Una mariscada en el fin del mundo

Por Guillermo Romero Salamanca

–¿Qué vas a hacer después de hacer el Camino de Santiago?

–Yo sigo, voy hasta Finisterre. 

Algunos peregrinos siguen su recorrido más allá de la ciudad del apóstol y patrón de España y determinan ir hasta el faro de Finisterre. Allí encuentran el punto “cero”. Se toman una fotografía y luego avanzan unos metros hasta donde comienza un acantilado, al lado del faro y contemplan la majestuosidad del Océano Atlántico. Allí se quitan las botas, descansan un rato respirando el aire salino, bronceándose un poco, respirando profundo y en silencio piensan en el regreso.

Por siglos y siglos, y hasta hace poco más de 500 años, los europeos vivieron convencidos de que la tierra era plana, una especie de plancha sólida que flotaba sobre un mar enigmático y oscuro.

Según esa teoría, el mundo terminaba en un lugar muy concreto, en un punto preciso más allá del cual no había nada, sólo las aguas sombrías, aterradoras y repletas de monstruos del llamado Mare Tenebrosum, mar tenebroso.

Fue nombrado por los romanos con el nombre en latín de Finis Terrae, literalmente, el «fin de la tierra», Finisterre en castellano.

Cristóbal Colón les demostró que más allá había más tierra y la expedición de Magallanes demostró que el planeta era redondo.

Finisterre está a unos 108 kilómetros de A Coruña, a 98 de Santiago de Compostela –una hora y 15 minutos en vehículo—, a 13 de Cee y a 54 de Muros.

¿Y qué hay en el fin del mundo? En esta península abrupta, hay un faro –convertido en hotel–, un telescopio, un mojón, unos puestos de venta de recuerdos del Camino de Santiago y personas de diferentes nacionalidades. Hay, desde los estrictos japoneses, hasta cantantes con guitarra, coreanos, polacos, alemanes, españoles, franceses y portugueses. 

Algunos visitantes viajan hasta allí en automóvil, otros en bicicleta y unos más prefieren los veleros que bordean la península y observan las atrevidas gaviotas, miran de frente las montañas y saborean una cerveza gallega.

Delicias del mar en la mesa

En el fin del mundo también hay una Cruz y hasta hace unos años, los caminantes tenían la costumbre de arrojar al mar sus prendas utilizadas en la caminata o, simplemente quemarlas. Situaciones que por orden de preservación del medio ambiente fueron prohibidas.

Finisterre también está cerca de Francia, pero además tiene mucha influencia de Portugal. Los nativos hablan gallego, pero entienden, desde luego muy bien, francés, portugués y castellano o español.

Además del paisaje repleto de oportunidades para tomar fotos del mar, de playas amarillas como Langosteira, Corveiro, Ribeira, Sardiñeiro, Mar de Fóra, Arnela y Rostro, uno de sus máximos atractivos es su gastronomía, con las características de variedad, familiar, artesanal, pausada y sobre, todo, abundante.

Se requiere cierto espíritu sibarita para apreciar las bondades del mar, los vinos tintos y blancos porque son más de 80 las variedades de pescado de mar y media docena de los ríos.

Exigentes comensales critican y analizan cada uno de los platos, por su sabor, su frescura, su tamaño y, desde luego, su precio.

Mariscadas con un abanico amplio y generoso de mariscos, con centollas, santiaguiños, bogavantes, zamburiñas, cigalas, ostras, camarones, mejillones –donde tienen su mayor placer–, nécoras, percebes, navajas, buey de mar, acompañadas con empanadas y el famoso pulpo á feira, con los pimientos de Padrón, quesos de leche de vaca gallega se pueden encontrar en sus restaurantes.

Manjares preparados, casi todos, con laurel, sal y agua de mar. Sí, es una de las novedades de los últimos días, dicen algunos de los críticos comensales.

Uno de los moluscos más apetecidos en el mundo es el abalón y Galicia es su tierra. Un kilo de este gasterópodo puede costar dos mil euros. Tiene la forma de una oreja humana, rugoso por fuera y muy colorido en su interior. Se alimenta de algas y huye de las estrellas de mar y los cangrejos, sus depredadores naturales. Los pescadores deben sacarlos de las rocas del mar, pero vale la pena por sus resultados económicos.

Otra mariscada

Por otro lado, Galicia ha convertido en un fortín su experiencia en acuicultura. El mejillón es el rey de la comunidad autónoma de Galicia. Supone el 95,68 por ciento de toda la producción.

A lo largo de las playas se observan los cultivos que tienen. Algunos dicen que los copiaron de China, pero lo cierto es que ahora Galicia comanda la operación. El gran amigo Miro, conductor de la excursión, comenta que los mejores mejillones se producen entre agosto y septiembre.

Lo cierto es que vale la pena ir hasta el fin del mundo por una mariscada. Si hace el Camino de Santiago, pase por la avenida del Puerto, en Finisterre, pregunte por Juanjo o Mirian en O Centolo y pídales la carta para que, desde el comienzo, tenga un comienzo sibarita, observe el mar y dese gusto tomando…fotos. 

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