Paralelos entre Río de Janeiro, Medellín y Bogotá

El Corcovado que mira a Río de Janeiro. Foto ODG

Apenas 2432 palabras.Aviso para que tengan tiempo de arrepentirse de leer este ladrillo…

Por Óscar Domínguez G.

Rio-Medellín

Aprovechando que he roncado en portugués de Brasil, retomo un paralelo entre Medellín y Río de Janeiro, ya que, por fin, les ganamos 2-1 con goles de Lucho Díaz y sus padres animando y berriando en  la tribuna:

En varios sectores, Río produce sensación de lo ya visto. De pronto nos sentimos caminando por  La Playa, Junín, Prado, El Poblado, con su variopinta arquitectura y exhuberancia vegetal.  

Rica el “agua del municipio”, como la llamaba Borges. Más potable la de EPM. En ambas ciudades, calles y avenidas llevan nombres de cristianos, ciudades, países. (Ninguna calle de Río lleva nombres colombianos).

La gaseosa estrella se llama Guaraná, hecha a partir de una planta del mismo nombre con alto poder estimulante. Recuerda la Carta Roja criolla (q.e.p.d.). 

Limpio, ordenado, mimado, el metro de Río, en el que solo se escucha música clásica por los altoparlantes. Empate técnico. Nos aventajan en un vagón rosado, solo para damas.  Así las garotas se ponen a salvo de piropos masculinos con los dedos (pellizcos) en horas pico. 

Los buses, bien mantenidos, recuerdan a los de Campo Valdés en sus mejores días. Las taxis también aprueban la materia. Son más caros allá.

Los bambucos y torbellinos nuestros provocan sacar a bailar a la patria, al terruño. Abrazar una ceiba.  Sambas y choros brasileños  invitan a desvestir garotas. 

El mar hace presencia por todas partes. Se nos mete por los cinco teléfonos, como los yoguis llaman a los sentidos. Nosotros nos bandeamos con el río Medellín al que apenas le damos el estatus de río. Nos es ajeno. Nunca una caricia, o un mimo como: “Hola, riíto, ¿qué tal andas de la contaminación?”.

El río Medellín sirve, si mucho, como punto de referencia: fulano vive al otro lado del rio. Es despectivón con quienes vivimos en la zona occidental, en la otra banda.

Los parques cariocas, amazonas bonsáis, hacen nube. Nos golean 5-0. Pero en la oferta de flores, les devolvemos la paliza. Bueno, tenemos el Bosque de la Independencia, reencarnado en Jardín Botánico, vandalizado hace un tiempo por bárbaros, con el perdón de los bárbaros. 

El Cristo art deco del Corcovado con su tonelada y pico de peso, el Pan de Azúcar y otros peñascos y farallones prehistóricos, miran con desdén nuestros morritos de Salvador, Picacho, El Volador, Pan de Azúcar, Nutibara. 

El Cristo Redentor  tiene cara radiante, de aposentado (pensionado, en portugués). No le produjo estrés  el trabajo que le toca hacer hace dos mil años. De lejos, es el Cristo más crucificado (a punta flashes) de todo el mundo. Es un Cristo a tono con los festivos cariocas, casi sonriente. Todos los retrateros queremos inmortalizarnos tomándole gráficas distintas.

Los huevos cariocas parecen puestos por gallinas paisas que luego regresan a su base. Paisas y cariocas dan la sensación de que compran la deliciosa carne en los mismos sitios. La posta que preparan, parece hecha por la mamá de uno. En frutas son más ricas las nuestras: les ganamos 3-0 (bueno, que sea 3-1).

Como en cualquier ciudad colombiana, uno se puede enterar de las intimidades de los cariocas parando la oreja cuando hablan orondos por celular. Charlan como si estuvieran solos en el planeta.

En los restaurantes por kilo –se paga lo que pese el plato- la lata es rica, abundante,  barata. Y en los rodizios sirven como para luchadores de sumo. En la feijoada (frisolada) el marrano es rey. A estos sitios conviene asistir después de un ayuno de un semestre.

