Por Gina Kolata
Gina Kolata escribió anteriormente sobre los secretos médicos y familiares del ADN de Beethoven.
A las 7 de la noche del 7 de mayo de 1824, Ludwig van Beethoven, que entonces tenía 53 años, subió al escenario del magnífico Theater am Kärntnertor de Viena para dirigir el estreno mundial de su Novena Sinfonía, la última que terminó.
Aquella interpretación, de la que se cumplieron 200 años el martes de la semana pasada, fue inolvidable en muchos sentidos. Pero estuvo marcada por un incidente al comienzo del segundo movimiento que reveló al público de unas 1800 personas lo sordo que se había quedado el venerado compositor.
Ted Albrecht, profesor emérito de musicología de la Universidad Estatal de Kent, Ohio, y autor de un libro reciente sobre la Novena Sinfonía, describió la escena.
El movimiento comenzó con fuertes timbales, y la multitud vitoreó salvajemente.
Pero Beethoven era ajeno a los aplausos y a su música. Estaba de espaldas al público, marcando el compás. En ese momento, un solista lo agarró de la manga y lo obligó a que se volteara para que viera la estridente aclamación que no podía oír.
Era una humillación más para un compositor a quien le mortificaba su sordera desde que empezó a perder el oído a los veinte años.
Pero, ¿por qué se había quedado sordo? ¿Y por qué sufría calambres abdominales, flatulencias y diarrea?
Una serie de aficionados y expertos han debatido varias teorías. ¿Fue la enfermedad ósea de Paget, que en el cráneo puede afectar la audición? ¿La causa de sus problemas gastrointestinales fue el síndrome del intestino irritable? ¿O podría haber padecido sífilis, pancreatitis, diabetes o necrosis papilar renal, una enfermedad de los riñones?
Después de 200 años, el descubrimiento de sustancias tóxicas en mechones de pelo del compositor podría resolver el misterio.
Esta historia comenzó hace unos años, cuando los investigadores se dieron cuenta de que el análisis del ADN había avanzado lo suficiente como para justificar un examen del cabello que, según se dice, fue tomado de la cabeza de Beethoven por admiradores angustiados mientras agonizaba.
William Meredith, director fundador del Centro Ira F. Brilliant de Estudios Beethoven de la Universidad Estatal de San José, empezó a buscar mechones en subastas y museos. Al final, él y sus colegas encontraron cinco muestras que, según un análisis de ADN, procedían de la cabeza del compositor.
Kevin Brown, un empresario australiano apasionado de Beethoven, era propietario de tres de los mechones y quería cumplir la peticiónque el célebre compositor hizo en 1802 cuando dijo que, luego de su muerte, quería que los médicos trataran de averiguar por qué había estado tan enfermo. Brown envió dos mechones a un laboratorio especializado de la Clínica Mayo que cuenta con el equipo y los conocimientos necesarios para analizar la presencia de metales pesados.
El resultado, según Paul Jannetto, director del laboratorio, fue asombroso. Uno de los mechones de Beethoven contenía 258 microgramos de plomo por gramo de pelo y el otro 380 microgramos.
Un nivel normal en el pelo es de menos de 4 microgramos de plomo por gramo.
“Definitivamente, Beethoven estuvo expuesto a altas concentraciones de plomo”, señaló Jannetto.
“Estos son los valores más altos en cabello que he visto nunca”, añadió. “Recibimos muestras de todo el mundo y estos valores son de una magnitud superior”.
El cabello de Beethoven también presentaba niveles de arsénico 13 veces superiores a lo normal y niveles de mercurio 4 veces superiores. Pero las elevadas cantidades de plomo, en particular, podrían haber ocasionado muchas de sus dolencias, dijo Jannetto.
Los investigadores, entre los que se encuentran Jannetto, Brown y Meredith, describen sus hallazgos en una carta publicada el lunes en la revista Clinical Chemistry.
El análisis actualiza un informe del año pasado, cuando el mismo equipo afirmó que Beethoven no había sufrido envenenamiento por plomo. Ahora, gracias a pruebas exhaustivas, aseguran que tenía suficiente plomo en su organismo para, como mínimo, explicar su sordera y sus enfermedades.
David Eaton, toxicólogo y profesor emérito de la Universidad de Washington quien no participó en el estudio, dijo que los problemas gastrointestinales de Beethoven “son completamente consistentes con el envenenamiento por plomo”. Y añadió, que en cuanto a la sordera de Beethoven, las altas dosis de plomo afectan al sistema nervioso y podrían haber destruido su audición.
“Es difícil saber si la dosis crónica fue suficiente para matarlo”, añadió Eaton.
