Enrique Santos Calderón
Siempre me han molestado los pregoneros del desastre. Esos que viven advirtiendo que el fin está cerca y en todo lado ven síntomas de que la humanidad peligra por un inevitable choque entre las potencias de Este y Oeste.
Desde el comienzo de la Guerra Fría entre Washington y Moscú, hace más de setenta años, la pugna ideológica entre capitalismo y comunismo polarizó al mundo y dio lugar a una carrera armamentista que priorizó el poder militar y las arrogancias nacionales sobre el entendimiento pacífico entre los pueblos del mundo. El comunismo ya no existe y el equilibrio nuclear entre las potencias ha impedido un holocausto mundial. Pero cierto es que hoy crecen tensiones que han recalentado el planeta y no faltan motivos de alarma.
Como la advertencia que el gobierno de Suecia lanzó estos días a sus ciudadanos para prepararse en caso de bombardeos rusos, con detallados folletos enviados a todos los hogares con instrucciones de cómo llegar a los refugios aéreos y qué medidas tomar para sobrevivir. Finlandia ha hecho lo mismo. Dos países no propensos al histerismo, pero que con la agudización de la crisis en Ucrania saben que están en la línea de fuego.
Pese a que Ucrania (con la autorización de EE.UU.) lanzó misiles de largo alcance contra Rusia (que en un año ha perdido 150 mil soldados en este conflicto) y a que Putin ripostó por primera vez con misiles suyos (y ha advertido que recurriría a armas nucleares tácticas), es difícil creer que esta situación pueda escalar hacia una guerra global. Tiene que haber pronto un punto de quiebre, so pena de que terminen teniendo la razón los pregoneros del desastre. “¡Arrepentíos, que el final está cerca!”.
Como están las cosas, por más insólito que parezca, el que podría producir este quiebre es Donald Trump, que anunció que apenas se posesione en la Casa Blanca resuelve el problema en 24 horas. Parece inverosímil, pero este personaje no deja de sorprendernos. Con plenos poderes tras una elección que le otorgó una presidencia casi “imperial”, no hay duda de que querrá consagrarse como el estadista internacional que puso fin a la guerra entre rusos y ucranianos.
No faltaba sino eso: Donald Trump, futuro Premio Nobel de Paz. Pero si lo logra, merecido.
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Pasando al otro tema caliente del planeta, la orden de arresto que promulgó la Corte Penal Internacional (CPI) contra Netanyahu por crímenes de guerra en Gaza no pasará de ser un canto a la bandera. Estados Unidos no reconoce jurisdicción de la CPI, Israel tampoco y este tribunal no tiene cómo hacer cumplir su dictamen. Hace dos años también dictó orden de arresto contra Putin por la invasión de Ucrania y el líder ruso no ha sido tocado.
Estos actos quedan como constancias morales para que la comunidad internacional reaccione contra las atrocidades y las naciones occidentales que le venden armas a Israel recapaciten. Se supone que los 124 países signatarios del Estatuto de Roma de la CPI están legalmente obligados a detenerlo si viaja a cualquiera de ellos. Vana ilusión. Aquí se impone la realpolitik, ante la cual los llamados de la Corte son letra muerta. Este tribunal ha procesado con éxito a un puñado de déspotas africanos, al tristemente célebre “carnicero de los Balcanes”, Slobodan Milosevic, y a otros líderes serbios por actos genocidas contra bosnios y herzegovinos en la antigua Yugoeslavia, pero un caso como el de Netanyahu es a otro precio.
¿Y qué decir de Nicolás Maduro? La CPI lo tiene bajo escrutinio por presuntos crímenes de lesa humanidad desde 2017 y en el Parlamento Europeo se estudia una solicitud para que se dictamine su arresto. Y está de por medio la reciente petición al fiscal de la Corte, por parte de treinta expresidentes de América Latina y España (entre ellos Uribe, Pastrana, Duque, Fox, Macri, Rajoy, Aznar y Felipe González), para que ordene la “captura inmediata” del dictador venezolano por “terrorismo de Estado” y crímenes de lesa humanidad. Está por verse.
Maduro, que ya ha expulsado a la oficina de Naciones Unidas y a siete embajadores de países que cuestionaron la legitimidad de su elección, ha reaccionado con típica desfachatez y beligerancia pero cada vez se le nota más el desgaste personal y el declinante respaldo internacional. Antiguos amigos han tomado distancia: Lula le dio la espalda y se opuso al ingreso de Venezuela a los Brics. Petro ha dicho que el proceso electoral que lo llevó al poder fue “oscuro” y sigue esperando que se divulguen las actas electorales.
Le quedan el petróleo y Vladimir Putin, que lo felicitó. No se sabe hasta dónde el mandatario ruso se la jugará por el dictador venezolano, ni qué cartas moverá Maduro de agudizarse su aislamiento internacional. Cualquiera que sea, Colombia sentirá el efecto y hay quienes piensan que podríamos incluso pagar los platos rotos de esta crisis. Por lo pronto Estados Unidos sigue importando petróleo de Venezuela mientras condena su régimen en todos los tonos. ¿Interés cuánto valés?
P.S.: El 16 de noviembre falleció María Teresa Rubino, mi primera esposa, madre de mis hijos Alejandro y Julián. Una mujer excepcional, siciliana de origen y colombiana de corazón, que siempre actuó como pensó y siempre vivirá en nuestros recuerdos.
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