Violencia verbal: nadie puede lanzar la primera piedra

Hasta los rivales políticos se han solidarizado con Miguel Uribe después del atentado que lo tiene entre la vida y la muerte. Senado de la República

Cecilia Orozco Tascón

Horas antes de la tragedia nacional que constituye el atentado contra Miguel Uribe Turbay, él y sus competidores de candidatura presidencial presentaron, en Cartagena, sus propuestas durante la Convención número 59 de la Asociación Bancaria. Asobancaria es el gremio de las entidades financieras del país, grupo privado de presión que influye, fuertemente, en las decisiones que toman las tres ramas del poder público: Gobierno, Congreso y Justicia.

Santiago Botero, uno de los aspirantes a ser elegido jefe de Estado a pesar de ser desconocido en la Colombia del común (pero con presuntas posibilidades de llegar a la Casa de Nariño por su facilidad para multiplicar billetes), expuso su tesis de “seguridad” en los siguientes términos: “Hoy no hay protesta social. Hoy hay una cantidad de bandidos. Persona que tenga capucha… le quiero decir que, en mi gobierno, lo único que tendrá es balín”. “Tener balín” traduce “dar bala”. El resto de su frase no requiere explicación: en una eventual administración de Botero, la Policía recibiría la orden de disparar contra los manifestantes de las protestas sociales. Además, por el tono y actitud del autor de la idea, uno puede deducir que los disparos serían exitosos si logran eliminar a “los bandidos” que crean que el derecho constitucional a la protesta aplica en el país de quien se ha hecho multimillonario prestando dinero, sangrando las necesidades ajenas. Semejante oferta en un escenario formal de la economía despertó risas y aplausos (ver minuto 54). No fue repudiada por nadie.

Al día siguiente, un medio de comunicación que figura en los primeros lugares de preferencia pública amplificó el acontecimiento. Director y periodistas comentaron “el aplausómetro”, medida de aceptación del auditorio a las exposiciones de los aspirantes presidenciales. “¿Cuál fue el candidato más aplaudido?” se preguntaron a modo de diversión. Respuesta: fue Santiago Botero cuando decía “balín, balín”.

Horas antes de la tragedia en que nos hunde el ataque asesino de un niño desarraigado a Miguel Uribe, el presidente de la Corte Constitucional, Jorge Enrique Ibáñez, disfrazado de juez pero con su vanidosa guayabera de político oculto, intervino en la misma cita de Asobancaria.

Si volviéramos a la vara del “aplausómetro”, Ibáñez ganó, de lejos, el favor de los presentes con un discurso en el que, aunque no aludió directamente a Petro, le dio palo como si representara, no a la Corte sino al Congreso y al confrontador Efraín Cepeda. Entre los arrogantes recordatorios de sus logros profesionales a los que apeló con afirmaciones como “yo estuve allí” (en la Constituyente del 91); “los que expedimos la Constitución”; “yo escribí de mi puño y letra los proyectos…”, “yo, yo, yo”, Ibáñez, cual prócer que pide calma a quienes lo animaban con sus palmas, lanzó tesis complicadas en el terreno de las disputas políticas actuales. Y no porque no las pudiera decir, sino por el momento crítico en que las pronunció: metiéndole gasolina a la conflagración en lugar de contribuir a la “armonía entre poderes” como corresponde a su cargo de garante de la justicia (ver).

Horas, días y meses antes del drama vital de Miguel Uribe y de Colombia, el presidente Petro también desató los demonios sin escuchar consejos, con sus trinos de competidor en guerra verbal permanente contra el mundo entero: opositores, jefes de los partidos, expresidentes, congresistas, periodistas, jueces, tribunales y sus sentencias, y hasta contra sus amigos más leales.

Horas después de la violencia armada ejercida contra Miguel Uribe, los llamados a la concordia nacional cayeron al vacío. Los partidos se negaron a ir a la Casa de Nariño; César Gaviria aprovechó para mezclar peras con manzanas con el objeto de obtener réditos durante la pausa crítica en que está la supervivencia del joven precandidato; los contendores de Uribe Turbay, entre aquellos de su propio partido, antes sus feroces contradictores y hoy sus mejores amigos, echaron más combustible a la enorme candela con sus respuestas mediáticas y sus mensajes en las redes sociales; y estas, con sus bodegas e influenciadores, incentivaron el odio, publicaron la identidad de los “culpables” del intento de asesinato, difundieron las fotografías de los “sospechosos” y “sospechosas” del acto criminal e incitaron a castigarlos con pena de muerte.

La espiral de ira colectiva en que ha entrado el país, antes y después del atentado atroz que afectó a Miguel Uribe, no es responsabilidad de uno o dos sino de todos: los de acá, los de allá, los que se creen bajados del cielo y quienes vienen del inframundo criminal. No hay quien pueda lanzar la primera piedra porque nadie está libre de pecado. Hipócritas unos, hipócritas otros, hipócritas todos, incluyendo a medios y periodistas, pues no hemos hecho otra cosa que opinar con rabia en lugar de informar con imparcialidad.

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