Por Oscar Domínguez Giraldo
Como cualquier santo, tienen su día internacional en el almanaque (el 20 de febrero). Es el único cuadrúpedo que vive en vacaciones perpetuas. Nace y ya está jubilado. Lo llaman para que no haga nada y está ocupado durmiendo.
Gato es el otro nombre del silencio. Parecen con silenciador en cada pata. Por tal motivo, estas mudas alfombras no se sienten. Al gato hay que sospecharlo. No inventaron el anonimato: le dieron estatus. En el gato hay gato encerrado.
Cuando irrumpe un ladrón en casa, en vez de “ladrar”, los gatos asumen que el intruso es algún remoto miembro de la familia, o alguien próximo al árbol genealógico y sigue durmiendo. No confunde su destino de gato con el del perro que tiene que ladrar para justificar el concentrado.
Un gato es doméstico por convención, no por convicción. No marca tarjeta, no acata órdenes, no nada. En cambio, desde su óptica fosforescente, el hombre es gato para el gato. Lo manipula con un coctel de desprecio mezclado con desdén y goticas amargas.
Los gatos son la contraria del pueblo. Empiezan haciendo el amor y terminan decretando la guerra; hombres y mujeres ven un ratón y se asilan sobre un taburete; un gato arregla el asunto gastronómicamente: convierte al pusilánime roedor en bisté a caballo.
El gato es el logotipo de la pereza. Este felino no camina: se aburre sobre cuatro patas, las mismas que necesita para burlarse del mundo.
El gato vive en la eternidad del instante, escribió Borges. En realidad, para los gatos cada día es martes 13. De allí les viene la longevidad de sus siete vidas.
Hay gatos suicidas pero marrulleros: se suicidan de una de sus vidas y siguen tan campantes disfrutando las demás como si no les faltara ninguna.
Los gatos no se condenan ni se salvan. Ni todo lo contrario. Reencarnan en ellos mismos. Mientras van liquidando sus existencias siempre que caen, caen parados.
Imposible ver un gato con estrés. ¿Quién ha visto un micifuz de estos en un baño turco, al borde del infarto, visitando al coach transaccional, con principios de úlcera o hablando por celular como cualquier ejecutivo blindado?
Tal vez el que mejor los interpreta en la pasarela mundo es Garfield con su desfachatez. Es el ícono de los felinos.
No hay gatos callejeros, de rueda suelta. Viven en buena casa, sin pagar siquiera en fidelidad a sus amos. Esas minucias subalternas se las dejan a sus antípodas genuflexos, los perros. Por eso apenas se pueden ver. Aunque los tiempos cambios y ya se repelen menos.
Son mimados a morir. Un gato es una manifestación de pucheros. Creen que se lo merecen todo. Dicho con poca originalidad, si no existieran se habrían inventado a ellos mismos.