Por Óscar Domínguez G.
Hace una treintena de años, nos encontrábamos en las madrugadas, de lunes a sábado, entre cuatro y cinco de las mañana. A esa hora infame, con los ojos en la trastienda, nos recogía el jeep de El Espacio de don Jaime Ardila. El hombre que “tenía la piel por casa” mataba la última chicharra antes de subirse al vehículo.
Una vez en la redacción, el caleño Henry Holguín, El Enano, o El Verdugo, dos de sus seudónimos, entraba en una especie de éxtasis gracias a su imaginación desbordante. Se sentaba y en cuestión de minutos estaba lista la crónica de primera. Que fuera cierta o no, era otro cantar. Sus notas eran rabiosamente ágiles, novedosas, insólitas, inverosímiles, vendedoras, bien escritas.
Cuando el tema era de baranda, las puñaladas que narraba tenían su dosis de belleza.
En la mañana del viernes del siete de diciembre llegó como siempre a su periódico Extra, de Guayaquil, donde trabajó 25 de los 50 años que ejerció como reportero. Un infarto de miocardio se llevó al Editor General del periódico donde impuso su estilo de “sensacionalismo sin amarillismo” que no pegó en Colombia.
Su reloj biológico se detuvo a los 63 años. Si las matemáticas no fallan, a los 13 años empezó sus amoríos con el periodismo, siguiendo los pasos de su mamá, Margarita Cubillos, otra gran cronista que hizo carrera en Cromos.
Henry vivió de una vez muchas vidas. Su destino de periodista tuvo esta divisa, según recordaba el diario Extra al dar la noticia de su fallecimiento: “Nuestro deber es gritar donde otros susurran”.
Una de sus facetas fue la de cazador de talentos, incluido el patojo Fernán Martínez Mahecha a quien arropó en sus primeros escarceos periodísticos en la crónica roja.
Citado por el periodista Guillermo Romero, Martínez – también cazador de ingenios- comentó que las crónicas de Holguín “le ayudaban al cien por ciento a los más avezados investigadores del momento”.
Daniel Samper Pizano incluyó su crónica “San Pablo: pueblo tomado” en su antología de mejores trabajos.
A este activista del signo libra (14 de octubre, de 1949) le alcanzó la cuerda para hacer política, sacar 140 mil votos en una elección para la alcaldía de Cali, armar polémicas, coleccionar baipases y balazos, escribir novelas – una de ellas lanzada hace poco- , casarse seis veces. Ennietecer.
Al hombre que se jactaba de haber tenido el cuidado de no conseguir plata, y que trabajó para conseguir una muerte digna, lo conocieron, soportaron y admiraron en las redacciones de Cromos, Antena, El Espacio, El Caleño, Radio Super, entre otras.
Hace unos años, por puro azar (uno de los alias de internet), lo localicé en su diario de Guayaquil. Intercambiamos información sobre nuestros prontuarios. Le pedí chanfa, me la barajó. Me indemnizó con una sorprendente autominibiografía. Comparto con los lectores apartes de su descarnado testimonio-testamento de vida:
YO, HENRY HOLGUÍN
Sigo siendo el mismo jipi que conociste en el furgón de El Espacio, a la media noche andando a tumbos por las calles de una Bogotá que ahora no existe. Es decir, que aún no tengo casa pues tercamente sigo afirmando que mi casa es mi piel y por lo tanto soy como esos cangrejos ermitaños que cargan con su casa adonde van.
Tampoco he querido hacer plata. He trabajado para tanta gente que lo único que tiene es eso, que no me gusta el ejemplo y prefiero la adrenalina de la angustia de levantarme a veces sin p’al almuerzo. Tampoco he tenido nunca chequera ni tarjeta de crédito, pues pienso con Bretch que es peor delito fundar un banco que asaltarlo. Guardo mis escasos dolaritos debajo del colchón, como mucha gente en este país.
Eso sí, he sido un padre y marido responsable que a cuatro de sus seis esposas les ha dejado casa propia y amoblada en el momento de la separación. Es decir, una filosofía medio maricona, pero qué carajo. Yo soy así, o tanta marihuana que fumé en aquellas épocas me volvió medio huevón. Lo cierto es que subsisto haciendo prácticamente lo mismo que hacíamos en aquellas épocas.
