Miercoles de las ciudades: Terruñear es un arte

Jardín, pueblo turístico por excelencia para "terruñear" en Antioquia. Foto Colombia.com

Por Óscar Domínguez Giraldo

Terruñear es visitar Montebello, donde nací, y Versalles, donde desperté a la vida en la huerta de mi casa con un espantapájaros mirándome fíjamente a los ojos….

Es tocar piano con los pies sobre el tablado del centenario Puente de Occidente con el Cauca Río a los pies.

Es irse a regiones del campo como Santa Bárbara donde si a usted no le gusta equis arcoiris se lo cambian por otro, y le enciman los mejores aguacates del mundo. (Los mejores no son los de la costa, como dice, equivocadamente en su bionovela ”Vivir para contarla”, el Nobel de Aracataca).

Santa Bárbara. Foto Pinterest

Es pasar por en medio de la plaza de esa acuarela llamada Versalles, abajo del alto de Minas, donde en las tardes con arreboles a Dios se le sale el Van Gogh que lleva por dentro.

Es hablar con misiá Emperatriz Botero, en la plaza de Jericó. Es tan buena cachadora que la paisana de mi abuela Amalita Calle Botero, la primera santa que conocí, se hace visita ella solita. La otra santa, la madre Laura, apareció después. (“Recemos para que no se acabe el mundo, como dice la radio”, dijo una vez mi abuela. Y aquí vamos: ¿más milagro para dónde?

Jericó, Antioquia. Foto Flickr

Es remplazar la cacofonía ruidosa de la gran ciudad por la dialéctica arrulladora de los arroyos campesinos tapizados de musgos verdes de todos los colores.

En Cocorná no le niegan una quebrada a nadie. Lo dicen sus charcos, pequeños cartagenas sin mar.

Terruñear es bañarse en charcos en La Ceja, vereda San Rafael, hoyo de Santa Rosa, en quebradas tan, pero tan titinas, que provoca adoptarlas.

La Ceja, para «puebliar». Foto Vive La Ceja

Es tomar “postrera” de vaca topa (sin cachos), directamente de la ubre a la boca, acompañada de arepas de pelao como las que preparan las González, de Fátima, también en predios de La Ceja.

Es visitar el municipio de Guadalupe donde vivía don Otilio Londoño, de 95 años, quien debía su longevidad a su profesión de enamorado. Esposa que se le muere, esposa que remplaza. Sostiene que los matrimonios duran más mientras más fiel sea… la mujer. Don Otilio reveló la fórmula para que el matrimonio sea eterno mientras dure: Que ELLA diga siempre sí.

En Guadalupe, un bus escalera con cargaderas, también llamado teleférico o garrocha, transporta a los montañeros en menos de cinco minutos de Bogotá a Medellín, o sea, del frío al calor a través del abismo.

Terruñear es pedirle al Caído de Girardota o a la Chinca, de La Estrella – a cuál más teso para hacer milagros-, que los ELNos vuelvan chatarra sus  fierros.

Santa Rosa de Osos. Foto Medellín Turístico

Tan exquisitos como su gente es el paisaje de Santa Rosa de Osos. La medicina naturista está en mora de recetar gotas de paisaje santarrosano para volver hilachas el estrés de la ciudad. Cuando el paisaje se venda en pastillas se acabarán los discípulos de Freud.

Terruñear es conocer en el kiosco de la plaza de El Retiro a «Chamizo», dueño de la única guardería para boas que hay en el mundo. Sus boas tienen el mismo nombre de su mujer: Margarita. O al revés, no estoy seguro.

El Retiro. Foto Aventura Travels

Es descubrir en algún centro comercial de Oriente que los poetas terminan pareciéndose a sus versos. Tuve esa agradable sensación al toparme con mi ex profesor de preceptiva literaria en el Colombiano de Educación.

Al sentarse a la mesa, terruñear es escuchar la frase que solía repetir el prolífico don Ricardo Jaramillo, de Envigado, vecino de Fernando González, cuando iba a comer: «Hagámonos matar de estos frisoles con coles».

Es conocer que una monjita hecha en Jericó, y residente en el Putumayo acuñó la expresión «estar enfermo de la fe de bautismo», como sinónimo de vejez.

