En China dos veces la vida. Viaje a la cortina de bambú

Enrique Posada de burocrata chino a diplomático colombiano

Por Óscar Domínguez G.

Todo nos viene de la China. Hasta el pragmatismo. Lo inventó, antes de Cristo, el filósofo Laotsé cuando postuló: mejor que regalar un pescado es enseñar a pescar. Dos milenios después, el líder chino, Deng Xiaoping, clonaba esa doctrina con su famosa doctrina: no importa que el gato sea blanco o negro: lo importante es que cace ratones.

Algo parecido diría del libro de Enrique Posada que se presenta  en sociedad, en chino e inglés, para envidia de muchos de nosotros. No importa si es autobiografía, novela, crónica o noticia  de su propia vida, reportaje de profundidad, o un bambuco de 280 páginas. O todos los anteriores.

El género es lo de menos. Lo que importa es que está ahí y que quienes lean “En China dos veces la vida”,  no serán defraudados. Mínimo adquirirán el estatus de sinólogos aficionados.

Puede darse por bien servido el gigantesco Lao En, Viejo En, nombre de Enrique en chino, por la recomendación que hizo la Asociación de Hispanistas Chinos de que su obra fuera vertida al misterioso, para nosotros, idioma de los “jeroglíficos”. 

Es el décimo-séptimo creador colombiano que seduce a los orientales. Antes de Enrique fueron traducidos, y premiados, los escritores Dasso Saldívar y Héctor Abad.

En la misma traducción al chino del título de la novela hay un ingrediente exótico. “En China dos veces la vida” fue traducido por: “Historias del hotel de la amistad en Pekín”. Se parecen tanto ambos títulos como se pueden parecer una góndola y una gaviota. Pero los traductores son los traductores. Todo sea por la amistad colombo-china.

Claro que no pocos párrafos políticos, críticos, fueron suprimidos en la versión china para no incomodar la susceptibilidad ideológica oriental.

En el hotel-jardín, el más grande de Asia construido por los rusos en 1954 para vivir allí con sus familias, residían los cooperantes extranjeros residentes en Pekín. Así los podían monitorear mejor. En esa minúscula ONU de babel transcurre buena parte de la acción que el autor narra en un estilo en que periodismo y literatura se dan la mano.

Como las mujeres bellas e imposibles, el libro no tiene presa mala en la medida en que cualquier arista que se tome es interesante.  No soy crítico literario, ¡Dios me libre!, así que a lo único que me atrevo es a invitarlos a que se le midan a la aventura y a la alegría de leer al sinólogo que vivió, amó, padeció y disfrutó 17 años en semejantes lejanías. El libro es una síntesis de ese master detrás de la cortina de bambú.

Posada trabajó primero con el gobierno chino en el Buró Central de Traductores. Luego fue cónsul y ministro Consejero de la embajada colombiana. Tuvo el privilegio de ver desde escenarios tan distintos la evolución del país “escogido al azar” por el sol para nacer en sus predios.

Su cambio de piel de burócrata chino a diplomático colombiano le restó  puntos en la estima de orientales. Al fin y al cabo, un diplomático huele de lejos – y de cerca- a espía disfrazado. 

La experiencia personal y profesional del paisa  Enrique, compañero de generación de su amigo Gonzalo Arango, de su señora Elvia Castaño Velásquez, de Don Matías, Antioquia, y de sus dos hijos,  abarca episodios claves como la revolución cultural, el fallecimiento de esa muralla china llamada Mao, el hombre-dios de carne y hueso al que tradujo, el gran terremoto de Tang Shan que dejó 800 mil muertos, el desmonte de la Banda de los Cuatro que promovieron la Revolución Cultural, y la reforma y apertura de China a occidente, sin perder nunca la sazón oriental.