Tanto en Rio, ciudad corruptora de mayores”, como en Medellín, la tacita de plata, nombre tomado de Cádiz, España, si uno desea que las mujeres lo persigan, siga la receta de mi gurú Perogrullo: Póngase delante de ellas.

Según la revista «New Scientist», Río es la ciudad más amable del mundo. Nada que envidiarles. Creo que los cerebros de la publicación no conocen a Medellín.

En ambas ciudades, los ricos son “ridículamente ricos y los pobres asombrosamente pobres” (Ruy Castro).

Si hay que atropellar normas de transito, cariocas y paisas somos hermanos. 

En cualquier vacío levantan una iglesia. También en Medallo. En ambas partes, los meteorólogos mienten piadosamente. Es parte de su oficio. Se les perdona.

Los cariocas mueven las caderas como  Gabriela,  la heroína de Jorge Amado. Las bellas nuestras no rebajan pinta a la hora del mazamorreo o contoneo de cintura. 

Sí, son los mayores productores de café, pero la calidad es colombiana. Solo falta montar en Brasil tiendas Juan Valdez. Así les “enseñamos” a aprovechar el grano desde su cultivo hasta que llega a la boca de los consumidores.

En ambas ciudades, tiene vigencia la sentencia de Eça de Queiroz: “Como a los niños, a los políticos hay que estarles cambiando de pañales, y por la misma razón”.

El futbol es religión, opio del pueblo, escriben sus cronistas iluminados. En cualquier parte inventan un Maracaná. Nada qué envidiarles en inclinaciones balompédicas. 

Sigo investigando por qué Cervantes dijo del portugués que es un idioma sin hueso. Averiguo y les cuento en español-antioqueño de Medellín. (Esta nota ha sido sometida a labores de latonería y pintura).

Bogotá y Río

Si bien el Carnaval de Río es en febrero, a los forasteros nos parece una ciudad en estado de samba perpetua. En Colombia somos menos anárquicos. Más aconductados.

Virgen de Guadalupe. Foto Alcaldía de Bogotá

Bogotá es activa, ejecutiva, estresante. La gente se mueve más rápido. Río es balneario por excelencia.  Es ciudad sin prisa. La gente se toma media hora para morir de repente.

Bogotá ofrece el encanto erótico del frío. Río regala la sensualidad del calor que invita al estriptís.

Río ha sido definida como “ciudad corruptora de mayores”. En Bogotá también se puede pecar con fluidez de noche. Río es «solar», costeña, ruidosa. Bogotá es “lunar”, melancólica, bulliciosa.

La eficiencia que sobra en Bogotá hace falta en Río. El aire puro que hace falta en el centro bogotano, sobra en la Avenida Atlántica, junto al mar.

En Río se baila samba. Bogotá es salsera de tiempo completo.

Bogotá prefiere el recinto cerrado. Los cariocas prefieren las actividades al aire libre.

En Bogotá manda el aguardiente. Río se baña en cachaza.

Los cariocas son costeños: extrovertidos, bulliciosos, informales, amables. Los bogotanos son bogotanos: introvertidos, formales, amables, educados, desconfiados. Encorbatados. En Río van a trabajar en chancletas. La comodidad primero, la moda después.

A Bogotá el mar se lo dieron en lujuriosa Sabana. En Río, el mar se atraviesa más que un lotero en la Séptima. Por donde usted mire se encuentra paisaje de agua salada con sobrevuelo permanente de aves. Ambas ciudades se merecen vuelos directos, sin escalas en Perú o en Sao Paulo. Las escalas, dicen allí, son “chatas” (fastidiosas, aburridas).

Tienen el Cristo del Corcovado, el más ametrallado  del mundo por fotógrafos profesionales y por chambones de cámaras desechables. El Corcovado es más turístico. El Cristo de Monserrate es más milagroso.  Quedamos en paz.

El  Cristo de Corcovado tiene cara de estar pasándola bien. Parece en un eterno carnaval. Nada de crucifixión. El de Monserrate, lleva del bulto.

