Los Danieles. El problema no es de golpe

Enrique Santos Calderón

Enrique Santos Calderón

Vueltas que da la vida.

Gustavo Petro acusando a Álvaro Uribe de traicionar a los paramilitares, que él fue el primero en denunciar. Y Uribe cuestionando a Petro por acercarse a los paramilitares, que él fue acusado de patrocinar durante su gobierno.

Parece el mundo al revés. Pero es apenas otro reflejo de los sobresaltos y contradicciones del conflicto armado interno más largo y degradado del hemisferio. Y de los bandazos y amargas polémicas que han acompañado a todos los procesos de paz que hace décadas emprendió este país para ponerle un fin definitivo al desangre. Meta aun lejana, pese a innegables avances. Cada seis días se registra una matanza en Colombia y cada tercero es asesinado un líder social.

En este contexto era previsible el tierrero que desató el intercambio de sombreros vueltiaos (corroscas decíamos por estas tierras) entre el presidente Petro y el exjefe paramilitar Salvatore Mancuso. Pero me ha sorprendido que las más indignadas criticas provengan de sectores conservadores (Paloma Valencia, por ejemplo) que en un momento consideraban que personajes como Mancuso expresaban la explicable reacción de ganaderos, agricultores y comerciantes desesperados por una guerrilla que los secuestraba y extorsionaba a lo largo y ancho del país.

El cordial encuentro entre dos enemigos jurados como lo fueron Petro y Mancuso es sin duda desconcertante y para algunos hasta sospechoso, aunque no comparto las connotaciones puramente negativas que le han dado quienes parecen más llevados por un antigobernismo a ultranza que por consideración por las víctimas del conflicto, que podrían resultar beneficiadas por las revelaciones y reparaciones de quien fuera uno de los grandes despojadores de tierras campesinas en la costa atlántica.

Siempre y cuando se cumplan, Mancuso no se guarde nada y no se trate de un soterrado revanchismo político contra Álvaro Uribe. Si estos actos conducen a que se repare de verdad a las centenares de familias campesinas que hace más de veinte años fueron expulsadas de sus tierras por Mancuso y sus cómplices no debe macartizarse el hecho, en un país donde sobran las expresiones de odio y faltan los gestos de reconciliación.

El problema es que estos gestos poco valen si no están acompañados de una estrategia coherente y sólida, que brilla por su ausencia. La proyectada negociación con los paras carece por ahora de agenda definida, marco jurídico, líneas rojas y objetivos precisos. Salvo, claro, el de una “paz total”, que sigue tan difusa como empantanada. Y que recuerda al Dante cuando decía que de buenas intenciones suele estar pavimentado el camino del infierno.

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“Se ha iniciado un golpe de Estado” denunció el presidente tras la decisión del Consejo Nacional Electoral de abrirle investigación por violación del tope de gastos en su campaña. Medida discutible que calienta aún más el clima político y le sirvió para llamar nuevamente a la movilización callejera en su defensa. Su reacción era previsible pero no por eso deja de ser preocupante. Tantos llamados desde el alto gobierno a que la gente salga a la calle tienen efectos. Y cabe preguntarse qué quiso decir con lo de “si van a tumbarnos del Gobierno, vamos por el poder”.

¿Por un poder paralelo? ¿Sin el Congreso y con asambleas populares deliberantes? Difícil saber qué diseño político tiene en la cabeza Petro para rematar su mandato. Pero si es el de jugar a que lo van a tumbar, taca burro porque nadie lo va a tumbar, ni hay en marcha un golpe de Estado contra la democracia. Buscar acuerdos políticos realistas para sus proyectos sería un camino preferible. Antes de que se rompan todos los puentes, que ya están bien quebrados. 

Si Petro prefiere la vía de la radicalización y la lucha de clases, nos esperan tiempos turbulentos. Esperemos que sea consciente de que su legado como primer presidente de izquierda mal puede ser el de haber derechizado aún más a este país.

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¿Qué hacer con un tipo como Donald Trump, que ha dicho y repetido que si pierde la elección del 4 de noviembre es porque hubo fraude y le robaron el triunfo?¿Y qué pensar de su ya delirante retórica de odio contra los inmigrantes latinos que “envenenan la sangre de nuestro país”?  En reciente mitin en Wisconsin se refirió a ellos como “fríos asesinos que entran en tu cocina y te cortan el cuello” y dijo que salir de esta gentuza “será una historia sangrienta”. 

Un lenguaje escalofriante. Pero lo más aterrador es que estas afirmaciones y su llamado hitleriano a la “deportación masiva” son respaldados por una amplia mayoría del Partido Republicano y más de la mitad de los encuestados en un reciente sondeo  nacional de Scripps News/Ipsos. Trump sabe bien que en la apretadísima elección presidencial es central el tema de la inmigración, y que la presencia de casi doce millones de ilegales preocupa a la mayoría de ciudadanos. De ahí la manera agresiva y casi brutal como lo aborda, con evidente apoyo popular.

Apoyo que expresa una continuada degradación del sistema político americano, según The New York Times y otros medios liberales, conscientes de que un regreso de Trump a la Casa Blanca sería un golpe devastador a la imagen y credibilidad de una nación que ha sido baluarte y símbolo de la democracia. Y le abriría las puertas al nacionalismo populista, ramplón y belicoso que hoy recorre al mundo. Sobran las razones para hacerle fuerza a Kamala. 

P.S.: La presidenta de México Claudia Sheinbaum confirmó que no volverá a una guerra contra el narcotráfico. Propone atacar la criminalidad desde las raíces con inversión social. En la línea de la política de “abrazos y no balazos” de su antecesor López Obrador, que resultó tan bien intencionada como poco eficaz.

Imagino que el presidente Petro estará muy pendiente de cómo le va a su amiga y antigua comilitante en el manejo de un problema que afecta a Colombia tanto o más que a México.

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