Si bien tradujo al autor del Libro Rojo y a otros ideólogos  de la cúpula, no quiere decir que en él duerma un maoísta agazapado. No, diría que una virtud adicional de su obra es que supo mantener la distancia y preservar  su espíritu crítico, independiente. No es el suyo un libro de relaciones públicas, una gacetilla para llevar turistas a la plaza de Tian AnMen. O a la Muralla China para la inevitable foto que adornará el álbum familiar.

En palabras del autor, “no es una novela sobre China: es una novela desde adentro de los chinos”.

Dicho en otras palabras, prefirió tener química con los chinos a clonar su ideología. No quería escribir un largo ensayo “sino algo que revelara a los chinos como seres humanos”, dice también Posada quien se empeñó y logró vivir como un chino de la llanura, compartiendo su cotidianidad.

El autor que no se dejó  enajenar su pensamiento. De allí la sorpresa de que haya sido traducido al chino. Eso nos está diciendo que los cambios, el enroque ideológico, son de verdad y toca múltiples aspectos. 

Vendrán más cambios, sin duda, y para contárnoslo, Enrique alista maletas para un sexto regreso. Además, ya es abuelo y quiere ir a ejercer su condición de tal. “Ennietecer en Tien an Men”, podría ser el título de su futura novela. Tiene cuerda para rato.

A sus paisanos nos descresta que  los protagonistas de carne y hueso, Enrique y su tribu, hayan decidido convertir su vida en una novela.  Se salieron del libreto fácil y en vez de pensar en hacer realidad el sueño americano, se le midieron al insomnio chino. 

Arrancar a mediados de los años sesenta, sin dominar el idioma, para la nación del mítico dragón, es hazaña de marca mayor. Es como para pedirles autógrafo. 

Enrique, Silvestre Posse en su autobiografía, y Natalia, su esposa, dejaron salir el espermatozoide de caminantes paisas que los habita, y emprendieron su propia larga marcha. Se necesita exceso de arrojo para hacer semejante cambalache con lo desconocido, dejando a un lado la comodidad de las piedras del fogón casero. Definitivamente, también en el remoto país  “la fortuna  ayuda a los audaces”.

“La Vorégine”, del opita Rivera que en 2024 cumple cien años de vida, fue de las primeras traducidas al chino. Jaime Sanín Echeverri también se puede leer en ese idioma. De su novela “Una mujer de cuatro en conducta” se vendieron 147 mil ejemplares. 

Le informaron que si quería disfrutar de las regalías, debía ir a Pekín a gastárselas allí. Pero salía más caro el caldo que los huevos. Con mundo de hijos qué alimentar, Sanín prefirió quedarse en Macondo.

Quien sí estuvo en Pekín fue Gabriel García Márquez,  no propiamente reclamando el pago de sus derechos por traducción de varias de sus obras. Simplemente, no se pagaban. 

A raíz de su visita, dos de los traductores se acercaron a pedirle el consagratorio autógrafo al mentiroso de Aracataca. A riesgo de provocar un conflicto diplomático, el francote caribe le escribió a cada uno esta dedicatoria demoledora: “A fulanito de tal, el mayor pirata del  mundo”. Los ojos de los asombrados traductores quedaron redondos, occidentalizados. 

Por supuesto, como me preocupan sus finanzas, le pregunté a Enrique por sus derechos y me aclaró que China, como miembro activo de la Organización Mundial del Comercio, ya paga  derechos de autor. Lo que no deja de ser una gran noticia pues ese país – al momento de publicar su novela- llegaba a los 1339 millones de habitantes. Cuando Enrique y su familia de “narices largas” llegaron, había 900 millones. (“Narices largas” es el perogrullesco eufemismo  que utilizan los chinos para referirse a quienes nacimos a este lado de la vida).

