ahí. La avanzada gringa en Venezuela podría además darle excusas al presidente Gustavo Petro para destapar y ejecutar sus intenciones autoritarias sin seguir disfrazándolas de constituyente.  

Algunas teorías, más del lado del chisme que de la ciencia, explican que a los estadounidenses les decimos gringos porque, durante la guerra con México, la población civil les gritaba para que se devolvieran a su casa, y lo hacían en las pocas palabras en inglés que podían: “_green go home_”. Green por color verde de su uniforme.

La palabra y el sentimiento se generalizaron por el resto del continente, sin que hoy, medio siglo después del aterrizaje del Cóndor, contemos con poder alguno sobre el rumbo que emprenda, pero siempre quedamos bajo la sombra de sus alas.

Sobre Revista Corrientes 4742 artículos
Directores Orlando Cadavid Correa (Q.E.P.D.) y William Giraldo Ceballos. Exprese sus opiniones o comentarios a través del correo: williamgiraldo@revistacorrientes.com

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*