Gracias, Hércules (O el día que no morimos)

El Hércules 1001 de la FAC en plena actividad a finales de los años 70

Por Óscar Domínguez G.

Lo conocí hoy hace 44 años, el 15 de junio de 1979. No le paré bolas. El Hércules 1001 de la FAC me parecía un pájaro bobo, sin ángel. Al principio lo miré de arriba abajo, como miramos al vecino del ascensor o del edificio al que le negamos una desteñida sonrisa.

Desde que nos salvó la vida miro los aviones Hércules con una mezcla de agradecimiento, respeto y cariño. Si me encuentro aquel 1001 en algún hangar peinando canas, ennieteciendo, tal vez gotoso o con la próstata averiada, lo invito a tinto. Gracias a uno de estos cachivaches salgo para el siguiente párrafo de esta nota.

En plena guerra de los sandinistas contra el dictador Somoza, nuestro FAC C-130 fue ametrallado tres minutos antes de aterrizar en el aeropuerto Las Mercedes, de Managua.

La nave iba a evacuar a un grupo de colombianos asilados en la embajada. La idea era regresar a casita el mismo día. 

Si las balas de ametralladora calibre 30 y 50 disparadas por somocistas no tumbaron el aparato es porque Dios es muy grande, como dicen los ateos pacíficos. Y porque el Hércules es una maravilla de máquina.

La guardia de Somoza le adjudicó el atentado a los rebeldes. Estos se “ponciopilatiaron” las manos y responsabilizaron a sus enemigos. Lo cierto es que seguimos disfrutando de una segunda oportunidad. El oficio de sobreviviente da cierto hálito de fugaz y feliz inmortalidad.

Al principio del ametrallamiento sentí como si estuviera cayendo granizo por “debajo” del avión. Ningún granizo: eran balas de carne y hueso que “llovían” desde los barrios Bello Horizonte, Guaspán y las instalaciones de cervecería Águila, según supimos luego.

Mónica Rodriguez hoy junto a su hija y a su nieto. Foto familiar

Entre los periodistas que ese día nos graduamos de reporteros sobre el cielo de Managua estaban dos damas de armas tomar, Mónica Rodríguez y la “Pecosa” Amparo Peláez, con sus camarógrafos, el Loco Gonzalo Castellanos, quien “transmitía en directo” para nosotros mismos (los de abordo) y luego para sus televidentes, el viejio Hernando Martínez; por El Tiempo Gonzalo Guillén, Germán Santamaría y el fotógrafo Miguel Díaz; Ariel Cabrera y este cronista, enviado de Todelar y del CIEP agencia de noticias de El País, de Cali. (Por cierto, el despacho que envié a través del télex del hotel Camino Real nunca llegó a su destino).

Gonzalo Castellanos, a la derecha, conversando con guerrilleros sandinistas en Nicaragua. Foto El Tiempo

“Avión FAC 1001 ametrallado desde tierra entrando aeropuerto Las Mercedes…”. Así empezaba el nada diplomático fax, escrito a mano por Santiago Reyes Borda a sus superiores en la cancillería en Bogotá, en el que pedía instrucciones. Más diplomáticamente, en carta dirigida a las autoridades de migración locales, el mismo Reyes Borda, con pasaporte diplomático D 13810, pedía autorización para pernoctar esa noche “debido a las fallas ocurridas en el avión FAC 1001”. Gracias a ese eufemismo pasamos una regular noche.

Gonzalo Castellanos, el reportero, 44 años después del incidente del avión en Managua.

Como dicen los vallenatos y los ciclistas, un saludo para el operador del télex del Hotel Camino Real que nos permitió la única comunicación posible con Colombia el día de nuestra llegada. “Yo soy el operador del télex del Camino Real, Managua. Cualquier información pueden transmitirla. Yo estoy todo el tiempo”, fue lo último que les escribió el anónimo operador a los jefes de Reyes Borda cuando llamaron desde Bogotá a preguntar si el Hércules había despegado.

En el aeropuerto, el cónsul Fabio Avella – en la actualidad reside en Canadá y se dedica a la pintura de la mejor ley- esperaba al contingente de colombianos ametrallados, en compañía de los que abandonaban Managua. Avella, boyaco feliz,  es otro que clasifica para personaje inolvidable por la gestión humanitaria que desplegó ese y los demás días en plena confrontación. El valor es de apellido Avella, con v chiquita.

