Por Oscar Domínguez Giraldo
La vida sigue siendo espléndida con este aplastateclas: me permitió seguir en vivo la llegada a Bogotá de “la sustancia de alta peligrosidad” con la que soñamos mandar pa’l carajo el Covid-19.
Supongo que al tocar cielo colombiano, el personal criollo a bordo del avión de DHL que la transportó, entonó “las notas marciales del himno nacional”.
Desde el pent house de su ego, al piloto al mando debió “piantársele un lagrimón” al ver al presidente Duque y a la vicepresidenta, doña Marta Lucía, encabezando el comité de recepción en el aeropuerto El Dorado. Radiante, el ministro de Salud tomaba retratos del contenedor envuelto en la bandera de mi patria colombiana.
El país se paralizó como si en el mismo avión hubieran llegado el Papa, el presidente Biden y Nicolás Maduro con un cargamento de goticas milagrosas de su paisano veneco José Gregorio Hernández
Claro que la llegada de la vacuna ameritaba semejante despliegue. El tragicómico ritual se realiza en todos los países de acuerdo con la propia “indiosincracia”. No podíamos quedar por fuera del oso mundial. La historia nos lo reclamaría.
Entrados en gastos, habría preferido que el “mejor” Fiscal de la historia, dicho por el propio doctor Barbosa, hubiera ido hasta Bruselas en su avión a traer las 50 mil unidades, en vez de ir a Quito a interferir en el proceso electoral del vecindario.
Raro que nadie le hubiera preguntado al presidente Duque por qué estaba en El Dorado. Tal vez se sabía la respuesta. «Porque lo quisí, viejo».
Solo faltó la alfombra roja, comentó una amiga toteada de la erre.
La primera alfombra fue desplegada cuando Julio César llegó a Egipto dispuesto a apoderarase de las pirámides.
El comité de aplausos que lo recibió desplegó ante sus ojos una larga alfombra de la que emergió Cleopatra, creadora del ardid para conquistar a quien “se prostituyó a Nicomedes”, según la lengua triperina del historiador Suetonio.
Ejemplarizante el cabezazo de acompañar el precioso cargamento con amplio despliegue de fuerza pública, incluídos policías acostados. Todo este operativo para evitar que algún raponero se robara la primera remesa de una vacuna que ama vivir por debajo de los 72 grados centígrados.
¿Y qué tal la transmisión por radio y televisión? Transmitir la llegada de las vacunas me pareció tan emocionante como transmitir un estornudo, una malacara. (Y pensar que la noticia del descubrimiento de América la dio Colón seis meses después, en abril de 1493. Y la dio mal, porque juró que había llegado a las Indias).
Si van a hacer igual despliegue hasta que lleguen todas las vacunas, con presidente incluido, Colombia sería un país inviable
En medio de tanto folclor me asalta una pregunta: ¿Y si el coronavirus agarra el sombrero y se larga con su desafinada música a otra parte dejándonos encartados con millones de vacunas?