A Enrique Córdoba un maestro de obra le cambió y mejoró la vida

Enrique Córdoba de la mano del libro

Por Claudio Ochoa

Enrique Córdoba Rocha lleva décadas recorriendo el mundo, como periodista y también como turista de 5 estrellas, muchas veces en compañía de su mujer Maripaz, una amable, simpática venezolana que se ha constituido en parte fundamental de su vida. 

Desde niño estaba destinado a ser ciudadano internacional. Nacido y criado en Santa Cruz de Lorica, Córdoba, puerto ribereño, cerca del mar Caribe, conocido simplemente como Lorica y como “capital del bocachico”, delicioso pez que debe su nombre al tamaño de su boca, que es pequeña. Hasta mediados del siglo pasado esta población, hoy con unos 120 mil habitantes, recibía toda clase de inmigrantes y Enrique fue influenciado por ellos: sirios libaneses, españoles, franceses, italianos y, claro, colombianos de otras regiones, como los avispados antioqueños.

En su inicio de aventurero comenzó a ganarse la vida y el derecho a estudiar periodismo trayendo pequeñas mercancías y pequeños contrabandos desde Venezuela, con productos muy apetecidos en Bogotá. Pero un día, un maestro de obra lo llevó a cambiar de actividad, y a comenzar una vida “recta” como periodista, luego a diplomático, posteriormente a Miami, en donde reside hace 34 años, como periodista clave, primero corresponsal de El Espectador y luego en Caracol Radio y colaborador de El Nuevo Herald/Miami Herald. Ahí va, va en su quinto libro, resultado de haber recorrido las dos terceras partes del planeta, y a la espera de que alivie la pandemia y seguir explorando.

A vuelo de pájaro, partes, pequeños trozos de su vida, la de un costeño feliz, amigable, recursivo, ágil reportero, profundo y detallista escritor. Portador de la Orden del Mérito Civil del Rey Juan Carlos de España y honrado con el “Día de Enrique Córdoba” por el alcalde de Miami y del Condado Miami-Dade. Veamos: 

BILLARISTA Y CONTRABANDISTA

–¿Cuándo y por qué su salida de Lorica?

Enrique Córdoba, Lorica y sus recuerdos

— Imagínate Claudio: un pueblo donde el que hacía el queso venía del Piamonte, el mecánico era francés, los sirios libaneses, dueños de las tiendas y los almacenes. El dueño de la farmacia español, los que vendían las verduras en el mercado, paisas, el cura de Trieste y la novia de Baalbek. Y mis compañeros de colegio: Amín, Manzur, Jattín, Fayad, Gossaín, Saleme. Con esa inmigración, yo tenía que ser un trotamundos, ir a conocer el mundo en directo, para que no me echaran más cuentos. Emigré a los 14 años a los Llanos, donde un tío militar, estudié en Villavicencio. Quise vivir el clima frío y me fui a Boyacá, donde otra tía. Salí y no he dejado de ser un aventurero.  

–¿En algún momento fue usted «contrabandista»? 

–Si. Sitúate en la Bogotá de 1968, y piensa en un provinciano de Lorica, Córdoba, de 18 años, que acaba de llegar con el diploma de bachiller del colegio Salesiano de Duitama. Mis padres solo me pudieron apoyar económicamente para terminar el bachillerato, porque compraron una enorme finca a orillas del Sinú y se quedaron ilíquidos y con deudas. “Profesor déjeme estudiar periodismo y después le pago”, le dije a Gog Magog, decano de la Facultad de Periodismo de la Universidad de América. “Apruebo tu ingreso, pero no te doy calificaciones hasta que canceles la matrícula”, respondió. Unos días asistía a clases y otros madrugaba a hacer cola en las oficinas de empleo. No conseguía trabajo. “Traer mercancía de Venezuela es negocio”, dijo alguien mientras matábamos el tiempo, jugando billar con otros desubicados, en el “Partenón”, de la Calle 13 con carrera 13. 