Es comprar los bizcochuelos del Espírtu Santo que preparan las monjas de clausura del barrio Mesa, de Envigado. Pregunten por la madre Margarita, dueña de la receta para hornearlos.

Envigado y la buena mesa. Foto Valor & Negocios

Es conocer, en Cocorná, Antioquia, a la madre Teresa de Calcuta del ajedrez. Se llama Ramiro Soto Ríos. Demuestra la existencia de Dios a partir de la apertura peón-rey. (Bueno, como que el viejo Rami se fue a vivir a san Rafael).

Es «tanquiar» para todo el año comiendo buñuelos de Rosa Rubiela en san Antonio de Pereira (=Ríonegro), o de doña Beiba y doña Inés, en Fátima, la otra vereda de los sueños, en La Ceja adentro, en predios de Gregorio Gutiérrez González, donde nació mi abuela Ana Rosa Giraldo Jiménez quien vivió en tres siglos: 1899-2000-2001.

Es recitar, de Gutiérrez González, cerca de algún fogón montañero del suroeste: “Salve, segunda trinidad bendita, salve, frijoles, mazamorra, arepa, con nombraros no más se siente hambre, no muera yo sin que otra vez os vea”.

Es «sapotiar» en todas las cocinas y probar alimentos de todas las ollas con – o sin- la complicidad del ama de casa de turno.

Yarumal, para «puebliar» en Antioquia

Es descubrir que el sol de los venados de Yarumal se vuelve Picasso de brocha frágil en las tardes para pintar, con arreboles como materia prima, cuadros abstractos sobre el lienzo del firmamento.

El verbo terruñear nos permite averiguar que el limón desplaza a las multinacionales del aseo personal cuando se utiliza para combatir la castiza pecueca.

Es untarse de historia en Rionegro donde trascurre la novela Lejos del Nido, de Juanjosébotero. De esa novela piratiamos el nombre de mi hija Andrea.

Si algún día se perdieran todas las fotos de García Márquez, en el marco de la plaza de Támesis, debajo de un madroño, suele sentarse a tomar tinto el doble del Nobel de Aracataca, ajeno por completo al parecido y a la fama del iluminado caribe. Aproveche la visita a Támesis para volverse ducho en petrogrifos.

Támesis, Antioquia. Foto Comfama

¿Necesita un pensador? En el Bar Baco, arribita de la plaza, en el mismito Támesis, se puede topar con un mechudo devoto de la meditación zen que se pasa horas despachando una copa de vino en compañía de alguna melodía de los Rolling Stones, o algún clásico rockero de Led Zeppelin.

“¿Usted qué hace?”, le pregunté al pensador: «Pienso», respondió lacónicamente. Y el Rodín de Támesis siguió existiendo.

Terruñear es desatrasarse de nostalgias atisbando rostros conocidos o por conocer, mirando paisajes siempre vírgenes o calles mil veces barridas por el viento y por su majestad el olvido.

Montebello, la tierra del columnista.

Es desestresarse sabiendo que a la hora en que se visita el imponente Salto del Buey, entre La Ceja, Abejorral y Montebello, hay gente en las oficinas que está levantando pa’ la yuca.

Es sacar tiempo para adoptar alguna quebrada, sembrar una ceiba de un piecito robado en el marco de la plaza de Caramanta.

Es caminar por caminos de herradura con 200 años de historia al lado de espantos que hablan el lenguaje de las sombras.

Mosaico gráfico de Guatapé. Fotos Ecoturismo

Es leer -en algún reposo de tanto paisaje – en el libro «Viaje a Ixtlan», de Castaneda, la frase del brujo yaqui don Juan: «Cómo puede uno darse tanta importancia sabiendo que la muerte nos está acechando».

En las Empresas Púbicas de Medellín no pueden ver una gota de agua porque la invitan a almorzar. Como no hay almuerzo gratis, en el camino van convirtiendo cada gota en un kilovatio en potencia. Lo puede constatar en San Rafael, por ejemplo. O en Guatapé. Y colorín colorado….  (Notas pasadas por latonería y pintura).

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