Por Oscar Jaramillo Robledo.
Director de Educación e Investigación. S.E.S Hospital Universitario de Caldas.
He querido llevarles algún mensaje que los acompañe en estos momentos. Y, aunque siempre he pensado que el lenguaje fue lo primero, no he logrado
encontrar las palabras justas. Las he buscado y, cuando estoy a punto de apresarlas, se escapan y me siguen dejando las páginas en blanco. En conclusión, las palabras no logran abarcar lo que quiero decirles. Todo va más allá de este texto.
Suena desolador, pero es una gran voz de aliento. ¿Qué debe hacer el personal de salud en estos momentos? La respuesta es muy clara: no haremos nada distinto, desde nuestra alma de sanadores, que aquello que hemos practicado desde hace tantos años.
No somos héroes, no lo hemos sido, ni queremos serlo. Los héroes aprovechan las oportunidades en bien de la inmortalidad de sus nombres. No es nuestra intención. El compromiso ya se ha demostrado permaneciendo al lado de nuestros pacientes con reconocimientos que, en muchas partes, son escasos y atrasados. La tenacidad ha estado presente haciendo parte de instituciones que sufren día a día dificultades para mantener los suministros mínimos para una salud digna. Afrontar riesgos biológicos para nosotros y nuestras familias, no es nada nuevo. Muchos hemos sufrido accidentes laborales con riesgo de enfermedades graves. Hemos permanecido al lado del lecho de los pacientes con meningitis contagiosas y tomado drogas con efectos potencialmente graves. No hemos negado la cirugía a los enfermos de hepatitis B ni a los de Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida. Hemos tratado a compañeros atacados por la tuberculosis a los que no se les ha reconocido como enfermedad profesional porque resulta imposible demostrar que la adquirieron en medio de su práctica.
Los aplausos, siempre transitorios e innecesarios y, que no es lo que nos estimula en nuestra labor diaria, deberían haber resonado desde hace mucho tiempo, todos los días, todo el día. Hieren los oídos y suenan a oportunismo.
A la vez, no siento ningún respeto por los mártires gratuitos. Arriesgarse, faltando a los mínimos de cuidado personal, en bien del cumplimiento del deber, es una torpeza. Carece de toda virtud y no merece ningún reconocimiento.
No es respetuoso que traten de ofrecer mejores remuneraciones, óptimas condiciones laborales y pagos de deudas históricas a los hospitales, para incentivarnos a un comportamiento integro dentro de nuestras profesiones. Siempre hemos honrado nuestra práctica, bajo condiciones adversas. El modo de nuestro ejercicio no es comprable mediante dádivas de última hora cuando, desde siempre, se ha ignorado el alto valor social de las profesiones de la salud, poniendo en este sistema a otros actores por encima de ellas.
Lo más actual en la conducta de los profesionales de la salud es seguir nuestra práctica de muchos años: la vocación, el llamado a hacer algo bueno, sin saber muy bien por qué y aceptando los riesgos; la compasión, tratar de sentir en uno mismo el dolor de los otros; la responsabilidad, aplicar el mejor conocimiento disponible sin llegar a la futilidad; la ética, hacer todo el bien posible.
Estas escasas palabras capturadas, carecen de cualquier sentimiento de odio, de reclamo o de venganza. Solo tratan de predicar que no es el momento de exigirnos lo que siempre hemos tratado de hacer lo mejor posible.
Ajustados a la situación particular que nos corresponde hoy, mantengamos nuestros modelos consuetudinarios: curar a veces, aliviar con frecuencia y consolar siempre.