En los buses de la flota “Berlinas del Fonce”, salíamos de Bogotá en la noche y llegábamos a la frontera con Venezuela en la tarde del día siguiente, era un día y medio de viaje, en aquellas destapadas carreteras colombianas. La mitad del bus era de comerciantes. De Cúcuta, pasábamos a San Antonio del Táchira.  Compramos té de India, perfumes franceses, chips para transistor, radios Sanyo, repuestos para autos, ropa fina para damas, manzanas de California, y encargos que nos compraban los comerciantes de San Andresito. Realizaba hasta dos viajes a la semana. Al poco tiempo yo ya era parte de la tripulación de los buses. Como ayudante del chofer no pagaba tiquete; a cambio les ayudaba a ubicar pasajeros y anunciar la ruta: Tunja, Moniquirá, Barbosa, Oiba, Socorro, San Gil, Bucaramanga, Cúcuta. Mi capital era de cinco mil pesos. Un maestro de obra que, hacía la remodelación en la casa de mi tía, me pidió que le fiara una mercancía, eso fue un viernes, con el compromiso de traer el dinero el lunes. Pues no volvió. Traté de localizarlo. “El maestro trabaja en la construcción del SENA de la carrera 30”, me dijeron. Fui y nada, nunca más lo volví a ver; se quedó con mi capital de trabajo. Creo que no me perjudicó, gracias a esa circunstancia decidí volver a Los Llanos a rebuscarme. Allí viví en Villavicencio, y en ese año de 1968 empezó mi aprendizaje de periodista. Marco Antonio Franco me dio la oportunidad de iniciarme como reportero en Radio Villavicencio y envié corresponsalías a El Espacio.  

COMENZÓ EN SUPERNOTICIAS

–¿Cómo y desde cuándo en el oficio periodístico?

–Cuando yo emigré siendo muy joven de mi pueblo, Lorica, a los Llanos, Colombia era un país muy aislado, y de pocas vías. La gente poco viajaba. Los únicos que emigraban en ese tiempo eran a los que trasladaban de sede como los militares, los curas, los gerentes de banco, los primeros desplazados políticos, las prostitutas, los pillos, y yo. En mi deseo de contarles a mis padres y a mis nueve hermanas y a mi hermano, lo novedoso del lugar, empecé a escribirles cartas. Les escribía mi sensación al ver los atardeceres del llano y la emoción de ver zapatear los joropos. Más tarde escribí una columna semanal en “Candil” y en “El Correo del Llano”. Pava Navarro compró “Ondas del Meta”, en 1970 y me nombró director de “Supernoticias”. Lo que sigue es medio siglo de una vida periodística interminable.

Córdoba trotamundos

–¿Qué propósito tuvo su desplazamiento a la Capital del Sol?

–Quería tener la experiencia de vivir y ser periodista en Estados Unidos. Al graduarme en Derecho Internacional y Diplomacia en la Universidad Tadeo Lozano, y siendo periodista de “El Espectador”, el ministro Uribe Vargas, que fue mi decano, me nombró en la Cancillería. La primera misión fue crear la oficina de prensa, y ser el jefe, más adelante cónsul en Guayaquil, Cónsul en Quito y primer secretario de la Embajada en Ecuador. Luego estuve como representante de Colombia en misiones internacionales en Europa, Asia y América Latina. De nuevo en Bogotá, le propuse a don Guillermo Cano y me nombró corresponsal de El Espectador en Miami.  

CON LEHDER LA PRIMERA OPORTUNIDAD

–¿Cuántos años en Miami?

— Llegué a Miami el 7 de febrero de 1987, en la misma fecha que fue extraditado el capo del narcotráfico Carlos Lehder. Al día siguiente tuve que salir corriendo a cubrir el juicio en la Corte de Jacksonville, fue mi primera misión. De inmediato empecé a escribir notas para El Espectador y hacer informes como corresponsal, también de Caracol. Una coincidencia: escribo estas respuestas para tu entrevista cuando estoy celebrando treinta y cuatro años de haber aterrizado en Estados Unidos. Vine con la idea de permanecer uno o dos años, y me quedé.

–¿Cómo fue su vinculación a Caracol Miami?