Así que si la novela de  Enrique solo la compra el medio por ciento de los 1339 millones de habitantes, el autor habrá resuelto de por vida sus problemas de chequera. En pésimas matemáticas de periodista, ese medio por ciento equivaldría a vender unos 66 millones de ejemplares, en números redondos. (No nos olvides cuando seas rico, Enrique)

Este mínimo detalle no más reflejaría la relevancia que ha adquirido China, convertido en el segundo social comercial de Colombia, país  que alguna vez tuvo como embajador en Pekín a nuestro Bill Gates criollo, Julio Mario Santo Domingo. El capitalista barranquillero de la cuerda de Gabo iba al supermercado como cualquier hijo de vecino.

REACCCIONES

Y a todas éstas, ¿qué piensan los chinos de la novela que los presenta desde una perspectiva latinoamericana?

En un comentario a la obra que nos ocupa, el profesor Xu Shicheng,  reconoce que Enrique y Elvia  “constituyen una pareja que ha entregado su juventud a la causa de la revolución y construcción del socialismo en China”.

El autor, agrega el profesor XU, “refleja y testimonia las transformaciones y el desarrollo de China a pesar de que tanto el protagonista como los expertos extranjeros a veces no comprenden bien algunos episodios ocurridos. Lo valioso fue que nuestros amigos siempre trataron de entender y explicar lo que aquí pasó y poco a poco empezaron a amar a este país y se integraron a la sociedad”.

Se integraron tan bien que a quienes no visitaremos China en esta encarnación, nos queda la opción de mirar su realidad a través de la pluma de Enrique, quien fue alumno, amigo y contradictor de Gonzalo Arango, a quien remplazó como jefe de redacción de la revista de la Universidad de Antioquia.}

En una prosa fácil, clara, Posada habla de un país donde se practica una religión sin Dios, donde el agua es distinta y no corre al bañarse, y donde el sexapil de sus mujeres está en unos pies pequeños y desnudos y en el cuello. 

A los interesados en conocer la letra de menuda de cómo ingeniárselas para hacer el amor en esos casi diez millones de kilómetros cuadrados, la novela ofrece información de primera mano. Básicamente, y espero no defraudar a mis colegas varones domados, chinos y colombianos hacemos el amor de la misma forma.

Los chinos, en definitiva, tienen su propio realismo mágico en el que no caben levitaciones como la de Remedios, la Bella, un fenómeno que se da silvestre en algunas partes del gran país que, con nadadito de perro, le respira en la nuca a nuestros poderosos vecinos del norte de América.

Es mejor ir haciendo amigos entre los futuros dueños del mundo. La novela de Enrique es un primer paso en esa dirección.

ENTREVISTA

– Usted es el último novelista colombiano traducido al chino. ¿Cómo se da esa circunstancia?

– EN CHINA DOS VECES LA VIDA  fue recomendada para su publicación por la Asociación de Hispanistas chinos, pero los editores cambiaron el título por ‘Historias del Hotel de la Amistad de Pekín’. Esto habla por sí  mismo  del halo misterioso que ese lugar ocupa en el imaginario chino. Esta no es una novela sobre China, fue escrita desde adentro de los chinos.

–  Son diecisiete  los autores colombianos traducidos al chino: ¿Qué ha seducido a los chinos de los creadores colombianos?

– La génesis de  nuestra raza (Gabo), el parto inconcluso  y violento de  esta nación (Mejía Vallejo, Soto Aparicio),  algo parecido a lo que también ocurrió allí con los Reinos Combatientes, pero dos mil años antes.

–  García Márquez dedicó así uno de sus libros a uno de sus traductores: “al traductor más pirata del mundo”. ¿En su caso le pagaron regalías?

– Firmé un contrato con mis editores. Hoy, con China como miembro de la Organización Mundial del Comercio, se respetan los derechos de autor.

–  ¿Cuándo decide escribir su novela autobiográfica?

– Una vez que ocurrió la muerte de Mao Zedong, con el fin de la ‘revolución cultural’, cuando tuve claro que no deseaba escribir un ensayo político, sino algo que revelara más a los chinos como seres humanos.