El coronel Beltrán, piloto del Hércules, y sus muchachos, tuvieron que hacer un vertiginoso cursillo de cirujanos plásticos del avión al que lograron reconstruir con la nula ayuda de los funcionarios nicas. Remendaron el Hércules con esparadrapos y babas, y al día siguiente, temprano, estábamos listos para regresar a casa donde nuestros angustiados parientes nos querían vivos, no héroes. Las autoridades nicas demoraron la partida del avión varias horas. 

La pinta de Oscar Domínguez, el columnista «aplastateclas» cuando ejercía la reporteria hace 44 años.En esta ocasión cubría la toma del M-19 de la embajada de la República Dominicana Foto Archivo ODG

Finalmente, pudimos abordar los 83 colombianos, un miembro de la Guardia que desertó aprovechando el desorden, y los viajeros originales, incluidos cuatro duros de la Defensa Civil Colombiana. Por supuesto, al momento del despegue no había la algarabía de la víspera antes del ataque. Temíamos otra salva de calibres 30 y 50 para despedirnos. 

A los profanos en navegación aérea nos pareció advertir que el coronel Beltrán hizo una rápida pirueta en el aire para quedar lejos del alcance de las balas de incierto sexo político que nos coqueteaban desde abajo.

Ya arriba, entre las estrellas, recuperamos el habla y cuando el aparato “pisó” cielo colombiano, estallamos en vivas y aplausos en honor de la tripulación que había cumplido su cometido de repatriar a sus compatriotas.

“Si la bala que perforó el tanque de gasolina hubiera pegado 50 centímetros a la izquierda, se habría incrustado en la turbina, la cual hubiera estallado automáticamente”, nos dijo ese 15 de junio  mi coronel Hugo Beltrán mientras veíamos gotear gasolina.

De haber ocurrido lo narrado por mi coronel Beltrán, los 23 pasajeros entre tripulantes y periodistas que íbamos a bordo, seríamos puré de eternidad. De pronto algún despistado burócrata nos habría declarado héroes. Nos sucedió algo mejor: Seguimos amancebados con la vida. En casa nos querían vivos, no inmortales … en el cementerio.

Estoy esperando que de la revista Selecciones me pregunten por mi personaje inolvidable para darles el nombre del coronel Beltrán. Cuando me lo encontré en el restaurante Refugio Alpino, en el centro de Bogotá,  le di estrepitosas gracias. Del abrazo que le afrijolé casi le corro la silla turca. Me dijo: “Lo que hice yo, lo habría hecho cualquiera en mi lugar. Dele gracias al avión Hércules y que ojalá compren más”. He debido invitarlo a almorzar, pero ese día estaba tímido para el gasto.

Hace unos meses, a bordo del Hércules 1040, estalló una granada, con saldo de un soldado muerto y numerosos heridos. El mayor Wilbert Agudelo, comandante del avión, logró llevarlo a buen puerto, la base aérea de Apiay, en Villavicencio, después de una travesía- pesadilla de 20 minutos. 60 personas se salvaron gracias al feo armatoste.

Los aviones Hércules casi piden perdón por su dudosa estética. Duran más que el olvido. Aguantan el uso y el abuso. Como las escaleras de pueblo, están hechos para la fatiga. Nunca sacan vacaciones. Los amo. 

Gracias, Herculito.

(Publicada en El Colombiano, del 15 de junio 2017. Con información adicional)

El Hércules que nos salvó la vida, tuvo un fin lamentable, según lo recordó el periodista Alvaro Sánchez, Sabueso, en este mensaje:

Lástima, apreciado Oscar, que tu recordado Hécules haya sido el mismo que tres años después se hundió en el triángulo de las Bermudas, tras amarizar cerca de un carguero del que buscaba auxilio. En su interior, cuatro altos oficiales de la FAC y nuestro amigo el periodista de Caracol, Ovidio Peter Charria, se fueron a las profundidades para siempre. Como de muchas otras cosas en nuestro amado país, la investigación de qué pasó ese día y las responsabilidades, sigue en el olvido. Aunque para chismes, esa tragedia. Paz en la tumba de Ovidio y del Hércules que había sobrevivido a las balas en Managua.

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