Sábado de las mascotas: Hombre que ama las boas

Boa constrictora. Imagen Definición

Por Óscar Domínguez Giraldo

Por puro azar, en la casa de alias Margarito,  (su apodo ha sido cambiado para proteger a sus “amadas”)  su esposa  y su mascota, una boa constrictor, tienen el mismo nombre: Margarita. Cuando las conoció a ambas, en épocas distintas, claro, ya tenían ese nombre, dice a manera de explicación no pedida.

Si bien las ama en forma “adecuada y equitativa”, Margarito sabe que terminará pareciéndose a Margarita (la boa). No lo admite por deslealtad con su media naranja sino porque tiene claro que los hombres, por inercia genética, terminan heredando la cara de sus mascotas.

El de Margarito  y sus dos Margaritas, es un triángulo amoroso que ha funcionado a la perfección: Margarita (su mujer) no lo cela con la otra Margarita. La boa tampoco, y todos  contentos. Un «mènage à trois» francés en la que marido y mujeres se llevan a la perfección, no funcionaría tan bien.

¿Mascota?

Cierta oposición que tampoco se atreve a decir su nombre, dice que Margarita (la boa) le cuida las novias al patrón cuando se va de correría a El Retiro, un pueblo al oriente de Medellín,  donde trabaja. Margarita (su mujer) le aguanta todas las boas que quiera. Novias no. 

Eso sí, la guardería para boas la tiene nuestro personaje en su apartamento de Medellín. Cuando Margarita (la boa) tiene familia,  Margarito decide a cuál de sus amigos le regalará una de las boitas. 

Es cuando sus amigos cambian de casa, o de país, si es del caso, para que no los encuentre. Prefieren vivir a tener una boa en casa como si fuera una french poodle, fiel como el centenario perrito de la Víctor.

Debido a su devoción por las boas, hay amigos que sólo le aguantan la amistad por teléfono, internet, carta o wasap. No le creen ni poquito cuando les dice que Margarita (la boa) es tierna, dulce, coqueta, amable, ama a la gente y no le hace mal  a nadie, acompaña a sus amigos hasta el cadalso y se ahorca con ellos, si del caso.

Después de oficiar como campesino, Margarito, apodo tomado de un cuento de García Márquez, fue ayudante de bus. Lo hizo tan bien en ese oficio que acabó como dueño del vehículo. Después se adueñó de toda la flota. Luego se produjo el matrimonio con Margarita (su mujer). No tengo claro si sus dos Margaritas tienen velas en el entierro de su creciente prosperidad.

Adonde llega en plan de negocios, al hombre le tienen cierta bronca cuando aparece en escena porque siempre lo hace en compañía de Margarita (la boa) anudada al cuello. Con ella se dedica a tomar aguardiente. Nadie se atreve a cobrarle la cuenta. A Margarita (su mujer), poco la saca a pasear. 

En cambio rota su guardería de boas porque ha descubierto que a esos bichos les gusta más el clima de eterna primavera de Medellín que el frío perpetuo, casto y arzobispal del oriente, donde engorda su cuenta bancaria.

Cuando las lleva en sus desplazamientos, las boas hacen las veces de celadores de los buses en la noche. Desde que los ladrones saben este pequeño detalle, no se volvieron a asomar. El concejo local estudia la posibilidad de poner boas en lugar de hombres armados.

Margarita (la boa preferida) presta un servicio adicional y por el mismo salario: cuando un pasajero se marea y no le alcanzan a llevar una bolsa para que deposite allí sus etcéteras, la boa sube a bordo y desayuna por cuenta de la maluquera del borrachito de turno.

Es tal la devoción de Margarito por sus boas que su divisa actual es: “Mientras más conozco a los hombres, más quiero a Margarita (la boa)”. (Líneas sometidas a latonería y pintura).

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