Los Danieles. Barbosa recargado

Ana Bejarano Ricaurte

Ana Bejarano Ricaurte

Debemos agradecer al gobierno de Gustavo Petro la revalorización de Francisco Barbosa en el debate público. El fiscal general de la nación había quedado reducido a un fantasma político que el Gobierno revivió por cuenta de darle voz y juego en el tema de la paz total. Y por esa vía revitalizaron a un actor político que ya parecía destinado a ser ignorado por una opinión pública que no le cree. 

En todo caso, sí resulta difícil ignorar el nivel de cinismo con el cual pontifica sobre todos los asuntos desde la silla que ha deshonrado y mancillado. Lo hizo el pasado viernes desde un foro sobre derecho laboral en la Universidad de la Costa en Barranquilla. Barbosa advirtió sobre los riesgos de la desinstitucionalización y otros fenómenos que él mismo ha sabido alimentar. 

Habló, como si de verdad supiera algo del asunto, sobre la protección de las instituciones; sobre la vigorosidad e independencia de nuestro sistema judicial. Y realmente resulta jocoso que venga a dar lecciones en esas materias cuando su gestión a cargo del ente acusador ha sido precisamente una gesta por desconocer y acabar con la sanidad institucional de un sistema de justicia que ya andaba a medias, antes de que se hubiese hecho elegir fiscal por su amigo de pupitre. 

Además, aprovechó para defender a su compañera en esta tarea, la procuradora Margarita Cabello Blanco, al criticar los llamados de acabar con esa institución. No contestó uno solo de los argumentos serios que se han planteado sobre la redundancia de la Procuraduría en la arquitectura institucional del Estado, o sobre sus costos exorbitantes frente a los pocos resultados, o sobre el llamado de atención de la Corte Interamericana de Derechos Humanos al Estado colombiano frente a los excesos peligrosos de esa institución. Nada. Un espaldarazo vacío a quien ha sabido acompañarlo en la labor de desdibujar los organismos de control. 

Igual al que les dispensó a la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado, al pedir dizque respeto para ellos porque se está proponiendo la creación de una Corte Agraria y Rural que le ponga por fin atención a doscientos años de indiferencia judicial con los problemas del campo.

Criticó también los llamados para que actúen comisiones investigadoras de la ONU en Colombia con el pobrísimo argumento de la independencia judicial. El libreto de todos los funcionarios que temen a la verdad. Barbosita se rehúsa a que alguien más ausculte su trabajo porque sabe que, en especial en materia de derechos humanos, se ha rajado con ganas. Se niega a recibir el informe El Estado de la impunidad de la organización Temblores, por las mismas razones que rechaza la intervención de la ONU: porque durante su mandato se protegió la violencia policial y la impunidad que le sigue.   

Como además le falta imaginación, cerró su diatriba con el fantasma de la Constituyente, asunto que no se ha mencionado por las fuerzas del Pacto Histórico. Bien serviría al país la coalición del Gobierno al desautorizar expresamente esos rumores, para acabar con los cantos que buscan avivar miedos y polarizar. 

Y, por supuesto, no podía faltar la empalagosa elocuencia de Narciso: “opereta, sainete, zarzuela”. Porque no podría dejarnos olvidar que detrás de este prohombre democrático está además el abogado más educado de su generación, el más prolífico escritor y experto.  

Claro que nadie le cree lo que dice porque sus acciones como fiscal han contrariado todo lo que es sano y vital para un aparato serio de persecución penal en Colombia. No desplegó ni una sola política criminal útil o interesante y utilizó su enorme poder para favorecer a sus amigos. Eso, sin mencionar la decena de casos de abuso que ya han sido destapados periodísticamente sobre el uso inadecuado de las gabelas de su puesto: las vacaciones a San Andrés en plena pandemia con toda su familia, los escoltas de los perritos, las empleadas del servicio asignadas a su casa, entre otras pilatunas que realizadas por otro funcionario serían delitos, las cuales explicó con un tipo de: “sí, ¿y qué?”. 

Claro que Francisco Barbosa es una de las personas menos autorizadas para hablar del correcto cuidado de la cosa pública en Colombia. Pero muy al estilo duquista sale a aleccionar sin sonrojarse. Y no es nuevo nada de esto, pero sí debería prender las alarmas sobre quién ocupará ese cargo en el futuro. Ojalá el gobierno Petro desista de poner ahí a abogados cuestionables y entienda que parte del desastre institucional que dejó el gobierno anterior pasa directamente por la Avenida Esperanza en Bogotá. 

No más amiguismos en la Fiscalía, ni señores vanidosos, ni actores políticos en defensa de causas. El cinismo recargado de Barbosa debe ser una lección para el futuro; ojalá Petro esté en capacidad de recibirla.     


*Desde el año 2021 tengo el honor de pertenecer, de manera pro bono, a la junta directiva de la organización Temblores. 
 

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