Por Carlos Alberto Ospina M.
No es posible aguantar la incesante cantaleta, la estridencia, el ruido visual, la imposición ideológica o la cacofonía verbal violenta. El ser humano precisa de la pausa y el silencio que le permita normalizar cualquier escenario, desde la obligatoria reflexión hasta lograr el punto de vista satisfactorio particular, pasando por el volumen de una pieza musical y el beso exploratorio al compás de la respiración entrecortada. Nadie se puede eternizar en un roce sin recuperar el aliento.
A diario germinan rebuscadas narrativas en cabeza de hombres que saturan el lenguaje a base de odio, chillidos e invenciones que afectan el bienestar físico, mental y emocional de algunas almas. Parodiando el preámbulo a la letra elemental de la canción de Karol G solo provoca exclamar “¡Marica, ya!” dejen de alimentar los prejuicios, la rabia contenida y la obsesión destructiva. Para hacer el mal se requiere de infinidad de conexiones neuronales similares al esfuerzo de alguien por posicionar y sostener una mentira que al final cae por su peso. Por el contrario, las buenas acciones fluyen por sí solas, liberando las hormonas de la alegría, el amor y la plenitud.
¡Hay qué ver! los estímulos insufribles al estilo de ametrallamientos de notificaciones que suenan sin tregua junto a un espécimen banal, una cadena de oración o para contagiar el insomnio. Los discursos caudillistas en tono iracundo, las declaraciones que siguen un protocolo de lugares comunes, la reproducción de posturas seudo ilustradas, el reality show exhibicionista, el salvajismo de las mal llamadas barras bravas, la justicia por mano propia, las reuniones familiares que compiten por quién grita más y el señor de la mazamorra que pone el mensaje sinfín al frente de la casa para impedir que el chatarrero sea escuchado. Todo esto forma parte del telón de fondo cotidiano que, en ciertas ocasiones, quisiéramos callar a causa del grado de contaminación auditiva, visual y verbal. ¡Nada personal! simplemente momentos de necesaria introspección y cavilación con el objeto de procesar lo que sucede a nivel individual.
En presencia de las enfermedades mentales, el estrés crónico y la ansiedad es fundamental detenerse a disfrutar la quietud a manera de un acto de insubordinación, el cual busca afirmar la autonomía en relación con los demás y asumir una posición más consciente acerca de las emociones sin procesar. En resumidas cuentas, no dejarse llevar por la inercia de la falsa aprobación ni por el disenso visceral que impide respirar, observar y decidir sobre la adecuada existencia; fuera de las conductas homogéneas y las tendencias superficiales.
La calma y la distancia crítica juegan un papel esencial en el enfoque genuino de la voz interna y del mundo. Apreciar el sosiego dista muchísimo de aislarse o desconectarse de la realidad. Tampoco eso representa ausencia de compromiso social, apatía e indiferencia. Por lo tanto, la música fluye de modo armónico, las caricias resuenan con mayor estabilidad y los gestos cobran significado al tenor del sonido que abraza la mudez.
Inhalar, exhalar y apreciar el silencio nos proporciona una noción de sanación y de paz. ¡La verdadera prioridad de la vida espiritual!
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