Nadie sugiere que el compositor fuera envenenado de manera deliberada. Sin embargo, Jerome Nriagu, experto en envenenamiento por plomo en la historia y profesor emérito de la Universidad de Míchigan, dijo que el plomo se había utilizado en vinos y alimentos en la Europa del siglo XIX, así como en medicamentos y ungüentos.
Una fuente probable de los altos niveles de plomo de Beethoven era el vino barato. El plomo, en forma de acetato de plomo, también llamado “azúcar de plomo”, tiene un sabor dulce. En la época de Beethoven se solía añadir al vino de mala calidad para que supiera mejor.
Según Nriagu, el vino también se fermentaba en calderas soldadas con plomo, que se filtraba a medida que envejecía. Y añadió que los corchos de las botellas de vino se remojaban previamente en sal de plomo para mejorar el sellado.
Beethoven bebía grandes cantidades de vino, aproximadamente una botella al día, y más tarde incluso más, creyendo que era bueno para su salud y también, según Meredith, porque se había vuelto adicto a ese licor. En los últimos días, antes de su muerte a los 56 años en 1827, sus amigos le daban vino a cucharadas.
Su secretario y biógrafo, Anton Schindler, describió la escena en su lecho de muerte: “Esta lucha mortal fue terrible de contemplar, para su constitución general, especialmente para su pecho, fue gigantesca. Sin embargo, bebió un poco de su vino Rüdesheimer a cucharadas hasta que falleció”.
Mientras yacía en su lecho de muerte, su editor le regaló 12botellas de vino. Para ese momento, Beethoven ya sabía que nunca podría bebérselas. Susurró sus últimas palabras de las que se tiene registro: “Lástima, lástima, ¡demasiado tarde!”.
Al ser un compositor, la sordera quizá fue la peor de sus aflicciones.
A la edad de 30 años, 26 antes de su muerte, Beethoven escribió: “Desde hace casi dos años he dejado de asistir a actos sociales, simplemente porque me resulta imposible decirle a la gente: soy sordo. Si tuviera cualquier otra profesión, podría sobrellevar mi enfermedad, pero en mi profesión es un terrible impedimento. Y si mis enemigos, que son bastantes, se enteraran, ¿qué dirían?”.
A los 32 años, Beethoven se lamentaba de no poder oír una flauta o el canto de un pastor lo que, según escribió, “me llevó casi a la desesperación. Un poco más y me habría suicidado —solo el arte me contuvo—. Ah, me parecía impensable dejar el mundo hasta que hubiera sacado todo lo que siento que hay dentro de mí”.
A lo largo de los años, Beethoven consultó a muchos médicos, probando tratamiento tras tratamiento para sus dolencias y su sordera, pero no encontró alivio. Llegó un momento en que utilizaba ungüentos y tomaba 75 medicamentos, muchos de los cuales probablemente contenían plomo.
En 1823, le escribió a un conocido, también sordo, sobre su propia incapacidad para oír calificándola de “penosa desgracia” y señalando: “Los médicos saben poco; al final uno se cansa de ellos”.
Es probable que su Novena Sinfonía fuese una manera de reconciliar su dolor con su arte.
Desde su adolescencia, Beethoven se sintió cautivado por el poema “Oda a la alegría” de Friedrich Schiller.
Puso música al poema en la Novena, cantada por solistas y un coro, lo que se considera el primer caso de canto en una sinfonía. Era la culminación de la sinfonía, y representaba la búsqueda de la alegría.
El primer movimiento es una descripción de la desesperación, escribió Beethoven. El segundo movimiento, con sus sonoros timbales, es un intento de romper la desesperación. El tercero revela un mundo “tierno” en el que se deja a un lado la desesperación, escribió. Pero dejar a un lado la desesperación no era suficiente, concluyó. En su lugar, “hay que buscar algo que nos llame a la vida”.
El final, el cuarto movimiento, era esa llamada. Era la oda a la alegría.
En los años transcurridos desde entonces, la Novena de Beethoven ha conmovido profundamente a millones de personas, incluso a Helen Keller, quien la “escuchó” apretando la mano contra una radio:
Mientras escuchaba, con la oscuridad y la melodía, la sombra y el sonido llenando toda la habitación, no pude evitar recordar que el gran compositor que derramó tal torrente de dulzura en el mundo era sordo como yo. Me maravillaba el poder de su espíritu inagotable que, a partir de su dolor, infundía tanta alegría a los demás, y allí estaba yo, sintiendo con mi mano la magnífica sinfonía que rompía como un mar en las orillas silenciosas de su alma y de la mía.
Gina Kolata escribe sobre enfermedades y tratamientos, cómo se descubren y prueban los tratamientos y cómo afectan a las personas.