–  No es ninguna audacia concluir de la lectura de su libro que también allí se da, y de qué forma, el realismo mágico… ¿Cómo lo explicaría usted?

– Otra vez, pero en Oriente, la vida es superior a la ficción. Veamos si no la utopía de Mao de la igualdad absoluta. ¿No aparece hoy  casi como una paranoia?   No es el caso de imágenes como la levitación de Remedios La Bella acerca de la cual el traductor tibetano de ‘Cien Años de Soledad’ me dijo que en su territorio a nadie asombra esto porque se trata de un suceso corriente.

– ¿Ese espermatozoide andariego  paisa que hay en su hoja de 

vida,  cómo lo lleva  hasta tan lejos?

– Fue como un destino manifiesto llegar a la cultura más antípoda de la nuestra, convertirme en uno de los millones de colombianos que  se adentrara en el pueblo más antiguo y poblado de la Tierra.  Me invitaron a ayudarles a ‘construir la sociedad socialista’, como ellos suelen decir, y armé viaje con mujer y dos hijos.

– ¿Por qué opta por el sueño chino en vez del sueño americano, como ha sido lo tradicional?

– Nunca me atrajo ese cuento del ‘sueño americano’. Yo quería ver si era posible armar una sociedad distinta a la colombiana: con el aura de la justicia social. Llegar allí y descomponer las piezas de esa metáfora, ver de cerca cómo era ese hombre-dios compositor de la sinfonía: Mao.

– ¿Lo bueno, lo malo y lo feo de sus 17 años que ha estado en Pekín?

– Cosas buenas: descubrir la peonía, reencontrar el cilantro, acompañar a los chinos a darle sepultura a Mao, compartir con ellos tragedias como el terremoto de 1976. Lo malo y feo: saber que ni el hijo, que ha vivido más años que yo en China, ni la nieta nacida allí y de madre manchú, podrán aspirar nunca a nacionalizarse chinos.

– ¿Por qué tantas idas y venidas?

– Porque eso del ‘poder blando’ es una técnica de seducción de la cual se valieron los chinos para retenerme la primera vez, cuando,  con la explosión de la revolución cultural, quise devolverme a Colombia al tercer día de mi llegada. Cada vez me convencían de volver con la tentación de una ‘tarea gloriosa’ que allí me esperaba.

–  ¿Cambio sustancialmente cuando pasó de trabajar con los chinos a ser diplomático colombiano?

-Sí, mucho. Por más contribuciones que hubiera hecho a China, por más profundos que fuesen los vínculos que me unían a ellos, ya no era el ´viejo amigo’. El diplomático, en todos los tiempos, ha sido para los chinos un agente imprescindible pero incómodo.

– ¿Dejaron usted y los suyos el corazón en China?

– Abajito del corazón, el ombligo, donde mora la energía  de los chinos, lo dejé allí: mi hijo menor.

– Ha sido traductor de los líderes chinos Mao y Deng Xiaoping. ¿Trabajar de cerca en el pensamiento de ellos lo ha acercado más a su ideología?

– Trabajando siempre con un equipo de los mejores traductores al castellano y teniendo que discutir diariamente con ellos de filosofía, historia, política…, llegué a conocer a los chinos, pero no es la ideología lo que en esta relación ha primado. ¿Cómo si me he mantenido ligado a ellos aún después de que pasaron de una línea de pensamiento como la de Mao a otra opuesta como la  de Deng? Me habría quebrado si no, como les pasó a muchos. Deseché la ideología y preferí una conexión química con ellos.

– ¿Qué tan diferentes somos chinos y colombianos y/o latinoamericanos?

– Como seres humanos, somos los mismos frente al dolor, al amor, la muerte, el dinero, el placer. Pero la manera de pensar china es simbólica, y  hay en ellos un peso grande de su pasado milenario  y esa  carga de una población que abruma.

– ¿Qué aprendieron de la cultura china?

– El respeto por el modo de ser y de pensar de los demás, la búsqueda del consenso, la visión de largo plazo.