Es fácil hacer amigos en Río. Bogotá es más retrechera.

Los cariocas prefieren verse en la calle: la playa, el restaurante, la iglesia, el estadio, el bar de la esquina. Rara vez invitan a su casa. Los bogotanos disfrutan invitando a sus amigos a comer, tomar trago y arreglar el mundo, ojalá alrededor de una chimenea. O velas, en su defecto.

Bogotá impacta con La Candelaria, Río “humilla” con Santa Teresa. Son sitios diferentes, pero igualmente embrujadores por su antigüedad, belleza y ambiente bohemio, “socialbacano”.

Nuestras empanadas encarnan en los pasteles cariocas, rellenos de delicias que arruinan cualquier dieta.

Tienen hermosas y concurridas bibliotecas. Pero están mirando con lupa la red de bibliotecas bogotanas (Luis Ángel, Virgilio Barco, Tunal, Santo Domingo) para replicarlas en su territorio. Adelante.

Ambas ciudades alientan la informal cultura del rebusque. Les llevamos de ventaja los audaces malabaristas de los semáforos que hacen cursillo para trabajar en el Circo del Sol.  Ellos venden la raqueta electrocutadora de mosquitos (eficiente arma contra bichos que producen dengue e insomnio causado por el zumbido volador).

Bellísimas personas los cariocas. Los invitaría a almorzar si no fueran tantos.  Como bogoteño infiltrado o forastero que llaman, no tengo quejas de la amabilidad  y ternura rolas. (Lambé que están echando, Domínguez).

Río tiene mejor transporte público que Bogotá. Empezando por el metro que incluye vagón rosado. Suena poético un Transmilenio sólo para ellas. El metro bogotano cojea, como Navarro Wolff, pero algún día llegará.

En ambas capitales los taxistas son los jefes de relaciones públicas de la ciudad. Usted se instala y el taxista lo pone al día en segundos. Nos enteramos pronto de que en Río, como en Bogotá, los políticos suelen meter la mano en el bolsillo ajeno.

Las dos metrópolis emulan en la oferta oficial de espectáculos que tienen el encanto de lo gratuito. Por supuesto, hay menú cultural paralelo, privado, para  los bolsillos de los pudientes.

La deliciosa carne que se consume en Río parece comprada en alguna fama (carnicería) bogotana. 

La vanidad carioca suele expresarse en las playas de Ipanema y Copacabana. Aquí nos las arreglamos con la zona Rosa, T, G, y demás consonantes que convocan al goce pagano.

En Bogotá, se habla de estratos 1-6. En Río barajan distinto: La gente es de clase A, B, C, D, E.

A las cariocas las llaman para consumir y están ocupadas vaciando los centros comerciales. Claro que en “oneomanía” (gastar sin medida y sin necesidad) las bogotanas no se quedan atrás.

Si los cariocas probaran las frutas nuestras se morirían de la envidia. Por decir algo, un mango, un banano, una papaya del coloso suramericano, no le dan a los tobillos a los nuestros. 

En asuntos de frutas ellos tienen algunas que extrañamos: cajá o açaí.

Pero no conocen el lulo ni el mangostino.

En el peor invierno, Río no le niega días soleados a nadie. En el mejor verano, Bogotá no se olvida de su prontuario de tierra fácil para los aguaceros.

Pobre cultura gastronómica carioca (gentilicio exclusivo de los nacidos en la sibarítica y hedonista Río): no conocen el patacón de plátano verde. En Bogotá, lo encuentra en cualquier restaurante de uno o de varios soles.

Si los cariocas desean comer papas de verdad-verdad, los esperamos por acá.

Los bolardos bogotanos son enemigos personales del parqueo de vehículos en la calle. En Río, cualquier vía es pretexto para improvisar ordenado parqueadero. Eso se traduce en comodidad para los propietarios, sin que se violen los derechos humanos de los transeúntes. De paso, genera empleo informal para cuidadores de vehículos. 

