Desvertebrada. El eterno aprendiz

Selfi de Alfredo Vanegas con la famosa Puerta del Sol, durante años, la esquina del movimiento en Envigado.

Por Óscar Domínguez G.

Por  cualquier metáfora ligeramente atrevida, Alfredo Vanegas Montoya,  profesor de literatura en La Salle, de Envigado, nos daba tanta coba a sus alumnos que muchos alcanzamos a sentirnos con “jet lag”, ojerosos, muertos del frío,  recibiendo el Nobel en Estocolmo. Falso positivo: no pasamos de eternos noveles. 

Por su vida, obra y milagros, este jueves 24 de agosto la alcaldía de Envigado lo homenajeará  en el Centro Cultural Débora Arango. Buses a todos los barrios.

Cuando le notificaron la distinción, el abogado de la UPB, exconcejal de Sabaneta y Envigado, ciudad que vive y ama 24 horas los 7 días de la semana, aclaró que entendía el reconocimiento como un homenaje a la primera línea de sus afectos, empezando por su esposa Beatriz Jaramillo y la multitud de hermanos que también han dejado huella en sus respectivos destinos.  Es tal la llave que ha hecho con la mujer de todas sus vidas que se enferman y se alivian de lo mismo al mismo tiempo.

Nuestro profe de literatura e historia tenía casi la misma edad de sus pupilos. Como sus colegas docente iba a  clase impecable, de cachaco y corbata. 

Hizo hasta lo imposible por desasnar estudiantes de apellidos Villegas, Díez, Morales, Restrepo, Parra, Acosta, Mesa, Escobar, Londoño, Uribe, Jaramillo, Correa, Tamayo, Vélez, Polling, Domínguez, Serna…. Antes de llegar a La Salle se había fogueado como profesor en el Nocturno de Bachillerato y en EAFIT. 

La política ha estado en el ombligo de sus preocupaciones. Fue lopista de amarrar en el dedo gordo. Que no falte en su vasta egoteca el  retrato con López Michelsen. Y con Fernando González, primero que todo.

Hoy por hoy, este viajero empedernido, retratista de iglesias en la aldea global,  que comparte con generosidad lo que sabe, es presidente del Centro de Historia de Envigado y vicepresidente de Medicáncer-Medellín. 

Ha pisado duro en la Cámara de Comercio, Confecámaras, el Instituto Jaime Isaza Cadavid, el Sena, la Corporación Fernando González, en cuya gestación tiene velas. Participa en organizaciones intelectuales, empresariales y sociales dentro y fuera del país. Lo hace por amor-humor al arte. Tiene periódico en la red: Mundo al día, donde tira línea y comparte asuntos que lo trasnochan.

Como envigadeño que no sea buen conversador es de Aguadas, Alfredo siempre está disponible para la tertulia. Lo encuentran en predios  aledaños a la alcaldía. Podría cobrar la entrada por oírlo  narrar historias.  

Seis libros dan fe de sus inquietudes intelectuales. Si el presidente Biden o su antecesor, Trump, desean leerlo, en la Biblioteca de Washington encuentran dos de sus obras: “Administración y desarrollo” e “Integración y desarrollo”.

A manera de resumen de su travesía vital, Vanegas Montoya  admite que “el reconocimiento colectivo y social no hay con qué pagarlo. No he perdido el tiempo”. Se confiesa  un eterno estudiante. Un sea, un perpetuo aprendiz, interpreta un viejo pupilo suyo.

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