Ahora no soy reportero sino Editor General, es decir, que me dedico a sacarle la madre a unos pendejitos principiantes, como hacían con nosotros los Fabiorincones de ese entonces. Por una casualidad que no me explico, una vieja fórmula sensacionalista que había craneado en Colombia y donde- gente sensata- nadie quiso pararle bolas, la propuse aquí, la aceptaron y funcionó.
El resultado es que creé un monstruo enorme que produce muchos millones de dólares al año (para los dueños, claro). Vendo en los días normales 220 mil ejemplares en promedio con un nivel de lectoría de 10 por diario, (es decir una decena que lo leen todos los días pero no lo compran. Si lo hicieran, a lo mejor los dueños, a quienes les cambié la vida, me subirían el sueldo.) Los lunes, subo a 340 mil y más por una sección de viejas viringas que se llama Lunes Sexy. Manejo «con puño de hierro» – diría Jaime Ardila, El Bueno- un equipo de muchachos muy bueno y por lo tanto no tengo que esforzarme mucho.
Me he vuelto cínico. Es lógico. Trabajé con Consuelo de Montejo, alma bendita, y con Alberto Uribe. En lo personal, mi vida hasta ahora ha sido un fracaso. He tenido buen cuidado de no triunfar nunca, de dejar todo a medias, de amar sin que me amen. He escogido cuidadosamente a mujeres que puedan hacerme el mayor daño, escribo siempre cosas que me causan enemigos, líos, atentados y esas cosas.
Como consecuencia, a los 58 años, con 6 matrimonios, 7 balazos, 9 atentados, sumados a cosas como caídas en altamar borracho a media noche, un paracaídas que no se abrió y dos cornadas que me destrozaron el corazón, no me siento viejo sino usado.
Siento que el problema no es de edad sino de kilometraje y que ha llegado el momento de parar el tren y voltear a ver los heridos que han quedado en el camino. Nací oveja. Tengo la teoría de que nacemos guepardos u ovejas, y que quienes nacemos ovejas destinadas al festín de algún guepardo HP, tenemos que usar la piel del guepardo para no dejarnos joder.
Es decir, que también he hecho daño conscientemente. Solo para defenderme he disparado un par de tiros y tengo en el buche, como dicen los ecuatorianos, una que otra «corvina». Pero aun siento que quedan algunas cosas buenas dentro de mi y te lo juro que estoy tratando de cambiar, para conseguir lo único a lo que puede aspirar un sobrado de tiburón como yo: una muerte digna.
Me casé muy joven, a los 18 años con una niña de 14 que me dió una hija. Se fue para Venezuela y – como a todas las que han vivido conmigo, le fue bien en la vida pues tengo una espalda la HP- y recibió una herencia enorme, de la que, de acuerdo a la absurda ley eclesiástica, me correspondía la mitad por habernos casado en matrimonio católico.
Obviamente, renuncié a la herencia y ella viajó con mi hija quien para esa época era una bella niña, abogada y periodista, a los Estados Unidos. Luego me casé con Raquel, madre de dos de mis hijos: Marcela, mi consentida, quien es una afamada periodista aquí en Guayaquil y organiza todos los años aquí, en Perú, Argentina y Venezuela la Feria del Libro y la Feria Internacional de Turismo, ( Fite).
Me ha dado dos nietos divinos, rubios y ojiazules lo que me hace sospechar bastante pues los maridos han sido oscuritos. Mis nietos son mi adoración, especialmente una pelirroja de cinco años que se cree Paris Hilton. Lo único es que joden mucho, se aparecen cuando uno menos los espera, generalmente cuando estás viendo CNN, y te obligan a cambiar a Bob Esponja o a ese dinosaurio maricón del Barney y cosas así. El otro hijo tiene 29, es un publicista y tiene la decencia de vivir lejos de mí, con un nieto que aun no conozco.
Después de que me separé de Raquel- una buena mujer y tal vez la única que me ha amado de verdad, es decir, que está completamente loca-, me fui a vivir con una bella caleña llamada Ana Milena Henao. Se la quité a Diego Betancur, el del MOIR, el hijo de Belisario. Desgraciadamente, estaba ya contaminada y por más que lo intenté no pude quitarle lo estalinista y en las peleas terminaba echándome en cara que solo era un «liberaloide burgués».
