Por Tomás Jurado Cadavid
(Palabras de Tomás Jurado Cadavid en el funeral de su abuelo el periodista Orlando Cadavid Correa)
Ayer tuve la oportunidad de entrar de nuevo a la casa de mi abuelo después de un largo- largo tiempo, y no me cabe ninguna duda de que esa casa es el perfecto reflejo de su persona. Está llena de cientos de libros, lo cual hace un perfecto símil con las incontables horas que uno se podía quedar hablando con él, mientras compartía miles de historias y soltaba pequeñas cantidades de su inconmensurable conocimiento, con la excepción de que eso de las «incontables horas» no sucedía, ya que su soledad y su privacidad eran unos de sus tesoros más preciados. Casi tan preciados como sus 2 hijas, su hijo, y sus 3 nietos.
Él veía algo especial en mí aunque dudo haberlo escuchado directamente de su boca. Después de todo, era mucho más de palabra escrita que de palabra dicha, sin subestimar, claro, su maravilloso trabajo en la radio. Pero yo también veía algo especial en él. Un hombre extremadamente brillante, dedicado a lo que amaba, dedicado a sus libros, a sus decenas de discos de música del folclor colombiano, o de tango, a su familia, y, especialmente, a su profesión.
Mi madre fue la encargada de contarme sobre el tipo de persona que era mi abuelo. O no sé porque lo sigo llamando así, si siempre lo vi como mi héroe. Eso era, eso es y eso siempre será, un modelo a seguir. Yo en mi cabeza lo tengo a él como el tipo de ser humano que luchaba por lo que quería, luchó por cada cosa que consiguió y llegó a ser uno de los periodistas con más prestigio de este país, aunque odiaba mucho cualquier palabra o cumplido que lo pusiera más arriba o más abajo que lo que él mismo se consideraba: un periodista más intentando hacer su trabajo.
Sin embargo, opino que se merece absolutamente todos los comentarios positivos que recibió a lo largo de sus 78 años. Era un periodista ejemplar, un ciudadano modelo, un hombre honesto, ordenado, amoroso y un ser humano excepcional. No podría agradecerle lo suficiente por todo lo bueno que me aportó durante estos casi 16 años de vida, ni por el maravilloso trabajo de crianza que hizo con mi amada madre, ni por las enseñanzas que me dejó, junto con un legado digno de proteger.
Y como última forma de despedida, quiero expresar el infinito amor y respeto que tengo por mi abuelo. Quiero expresar que fue un placer conocerlo y tenerlo de guía, fuera cerca, fuera lejos, y ahora, aquí en la tierra, o en el cielo, estando un poco ocupado en este último, ya que no me sorprendería que fuera el encargado de continuar reportando las maravillas que ocurren desde la emisora del cielo, o tal vez escribiendo en un estudio con su tocadiscos personal y su biblioteca eterna, o tal vez sentado en un sillón disfrutando de un buen libro con las gafas que lo caracterizaban. Y espero que, cuando sea mi hora, y finalmente toque en la puerta de su oficina, no me despache tan rápido como siempre. Te amo, abuelito.