

Por Oscar Dominguez Giraldo
Para mí era Primero de Mayo cuando me tocaba ejercer como candelero. Fue el primer oficio rentable que desempeñé cuando me liberé de la dictadura del tetero, el chupo y los pañales.
El destino de candelero lo pagaban en besitos. No en besitos de carne y hueso que nos damos “donde dijiste enemigos”, en la boca, para alborotar la libido. Me refiero a la galguería o mecato que se come en los cinemas paradiso de barrio.
Vinicius de Moraes madrugó a descubrir el agua tibia: “El amor es eterno mientras dura”. Época hubo en que una visita de novios duraba lo que tardaba la vela en consumirse en su candelabro.
En el ADN del oficio de candelero está el candelabro del amor entendido como una vela vestida de hierro que alumbraba y vigilaba, severo, solemne, la visita de novios. (Suegras hubo que abrían un rotico en la O del periódico EL TIEMPO para espiar a las parejas).
El jurásico candelabro que manipulaba la suegra antes de la visita tenía graduada la vela: si el enamorado tenía pedigrí, había más vela para consumir. Las parejas tenían tiempo hasta de agarrarse de las falanges. No más, porque ellas podían quedar ligeramente embarazadas. Las novias solían llegar sin comer de sal –vírgenes– al santo sacramento del “mártirmonio”.
Si el pretendiente no llenaba las expectativas por badulaque o por su “flaca bolsa de irónica aritmética”, la vela tenía los segundos contados, y el Romeo de turno debía evacuar pronto.
Ni siquiera el encopetado diccionario de doña María Moliner lo incluye con el significado que tiene en la parroquia colombiana. Felizmente, Rafael Uribe Uribe hermana el voquible con alcahuete o favorecedor.
Les regalo a los rostros de madera de la Real Academia Española una acepción del antiguo candelero: 1.- Audacia menor de diez años que por encargo de la suegra del novio acompañaba a las parejas para frenar impulsos eróticos en idas a cine, misas y similares…
Cualquier día mi abuela Rosa que vivió 101 años me graduó de candelero. Por orden suya debía acompañar a mis tías a cine y de regreso darle un exhaustivo parte sobre su comportamiento en cine que era un chorro de luz que se convertía en gente cuando tropezaba con un trapo blanco. Sí, como en la bella película Cinema Paradiso. Además, de candeleros, muchos fuimos felices Totós, el pequeñín protagonista de la cinta.
Después de engullirme el primer paquete de mecato este enviado especial de mi abuela no veía nada, como los ascensoristas de Nueva York. Esos recreos con falso delator incluido, eran la cuota inicial de la epístola de Pablo. Oh, tiempos, mis amores lindos.