Por favor, nacidos en la sorprendente Río, no nos hagan fieros con su imponente Jardín Botánico. El bogotano se llama igual y ha logrado reunir flores, árboles y plantas de todos los climas en un mismo sitio. En cuestión de flores, la ciudad de Don Gonzalo le lleva años luz a Río.

La tragedia de los colombianos que optaron por Río para amar y trabajar, radica en que para aprender portugués deben empezar por olvidar el español.

Los más ricos de Suramérica carecen de la letra eñe como tal. Tienen el sonido. Les hace tanta falta esa ninguneada consonante que recurrieron al matrimonio entre la n y la h para lograrlo. Como en senhor.

En Río, los buses son cómodos, limpios. Nada de racimos humanos. Los conductores suelen tener un asistente que se encarga de recibir el vil metal. Nos podríamos copiar de ellos. Y mejoraríamos la calidad de vida de nuestros fitipaldis.

Los buses solo se detienen en los paraderos. En Bogotá los paraderos sirven para lo que sirven los bolsillos de las piyamas. Allá y acá los conductores manejan como si transportaran bultos de papas.

Hay buses que tienen anoréxica pantalla de televisión en la que van suministrando titulares de las grandes noticias, a manera de certeros trinos. Enciman el estado del tiempo. A nadie le niegan su horóscopo.

Los habitantes de Bogotá y Río compiten furiosamente en el arte de brindar información rápida y certera al turista de a pie.

Correcto: en Río pululan provocadoras y provocativas  garotas ligeras de equipaje.  La ropa se queda en el clóset.  Sobre todo en verano.  Pero en asuntos de belleza femenina jamás nos golean 5-0. Hablaría de empate técnico porque las que taconean en la pasarela Bogotá, también provocan insomnio.

Bogotá es más democrática en su menú  futbolístico. En Río solo existe el fútbol hecho en casa. Les gusta tanto este deporte que en el Estadio se ahorran himnos. Sin preámbulos,  se mueve el balón.

A la hora de las telebobelas, Bogotá y Río son una sola lágrima. En ambas prospera la industria del clínex para coleccionar furtivos lagrimones.

En asuntos de inseguridad urbana tampoco nos pisamos las mangueras: atracadores y raponeros de ambas metrópolis también pagan arriendo. Y sus hijos van a la escuela, quieren tener un buen mañana.

En Bogotá, abunda el almuerzo corrientazo al mediodia. En Río, se paga lo que se consuma en gramos. Cómo hacen los dueños para no perder plata, es el gran enigma. Bogotá podría trasplantar esa modalidad. De nada por la idea.

A la hora del tinto, Río no le da a los tobillos a Bogotá. Difícil encontrar un buen “carioca” (café) en la que fue capital de la nación hasta 1960, cuando la desbancó Brasilia. 

La multinacional Starbucks, de la que  aprendimos el negocio de preparar café en todas sus modalidades, manda allí. Su alumno, Juan Valdez, le daría sopa y seco. Cafeteros: Hay un filón en Brasil.

Correcto, Río tiene sus grandes almacenes. Pero no en el formato y atención de un Éxito, Carulla, Alkosto.

De nada, Río, por recibir asesoría colombiana (del metro de Medellín, específicamente) para el sistema de transporte por cable para llegar hasta las favelas como el Alemao.

Nos aventajan en el imponente Pan de Azúcar pero eso caminando rápido no se nota. 

Río tiene miles de favelas que de lejos parecen vistosos pesebres que titilan en los morros. También en Bogotá, la pobreza se “mece altanera”  más cerca de las estrellas. Como si miraran a los ricos desde platea.

Tanto en Bogotá como en Río se puede hablar mal del gobierno sin que lo metan a uno a la cárcel. 

Bogotá: 2.600 metros más cerca de las estrellas. Río saca la mano y ahí está el mar.

En Río la despertada matinal y el adiós vespertino corre por cuenta de pájaros o de chicharras que “cantan” como pájaros. Bogotá es más ortodoxa. En tan pertinente materia solo pájaros de carne y plumas despiertan a los bellos y feos durmientes sabaneros. Obrigado.

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