Mariamulatas, o la libertad por jaula

El maestro Guillermo Angulo fotografío esta mariamulata en la casa de García Márquez en Cartagena.

Por Óscar Domínguez Giraldo

Las mariamulatas son aves que vuelan todas de negro hasta lasplumas vestidas. Se desplazan siempre elegantes, listas para concurrir a unmatrimonio o a un entierro, ceremonias en las que rige el luto.

Mientras llega la rectificación digamos que son originarias del África. Algún día se echaron encima el color de ese continente y viajaron a lomo de mar a América. Se les endulza el oído cuando se las llama por su nombre científico: Quiscalus mexicanus. Se dan por aludidas  cuando les dicen zanates, en México; clarineros, en Guatemala; changamés, en Panamá; galandras, en Venezuela, o changos, en Ecuador.

Desde el pent house de su arrogancia apenas voltean a mirar en las costas del Atlántico o del Pacífico colombiano, cuando turistas estresados (=cachacos) o lugareños de pelo quieto les gritan: mariamulatas, nombre tomado de una vendedora de alegrías (especie de golosinas) en las playas de Cartagena, donde las conocí.

Aceptan el mar porque les sirve de jacuzzi para bañar su fiereza.

También porque lo utilizan como restaurante estrato seis del cual toman parte de la dieta que consumen para mantener afilada su bravura. También las he visto pavoneándose a la orilla del río Sinú que  vio nacer al Pachanga Sánchez Juliao.

Admiten el mar porque les sirve de remota escenografía a su vuelo. Pero no le rinden pleitesía. La genuflexión no es su fuerte.

Tienen mejores relaciones con su hábitat natural, el cielo. Para ellas, el mar no es más que un prosaico aguacero acostado.

Siempre es de noche en el sitio donde se posa una mariamulata.  Esto las hace sentirse únicas. Vanidad, mariamulata te llamaría.

Cualquier día, las mariamulatas, como por arte de magia,  sacaron de su sombrero su propio pintor: el maestro Grau, su certero biógrafo con pincel.

Un hiperbólico taxista cartagenero – y perdón por la redundancia – me aseguró, subiendo al cerro de la Popa, que a medida que van envejeciendo, en vez de peinar canas como los mortales, su plumaje se torna más negro.

Si cuando andan solitarias viven de su propia arrogancia, en manada son oportunistas y agresivas. ¡Ay del que se acerque demasiado a los nidos fabricados por estas arquitectas de su propia noche!

Son tan bravas las mariamulatas que impusieron el género femenino. Llevaron la liberación femenina al aire. Para no parecerse a los machos, las hembras llevan el iris amarillo más mate, son más pequeñas y tienen la cola negra más corta y menos en  forma de quilla que su oposición masculina.

Tal vez pensando en ellas escribió Tagore: «El pájaro quisiera ser nube; la nube, pájaro». Pero no. Definitivamente, las mariamulatas no le jalan a este cambalache de pájaro por nube. Detestan perder.

Podrían terminar sacrificando su furiosa libertad para convertirse en un cúmulus nimbus. Dicho de otra forma: las mariamulatas sólo aceptan a libertad por jaula.

(Líneas pasadas por latonería y pintura).

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