El chiste más viejo del mundo

Por Oscar Domínguez Giraldo

El chiste más cruel lo estamos viendo y viviendo en este reality que son las elecciones en Estados Unidos, convertido en república bananera, donde tres días después de las elecciones no hay resultados contundentes.

Un chiste adicional es que en USA no gana el que tenga las mayorías, sino las minorías. Al menos eso sucedió en las anteriores elecciones.

En otro país menos serio y más pobre, el tío Joe Biden ya estaría empacando sus corbatas y calzoncillos para trastearse a la Casa Blanca en alguna tractomula de Rojas Trasteos. Sentada la anterior jurisprudencia, y para despistar al enemigo, veamos algo relacionado con los chistes más viejos:

EL CHISTE MÁS VIEJO DEL MUNDO
El acto de reír le lleva un semestre a cualquier solar de Cartago. Buena parte de la risa se origina en chistes que son tan viejos como el olvido y el mal aliento.
Aunque nunca se sabe quién inventa los chistes, científicos de la Universidad inglesa de Wolverhampton le montaron la perseguidora a las diez bromas más viejas de la humanidad.
Según reveló la BBC, de Londres, el chiste más antiguo se debe a los sumerios, un pueblo que habitó el sur del Irak actual.
Por favor, amárrense los cinturones para celebrar la chanza de los inventores del mamagallismo: “Algo que nunca ha ocurrido desde tiempos inmemoriales: una joven mujer tirándose un pedo sobre las rodillas de su esposo”.
La segunda broma se remonta al año 1.600 a. C. En este caso, el objetivo de la broma fue un faraón (¿Snofru?) del que no había oído hablar ni en los crucigramas.
Si le quedaron migajas de risa, veamos la segunda ocurrencia: “¿Cómo entretienes a un faraón aburrido? Haces navegar sobre el Nilo una barca cargada de mujeres vestidas sólo con redes de pesca, y le pides al faraón que vaya a atrapar un pescado”.
El chiste (¿¡) se puede leer en el “Papiro de Westcar” que se encuentra en el Museo Egipcio de Berlín, donde hay otros importantes robitos culturales que los alemanes olvidaron devolver.
Para Paul McDonald, coordinador de la investigación, “lo que tienen todos los chistes en común es la intención de romper tabúes y un cierto grado de rebeldía”.
Queda claro que ayer como hoy, los amos el poder son el blanco favorito de los creadores de chistes. Presidente que no dé papaya para hacerlos a expensas suyas, es un fracaso.
Los sabuesos de Wolverhampton también encontraron la broma inglesa más remota. El apunte que marca el inicio del humor inglés se remonta al siglo X: “¿Qué cuelga del muslo de un hombre y quiere meterse en un agujero en el que a menudo se introduce? Respuesta: una llave”.
El que más me tramó de estos viejos gracejos, circuló en el siglo I antes de Jesús, quien no solo no reía, sino que en vez de nadar prefería caminar sobre las aguas.
Según la investigación pagada por el canal de televisión Dave, el chiste toca con el emperador Augusto. El César visitaba cualquier día a sus súbditos para ver cómo andaban de los huevitos relacionados con la seguridad democrática y de la confianza inversionista.
Durante el tour, el mandamás se encontró con un doble. Se impresionó tanto que creyó que se estaba mirando al espejo (bueno, en el lago, que hacía las veces de espejo).
Tan pronto lo ve, Augusto le pregunta con la delicadeza de que es incapaz un emperador: “¿Sirvió alguna vez tu madre en Palacio?”. La respuesta fue veloz, contundente, demoledora: “No, Su Alteza, pero mi padre sí”. 

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