Por Óscar Domínguez Giraldo
No está claro si los cargos mencionados en el título de estas líneas se mantendrán ahora que ha habido cambio de guardia en el Palacio de Buckingham a raíz de la muerte de la reina Isabel. Interesados, interesadas e interesades en “aplicar” para esas chanfas favor dirigirse al respectivo departamento de personal londinense. Estas líneas escritas, claro está, mucho antes de que la soberana nos diera con su ausencia, se limitan a describir superficialmente en qué consisten dichos oficios. No les tiempo más quito. Od
AMANSADORA DE ZAPATOS
Una de las mujeres más ricas del mundo jamás estrena zapatos. No va con ella el verso del Tuerto López que exalta el amor que uno les tiene a sus zapatos viejos.
Tal vez cuando Shakespeare escribió: “Fragilidad, mujer te llamaría” pensaba a futuro en los delicados pies de su paisana Isabel II de Inglaterra. En el ADN de los poetas hay mucho de arúspices.
Si los jugadores de cartas pagan por ver, su graciosa majestad paga para que una súbdita amanse los “pinrieles” que se pondrá.
En las lecturas que hice para redondear estas líneas no encontré el pliego de condiciones para aspirar al cargo de amansadora de zapatos de la mujer cuya fortuna el London Time Rich List calcula entre 500 y 600 millones de libras.
Sin contar chichiguas por palacios como los de Balmoral y Buckingham, su colección de joyas, pieles, bienes raíces, sombreros que parecen limusinas sobre la testa (los reyes no tienen cabeza), acciones y sementales equinos.
Los ingleses están enredados con lo del brexit, pero tienen claro que no está bien que unos pies frágiles, soberanos, menudos, primermundistas, hechos para no hacer nada, sufran los horrores de la estrenada de unos zapatos.
Por primera vez lamenté no haber sido mujer para acariciar siquiera la posibilidad de “aplicar” a esa real chanfa.
Me parece ver a la plebeya escogida caminando por los salones de Buckinkham hasta dejar los zapatos suaves como nalga de bebé.
Felizmente, hay un codiciado empleo reservado al varón domado. No se necesita ser egresado de Cambridge u Oxford. Tampoco entender las fórmulas de la relatividad ni de la felicidad de Einstein: A (felicidad)= x + y + z ( en la que x, es trabajar, y, jugar, y z callarse).
Suficiente acreditar la condición de hombres porque el funcionario está adscrito al despacho del príncipe Carlos quien “se marchita” esperado su turno (decía su padre el príncipe Felipe).
Describamos ese arduo destino para los interesados en hacer llegar el respectivo currículo: Es el encargado de poner el dentífrico en el cepillo de dientes del marido de doña Camila. Lo informó en su momento la circunspecta BBC de Londres.
¿No es una delicia ser reina o príncipe de “la pérfida Albión” para contar con este séquito de empleados?
SIR DENTIFRICO
Contrario a lo que afirma el Eclesiastés, hay algo nuevo bajo el sol: en Londres, hay un funcionario encargado de poner la crema dental en el cepillo del Príncipe Carlos, heredero de la corona británica.
Sin duda, el flemático ciudadano será elevado a la dignidad de “Sir Dentífrico” cuando el Príncipe y su esposa, Camila Parker Bowles, ocupen de “siento” el Palacio de Buckingham. Esto ocurrirá solo cuando a la Reina Isabel II le dé la real gana de conjugar el prosaico y plebeyo verbo morir, se ponga uno de sus sospechosos sombreros y se instale con su almohada en la eternidad.
Para desempeñar bien su creativo oficio y mantenerse en forma física y mentalmente, “Sir Dentífrico” sospecho que asiste a espartanas sesiones de aeróbicos, gimnasio, turco, sauna y jacuzzi. Sólo Amparito Grisales sería capaz de seguir un trote semejante para conservarse sin edad ante sus fans.
Y para mantener la mano tendida y el pulso firme, el súbdito inglés se somete a intensas sesiones diarias de tiro al blanco en uno de los bares londinenses (pubs) donde los inminentes borrachos disparan dardos contra un tablero colgado en la pared. Que no les ha hecho nada, dicho sea de paso.
Los del tercer mundo no entendemos la lógica británica de desestresarse con actividades tan disímiles como beberse varios escoceses y tirar al blanco al mismo tiempo. Pero allá ellos.
“Sir Dentífrico” sabe bien que no debe despilfarrar dentífrico porque su patrón “sólo” dispone de 60.900 millones de pesos al año para sus gastos, de los cuales 13.900 millones los recibe del erario público y el resto, 47.000 millones, le llueven por ganancias derivadas de su Condado de Cornualles.
Carlos encarna la “pobre viejecita sin nadita que comer” a la británica. Sólo tiene 108 empleados, de los cuales 17 están dedicados exclusivamente a su servicio, según se desprende del balance de gastos e ingresos publicado en Londres.
En la nómina figuran tres cocineros, dos mayordomos, cinco secretarios y cuatro ayudantes de alcoba. Los 108 empleados son candidatos a llenarse de libras cuando decidan volver libros las extravagancias del Príncipe de Gales.
Los cuatro ayudantes de alcoba cumplen sus funciones con rigor inglés: uno se encarga de ponerle los prosaicos calzoncillos – que se ahorra cuando se pone falda escocesa- , otro se dedica a amarrarle los cordones que deben estar aplanchados, uno más escoge el vestido dependiendo del color del cielo londinense o de la cartera que ese día lucirá… Camila Parker.
El cuarto empleado peina al Príncipe de lado, le lee alguna paradoja de Wilde para sobrevivir a sus impopulares gastos y a los cuernos que le puso en vida a la Princesa Diana, pone la CNN, le baja a la BBC, vigila el ABC de su séquito y está atento a que “Sir Dentífrico” ejecute el alfa y omega de su trabajo.
Sus funciones – las del futuro “Sir”- no terminan con el lavado de dientes: una vez el Príncipe ha hecho los inevitables buches como cualquier hijo de vecino, nuestro hombre agarra el hilo dental y hurga entre los principescos dientes para que no vaya a quedar ningún resto de caviar a bordo.
A continuación, el hombre debe hacerle tomar a Su Alteza su dosis personal de enjuague bucal antiséptico y sugerirle alguna pepita de esas para combatir el mal aliento. Sabe bien que su futuro laboral depende de que el mal aliento del Príncipe no vaya a tumbar a doña Camila. Desde ahora aparto plata de mi quincena para comprar el best seller que escribirá el hombre responsable de administrarle la crema dental al Príncipe Carlos.