– ¿La Muralla China sí es como la pintan?

– Sólo astronautas norteamericanos pudieron pintarla como una larga serpentina azul cabalgando la tierra. 

– Uno cree que los pragmáticos son los gringos. Pero leyéndolo se advierte que también los chinos lo son en grado superlativo.

– Una audiencia universitaria china rió con sarcasmo no disimulado cuando el Secretario del Tesoro norteamericano, Geitner,  les explicaba las medidas de rescate de la economía estadounidense frente a la crisis financiera mundial. Si no fueron ustedes capaces de seguir a Lord Keyness, ¿qué nos vienen a enseñar?,  parecían expresar con sus gestos. 

–  ¿Están listos los chinos para pasar a ser la primera potencia?

– No, tienen aúns déficits  grandes en educación y salud, entre otros rubros sociales.  Pero, una vez que los superen, lo serán sin duda.

–  ¿Costumbres chinas que le gustaría trasplantar a Colombia?

– Nada o muy poco de lo chino es trasplantable.  Podríamos, sin embargo, asimilar algo de su visión del tiempo y de ese ‘poder blando’, que no es otra cosa que una capacidad extraordinaria de seducción. 

– ¿Cuáles de las nuestras podrían incorporar los chinos a su diario vivir?

– Ese termo con que Mark Twain comparaba a los chinos –‘fríos por fuera, calientes por dentro’-, podría, con los años, climatizarse más a la manera latina.

– ¿Han acertado los presidentes en la designación de sus diplomáticos en China?

-Sí. La diplomacia ha sido clave para convertir a China en el segundo socio comercial de nuestro país, y para posicionar a Colombia allí como una nación respetable, como una potencia de la biodiversidad.    

– ¿Un capitalista como el embajador Santo Domingo no desentonó en esas tierras?

– Él sentía orgullo de haber sido el primer embajador colombiano en China, y  su desempeño estuvo a la altura. Le cuento algo:  Siempre tenía aparcado en el aeropuerto de Beijing un superjet que lo esperaba, pero  iba en bicicleta  de compras al supermercado.

– ¿Cómo es el chino de la calle?

– Como nadie en el mundo, teme hacer el oso. Llora despidiendo a un amigo entrañable. Tiene una curiosidad inmensa por todo, particularmente por saber cómo lo ven los ‘Narices Largas’ (los occidentales), le encanta el rumor y la buena comida. 

– ¿Fue complicado para usted la internacionalización de la libido… para decirlo eufemísticamente?

– Complicado, claro que sí, pero mucho menos que para Marco Polo lograr que el Kublai Kan lo nombrara funcionario del gobierno mongol.

–  Diferencias entre la China que encontró a su llegada y la que percibe ahora desde su Observatorio en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y demás actividades ligadas a ese país?

– Volví a Pekín en octubre de 2007, luego de doce años de ausencia. No hallé nada en el sitio de antes, barrios enteros habían sido borrados, se alzaban hileras de rascacielos de viviendas que en esos años eran inimaginables.

– ¿Cómo lo trataron?

– Desde mi cuadragésimo quinto cumpleaños, me llaman Lao En o ‘Viejo En’. Siempre me han tratado como muy próximo a sus afectos. 

–  Existe el tópico de que todo empezó en esa antigua cultura…

– El homo sapiens africano es bastante más antiguo, pero China es única. Voltaire  se arrepentiría hoy de haber afirmado que China era el único pueblo de la Tierra capaz de permanecer sin el menor cambio a lo largo de los siglos. 

–  ¿En qué actividades ha canalizado su experiencia?

– En la investigación de la política, la economía y la cultura de China.

–  ¿Está listo para regresar por quinta vez?

– Volveré este año (1911) por sexta vez, pero ya por un breve período. Mi lugar está aquí, pero ligado a China a lomo de sus mutaciones y no en contravía de ellas. 

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