Al final me mamó y me fui a vivir con una teniente del ejército ecuatoriano, altísima y con un cuerpo de diosa, heroína del Cenepa en la guerra con el Perú y quien me sometió 6 años a una disciplina militar. Me pegaba. Sí, literalmente, no te rías, huevón. Era experta en artes marciales y me daba unas maderiadas de espanto. Logré separarme bajo amenazas de muerte.
Por último viví con una culicagada de 17 años a quien saqué de una de las invasiones que yo mismo organicé cuando era político, le enseñé a usar los cubiertos, los tacones, la llevé al exterior y por último la traje aquí a Guayaquil donde la tenía estudiando veterinaria y criándole un hijo. A los ocho años se fué con un albañil de 27 años y pinta de Clark Kent a quien yo mismo había contratado para que me tapara unas goteras. Le tapó también las de ella y se la llevó.
Por eso decidí jugar con la suplencia y hacerle caso a Raquel quien vivió 22 años esperando que volviera con la paciencia que solo una restrepuna de La Valvanera puede tener. Ya llevamos 3 años juntos, pese a que nuestros hijos nos ponían 6 meses y aunque ella tiene 58 y ya está arrugadita y yo la misma edad y soy un barrigón inmundo, nos soportamos con bastante éxito y no hemos tenido problemas hasta ahora.
Guayaquil, es una ciudad muy bonita y como consecuencia muy injusta, con una élite muy fuerte y soberbia y una masa popular de gran condición humana. Llueve todos los días o noches durante siete meses y luego no cae una gota de agua durante cinco. Hace un calor infernal por lo que el aire acondicionado no es un lujo. Vivo en una casa decente (380 dólares de arriendo, hermano, con lo que podría pagar una mansión en Pance) de balconcito y helechos.
Sus notas eran rabiosamente ágiles, novedosas, insólitas, inverosímiles, vendedoras, bien escritas.
Mi mujer por fin consiguió colgar el Sagrado Corazón de Jesús con bombillito en la sala, pero fuera de eso no le he permitido más loberías. Tengo caminadora, así que no gozo de tus deliciosos paseos por La Candelaria, y como caviar los sábados y anchoas los domingos. En ese asunto no soy jipi a pesar de mi diabetes, la operación de corazón abierto con 4 baipases y las 14 operaciones que originaron los 7 tiros y que me dejaron con dos metros menos de intestino y un brazo más cortico que el otro.
Pero en lo demás funcionó bien, sin viagra todavía, lo que me hace sentir muy orgulloso. Soy famoso (en este pueblo es fácil) salgo mucho en televisión, dicto un promedio de 40 conferencias por año y mi mayor felicidad es recibir y atender a amigos que vienen de Colombia, de modo que, apúntese hermano, y venga pa que charlemos largo y nos jalemos unos whiskachos, prohibidos para mí por un médico demente al que no le hago el menor caso.
Tengo un refugio en las costas de Manabí que son impresionantes, con montañas que terminan en el mar y absurdos fiordos noruegos flotando en las bahías. De pronto me dejo convencer de mi mujer de comprar un pedazo en un barranco alto, porque le tengo miedo a los tsunamis y me voy para allá a terminar 3 novelas en que he venido trabajando por 15 años.
Una- sensacionalista y sangrienta- llamada «Diario de un reportero condenado a muerte» ya está lista y si los de Editorial Sudamericana son tan locos como para comprarla, saldrá el año entrante. Después veremos si de pronto eso de volverme escritor puede ser mi jubilación. Entonces te invitaré a mi barranco solitario con caída de 300 metros al mar y podremos hablar más largo.
Siempre y cuando al loco de Rafael Correa (presidente del Ecuador) no le dé por montarnos un GULAG en Ecuador y termine mandándome preso al Chimborazo que viene a ser como la Siberia criolla. Imagínate, me pasé toda mi juventud tirando piedra, quemando buses y banderas gringas y ahora que soy un yupi en vías de progreso, me gusta el agua caliente y creo que la mejor venganza contra una sociedad injusta es vivir bien, viene este huevón y me declara la república socialista del siglo XXI. Ni modo, siempre andaré en contravía de la historia. Mientras tanto, te dejo porque te me estás tirando el domingo. Ah, y perdona la «hortografia» que, tú sabes, siempre ha sido mi peor faceta profesional.
Te mando un abrazo muy apretado, querido amigo
Henry Holguín