Andrés Hoyos
La educación pública se cuenta entre las tres o cuatro materias que suelen diferenciar a los gobiernos de izquierda de los de derecha. A la derecha, por lo menos a la colombiana, le parece mejor la educación privada, pagada por los alumnos y sus familias; la izquierda, en buena parte del mundo desarrollado y exitoso, se caracteriza por ofrecer una educación gratuita no solo primaria y secundaria –hoy obligatorias en casi todas partes–, sino terciaria en sus diferentes modalidades. No siempre esta última es gratuita, pero sí le llegan cuantiosos subsidios que la hacen más que asequible. En la mayoría de los países ricos existe también la educación privada.
Es por lo anterior que resulta tan extravagante el debate colombiano sobre el Icetex, organismo creado a mediados del siglo XX, o sea hace más de cincuenta años. Este instituto financia matrículas y otros beneficios en instituciones, privadas o públicas, y en el exterior (de ahí la X de su nombre). Las cuentas dicen que faltan cerca de 400 mil millones de pesos para pagar los semestres actuales de unos 200 mil estudiantes, de los más de 900 mil que dependen del Icetex. No son oligarcas. El 91 % de los jóvenes que obtienen préstamos allí son de clase baja o media baja. Dadas las características sociales del país, es un privilegio tener acceso a posgrados o a estudios en el exterior, así que se vale cobrar por financiarlos, sin llegar a montos prohibitivos. Por tradición, se condona hasta el 50 % de las deudas de personas vulnerables. El porcentaje y los plazos podrían incluso subir y los intereses bajar.
Ahora bien, ¿no dizque iban a crear 500 mil cupos nuevos de educación superior? Pues bien, adelante. Las universidades públicas en Colombia son pequeñas, aunque las hay de mucha calidad. Es sencillamente absurdo esperar que en dos o tres años se modifique el sistema por completo. Se requiere invertir mucho en la formación de buenos profesores, elevando el estatus social de la profesión por varias vías, y se requiere nueva infraestructura, se use o no la privada. Por lo demás, con mucha ayuda y hasta presión del Estado, la educación puede seguir siendo mixta, algo que ayuda mucho a la convivencia pacífica entre las distintas clases sociales. Un graduando de una universidad privada de élite tiene que haberse codeado durante su formación con mucha gente de origen humilde. Si no lo hace, sus prejuicios se verán reforzados. Ah, y no son solo las universidades. Educación técnica también sirve y es prometedora. Por lo demás, deben de generalizarse los servicios sociales y proliferar las instituciones de enseñanza vocacional.
Si las mayorías políticas cambian de forma permanente –algo para nada seguro–, está claro que se pueden modificar a fondo las políticas educativas. Lo que no es aconsejable es hacerlo a la brava. O sea, no se vale que digan: aquí tiene una oferta diferente que marchita la que ya tenía, pero por ahora no está disponible, pasado mañana sí. Hoy algunas privadas tienen una magnífica oferta que las públicas todavía no tienen. ¿Por qué desperdiciar eso? Ojo, que no se vale meter los objetivos de contrabando.
David Brooks menciona en un ensayo reciente en The Atlantic un experimento fallido que se hizo en Alemania y que tiene una correlación social clara. Se plantaron bosques homogéneos, en los que no se permitía la maleza, y el resultado fue muy pobre. La supuesta maleza, así como la mezcla de especies, era esencial para la salud de los árboles. La uniformidad hacía daño. En la educación también hay que mezclar estudiantes de varios orígenes.
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