— Después que tenía mi visa, Ia de periodista, de El Espectador, para trabajar en Estados Unidos, fui a Caracol, donde Yamid Amat. Hablamos, llegamos a un acuerdo y me asignó la tarea de corresponsal. Durante años estuve listo para recibir la primera llamada del día de Bogotá a las 5 a.m. cuando se iniciaba la ronda de noticias por el mundo. Cuando yo llegué no existía emisora colombiana. Un empresario gringo nos alquilaba espacios de 12 pm a 4 pm. en la 10.80 AM, de Coral Gables, el proyecto se llamaba “La Voz de Colombia”. Eucario Bermúdez y Jaime Flórez, hacían el noticiero, Víctor Manuel Velásquez y otros colegas transmitían deportes e Iván Nossa y otros presentaban un espacio musical. Cree mi programa “Cita con Enrique Córdoba’, de 11 am a 12, dando cabida a la cultura, los viajes y mis experiencias por el mundo. Rudy García y Alberto Jiménez, consiguieron espacio en la 13.60 AM y apareció la radio Kalidad. Nos integramos y se extendió el horario desde la madrugada hasta la tarde. Hernando Díaz Cobo fundó en la misma 13.60 AM la gran radio Klaridad con buen contenido colombiano y sentido empresarial. En 1998 Caracol adquirió la 12.60 AM y nació otra época de consolidación y audiencia, con talentos, técnicos y vendedores extraordinarios. Hoy, veinte años después, de aquella realidad, solo queda la nostalgia de programas y esfuerzos que obtuvieron reconocimientos.

DE LORICA A SAMARKANDA

–¿Qué experiencias destaca en esta etapa del oficio?

— El periodismo me abrió las puertas para hacer amigos, entender al ser humano, y vivir las experiencias que han enriquecido mi vida.  

–¿y qué satisfacciones?

–Recorrer el mundo contando mis impresiones.

–¿Por qué «El Marco Polo de Lorica»?

–Porque puedo desayunar en Lorica y dormir en Samarkanda. Porque como el veneciano, he contado solo la mitad de lo que he vivido. 

–¿Cuántos países ha recorrido?

— He recorrido dos tercios del planeta. He dado la vuelta al mundo cinco veces. He tenido la disciplina de guardar los 7.000 contactos de amigos por los cinco continentes. Europa la he recorrido por tierra varias veces, de punta a punta. Tenemos todo planeado con Maripaz, mi esposa, camarógrafa y polo a tierra, para atravesar África por tres meses. Serán las experiencias para el próximo libro. Ya viajé por el Magreb, sigue el África sub sahariana. Nos íbamos en agosto del 2020 y la pandemia nos cambió todo. Estamos a la espera de que pueda volver a viajar. 

–¿Como experimentado turista que es usted, alguna recomendación para nuestros turistas que van a los EE.UU.?

–Viajen por todo el país, hay buenas carreteras y es seguro transitar de noche. 

–¿Cuántos libros ya?, ¿cuál de todos le ha permitido mayores satisfacciones?

–He publicado cinco: Cien voces de América, Mi pueblo, el mundo y yo, Te espero en la frontera, El Marco Polo de Lorica, y De la tierra del hielo a la tierra del fuego. Todos me emocionan.

–¿Reconocimientos por su trabajo?

— El mayor reconocimiento me lo dan los oyentes de mi programa, los que leen los libros y quienes me siguen en las redes. Aparte de esto, tengo la condecoración Orden del Mérito Civil del Rey Juan Carlos de España, Bernardo O’Higins del Gobierno de Chile, Premio Cervantes de Nova University, y la declaratoria del “Día de Enrique Córdoba” por el alcalde de Miami y del Condado Miami-Dade.

AÑORA LA ÉTICA PERIODÍSTICA

–¿Desde Miami cómo observa al periodismo en Colombia?

–Con preocupación por la falta de ética y credibilidad. Añoro el pasado glorioso donde predominaba la mística y el talento. 

–¿Ha pensado en regresar, por siempre, a Colombia, a Lorica?

–No he salido de mi pueblo. Tengo mi cama en Miami, pero duermo en Lorica. 

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