La deuda sofoca el sur global

Las altas tasas de interés de préstamos del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial generan rechazo en los países más pobres.

Editorial

Por primera vez en lo que va de siglo, los países en desarrollo han devuelto más préstamos de los que han obtenido. El Banco Mundial señala en su informe anual sobre deuda la preocupante tendencia a una reducción de la financiación internacional de los países más pobres. Las caídas han sido particularmente intensas en los fondos provenientes del sector privado, que se desplomaron un 33% y se han situado en mínimos desde 2011.

Los nuevos préstamos se han visto además sometidos a un tipo de interés más alto, siguiendo así la senda de las subidas ejecutadas por los principales bancos centrales del mundo. En otras palabras, a una menor financiación se le suma un mayor coste. Esta es una circunstancia que añade presión a Estados que, como Angola o Nicaragua, ya se habían visto muy perjudicados por la crisis de los precios del gas, el petróleo y los alimentos a consecuencia de la invasión de Ucrania, de modo que buena parte de los magros recursos que acumulan, sobre todo los más empobrecidos, se le escapan entre pagos financieros, alimentarios y energéticos. Mozambique, por ejemplo, dedica a la deuda exterior el 37% de su economía.

La combinación de las subidas de tipos, la apreciación del dólar estadounidense y la caída de la nueva financiación da como resultado un notable incremento de este servicio de la deuda, es decir, del dinero que los países afectados deben dedicar a pagarla. Esa magnitud, de hecho, se ha situado en máximos históricos —con más de 443.000 millones de dólares anuales— y con la perspectiva de seguir creciendo en los próximos años. Este contexto de fuertes restricciones financieras y de altos precios en los mercados internacionales debe llamar la atención de los responsables de la estabilidad financiera global. Aunque estamos lejos de asistir a una cascada de impagos, la creciente carga de la deuda en el sur global puede afectar a todo el sistema financiero, como ya ocurrió en los años ochenta y noventa del pasado siglo, si no se establecen medidas de apoyo y vigilancia.

Un excesivo servicio de la deuda implica, además, desviar capitales que deberían destinarse a educación, sanidad e infraestructuras, con lo que se compromete seriamente el progreso de muchos países. Los efectos perversos no acaban ahí: sin financiación suficiente, las inversiones para la transición energética también corren peligro. Se comprometen de esta manera los objetivos climáticos que, de no cumplirse, provocarán consecuencias que no conocen frontera alguna.

Tampoco la geopolítica está a salvo. La guerra de Ucrania y las divergencias enel tratamiento por parte de las potencias occidentales de la guerra en Gaza han puesto en entredicho los principios básicos sobre los que se asienta el orden internacional. Los países con menos recursos están pagando un alto precio por los efectos económicos de ambos conflictos, y si la actual gobernanza mundial no moviliza cuantas herramientas pueda para aliviar algunos de esos costes, es poco probable que los más pobres mantengan sus ya menguantes apoyos diplomáticos a los más ricos. Se ensancharía así la brecha entre Occidente y el resto del mundo y la principal beneficiaria sería China. Para evitar este desenlace, será necesaria una actuación rápida y coordinada desde la cooperación y la financiación internacional para el desarrollo.

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