Valencia Jaramillo: Mi vida por un libro  

Irene Vallejo y Jorge Valencia

–      Un testimonio, por Jaime Lopera

Nota de la administración: este 23 de abril, Día del Idioma, a partir de las diez es la mañana, es esperado en la sede de la Academia Colombiana de  la Lengua, el poeta Jorge Valencia Jaramillo. El lúcido nonagenario (cumple 91 el 31 de julio) será “víctima” de un homenaje especial por su vida y obras dedicada los a libros. Los invito a leer un perfil mío, seguido de una nota de su viejo amigo Jaime Lopera. La foto de Valencia con la escritora Irene Vallejo, fue tomada por su esposa y arma secreta, Beatriz Cuberos. od

Por Óscar Domínguez Giraldo

Para Jorge Valencia Jaramillo los 365 días del año son una fiesta del libro. Ama los bisiestos porque tiene 24 horas más para leer.

Autoproclamado poeta triste, es economista tibio, masón activo, scout tardío. En su lúcido ocaso sería capaz de venderle su alma a Dios con tal de reclutar a un nuevo lector. Como ateo inofensivo, ya visitó el Cementerio Libre de Circasia.

Su amor-pasión-devoción  por la lectura la tiene desde que aprendió a juntar vocales y consonantes de la mano de doña Teresa, su madre, quien le inoculó el virus de la poesía.

Es el primero en llegar a las ferias del libro con la chequera lista para arrasar. Si lo dejaran, se llevaría toda la feria para su casa. Tal vez por eso se inventó la Feria Internacional del Libro de Bogotá que avanza con Brasil como invitado especial. Valencia queda sin norte, sur, oriente, ni occidente cuando se acaban las feria. Qué encarte para su mujer, doña Beatriz Cuberos,  rolísima ella, ala,  con el Santísimo expuesto todo el día  en casa.

Para la inauguración de la primera Filbo invitó a María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges. La pareja había estado en Medellín invitada por el entonces alcalde Valencia Jaramillo y su esposa y arma secreta.  Y su paparazi. 

Durante los tres días que Kodama estuvo en Bogotá, fue huésped de los Valencia- Cuberos. Él es mozartiano de ley, ella beethoveniana de raca mandaca.

El poeta, devoto también de Vivaldi, Corelli, Benedetto Marcello  y su mujer, se las apañaron para amasar a Diego Alberto, comunicador y editor; a Jorge  Daniel, virtuoso de la viola da gamba y quien ha dirigido grupos  de música antigua en Austria y también en Colombia, y a León Felipe, médico fisiatra, destino que ejerce con cierta poesía para hacerle honor a sus nombres.

Llerista grado A, fundador de la revista Pluma (otra de las niñas de sus ojos, Valencia Jaramillo compartió dirección con Alfonso Hanssen Villamizar y el quindiano Jaime Lopera, [ver nota aparte]). El poeta de san Roque, Antioquia, de 90 años y  monedas –cumple el 31 de julio para los regalos- confiesa que le “gustaría reencarnar en un pájaro que durara un día”. De mi cosecha, diría que aceptaría reencarnar en libros de sus muy admirados Faulkner o Camus.

En  la actualidad se dedica a tutearse con la Inteligencia Artificial a la que le pidió que hiciera un verso a su manera. Confiesa Valencia que AI le salió poco beligerante.

Bajo el gobierno de Carlos Lleras Restrepo estrenó su grado de economista de la U. de Antioquia, disciplina que estudió a regañadientes. Sólo le dictaba la literatura en su advocación de poesía. 

Pero mamá y papá Gregorio Nacianceno le advirtieron que de las letras nadie vive. Entonces estudió la disciplina que le permitió sacarse de la manga al Incomex. Luego se abrieron las puertas del ministerio de Desarrollo.  También lo puso en el camino de la política oficio que lo ha llevado varias veces al congreso.

Un testimonio

Por Jaime Lopera

Mis recuerdos, como decía don Antonio Machado, son recuerdos de los patios de Sevilla (o algo parecido). No son recuerdos cronológicos sino a saltos….

           Compartimos con Jorge Valencia Jaramillo muchos años en diferentes escenarios. El primero que recuerdo es el llamado Grupo Integración compuesto por un grupo de economistas (y otros colados como este servidor) que durante dos años bebimos de las enseñanzas que nos ofreció el profesor Lauchlin Currie cuya visión moderna y social de la economía resultaba de la época en la cual había servido como miembro del staff del despacho de Roosevelt en los preludios del New Deal.

Asediado por los primeros brotes del macartismo, y acusado de comunista, Currie recaló en Colombia como asesor del gobierno de Pastrana y fue el creador, entre otras cosas, de la Upac. Roberto Arenas Bonilla hacía las veces de coordinador de ese grupo que tuvo en su seno a más de veinte ministros de Estado posteriores. Currie era socrático: solo presentaba un punto de vista a la manera de una hipótesis suya sobre un fenómeno económico y luego empezaba a preguntar, en forma dialéctica, las posibles respuestas de los asistentes. Huelga decir lo que aprendimos con ese método y lo valioso que ha sido para mí en lo sucesivo.

            Mi amistad con Alfonso Hanssen Villamizar, a la sazón secretario privado del Ministro de Desarrollo, Jorge Valencia Jaramillo, me permitió conocerlo mejor y desde entonces cultivo con Jorge y con Beatriz una amistad que ha permanecido por años. Siempre a remolque del gordo Hanssen, años después fundamos la revista literaria Pluma que salía en forma intermitente bajo la dirección de ellos dos, Jorge y Alfonso, y la mía casi al final de la publicación. Por ahí pasaron como jefes de redacción Armando Yepes, Gabriel Iriarte y Conrado Zuluaga, en tanto que la secretaría la ejercía Javier Aristizabal, y Amparo Mejía Velez actuaba como directora de la Galería Pluma que fue muy exitosa comercialmente con los pintores y escultores de aquella época –en especial cuando abrimos nuestra sede propia en el Parque de la 98, costado occidental, donde nos establecimos por un tiempo como curadores de ese sitio que daba lástima por lo descuidado en los finales de la década del 80.

            Mi mejor acercamiento a la vida literaria de JVJ transcurrió en Europa. En un viaje a ese continente, Jorge decidió pasar por Génova donde me encontraba como gerente de la Flota Mercante Grancolombiana. Fueron tres días de cenas literarias en los restaurantes lugareños de esa ciudad y largas charlas sobre política en la que discrepábamos por mi lopismo y su llerismo sin llegar a mayores. La visita al monumental cementerio de Génova (el Staglieno), lleno de esculturas de muchas familias y personajes de la Liguria, donde pudimos ver la tumba de Manzzini y el famoso Angel de Monteverde, nos acercó mucho en la comunión con el arte.

            La campaña para repatriar los restos de Vargas Vila desde Barcelona, fue una aventura en la que acompañamos a Jorge con todo fervor y compromiso. A la llegada con el catafalco de España a Bogotá, se me dio la oportunidad de escoltarlo a la recepción de los restos en el propio templo de la masonería, en la carrera quinta con calle 17, donde empecé a vislumbrar sus cortejos con ese grupo dentro del cual ascendió a los más altos lugares en los grados de la jerarquía masónica. A mi regreso al Quindío, en el año 2000, dejé de verlo y esporádicamente lo encuentro en la feria del libro o por correo cuando se trata de intercambiar un par de noticias tales como rememorar a Borges o la visita de Augusto Monterroso y su esposa a la sede de Pluma, encuentro que nos produjo un deleite inenarrable.

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