La vanidad del poder también toca a la Corte Constitucional

“El presidente de la Corte [Jorge Enrique Ibáñez] no es tonto, solo simula serlo”: Cecilia Orozco Tascón Foto: Óscar Pérez

Cecilia Orozco Tascón

El encuentro propiciado por el cardenal Luis José Rueda de las cabezas de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, y de los jefes de los organismos de control, terminó, el lunes pasado, con la firma de un documento de compromiso de buen comportamiento.

Sin embargo, hay razones para dudar de que surja, de esa cita, una intención duradera o un acto de contrición sincero de quienes se sentaron a manteles porque, aun cuando haya grandes diferencias de coyuntura –que las hay–, lo cierto es que aquí empezó un juego de mayor calado: el control del Estado a partir de 2026 y la tendencia ideológica que lo orientará. Con independencia de los errores garrafales del gobierno Petro en la gerencia de la nación, su falta de eficiencia en la ejecución, la corrupción de algunos de sus miembros y la misteriosa personalidad del mandatario, este cuatrienio, por primera vez en manos de un grupo social y político radicalmente contrario a las fuerzas tradicionales que han dominado la cosa pública, ha llevado la batalla por la Presidencia de la República a otro nivel: una guerra campal que puede terminar en violencia generalizada y sin norte entre quienes pretenden recuperar la prevalencia de sus intereses y quienes tratan de no dejarse sacar del sitial que conquistaron en las elecciones de 2022. Y si a ese cóctel explosivo se le añade el tamaño del ego de los invitados de monseñor Rueda, se armará una bomba de destrucción masiva que podría ser desactivada por la rama del poder que se supone neutral, por cuanto es la destinada a dirimir los conflictos cuando se hace imposible la convivencia pacífica: la de los jueces. Pero si en lugar de arbitrar, los máximos voceros de la justicia entran en la dinámica de las agresiones, estaríamos abocados al peor de los escenarios, una sin salida. Pues bien, los presidentes de las cortes y muchos de sus magistrados han abandonado sus deberes porque les fascina el partidismo politiquero, más que su rol judicial: mientras este es silencioso e incomprendido, en el otro ambiente brillan las luces, se abren los micrófonos y se ponen a disposición los espacios mediáticos. 

Así las cosas, el primer llamado a responder con altura moderadora a este periodo conflictivo, fue el primero en abandonarlo: en sus fallos y salvamentos de voto casi canta a cuál partido pertenece; en la asamblea de Asobancaria, fue notorio su sesgo; y el jueves pasado, Jorge Enrique Ibáñez, a quien le correspondió este 2025 presidir la Corte Constitucional –como le toca a cada magistrado anualmente, según sea su turno– repitió conducta. Se “lució” en la posesión de la recién elegida magistrada Lina María Escobar, “por primera vez ante sus pares” y no ante el presidente de la República quien, para más veras, se encontraba en esa corporación como huésped de Ibáñez puesto que este lo convidó, al parecer para humillarlo en su presencia. El dignatario de la corte –que acostumbra a envolver en algodones de presunta juridicidad sus insultos a Petro, sin tener en cuenta que cuando le falta al respeto a la persona pisotea simultáneamente la majestad del cargo de jefe del Estado que ella ostenta– echó un discurso de lo más superficial que se ha escuchado en ese alto tribunal. Durante media hora repitió de mil formas la afirmación de que la independencia de los jueces reside en el lugar en que toman juramento. Lo que equivale a presuponer que si un magistrado se posesiona en la Casa de Nariño, renuncia a su honestidad; o que, si se posesiona en el Palacio de Justicia, automáticamente será imparcial. Ni el propio Ibáñez se cree ese cuentazo ni sus colegas lo aceptarían. Semejante exabrupto implicaría, también, admitir que todos los togados que, en gobiernos pasados y también en el presente, juraron cumplir sus deberes en la Presidencia, fueron y son corruptos por su instantáneo sometimiento político. 

El presidente de la Corte no es tonto, solo simula serlo. Hay que oír su disertación y ver la incómoda tensión que se sintió en la Sala Plena, junto con la expresión pétrea del mandatario (ver a partir del minuto 29). Se pregunta uno con qué objeto Ibáñez invitó a Petro si tanto lo desprecia. ¿Para lucirse? Por eso no creo en las firmas del palacio arzobispal. Ibáñez, el exhibicionista que suele llamar a ciertos medios y periodistas para darse autobombo, empezó su espectáculo saludando a cada uno de los altos funcionarios presentes e, incluso, a un ausente: Efraín Cepeda, presidente del Congreso; pero no por despiste sino porque la mención de Cepeda delante de Petro era otra forma de ofender a su “invitado”. Concluyó su discurso no confrontando directamente al presidente –como lo haría alguien con verdadero valor– sino dirigiéndose a la nueva magistrada con frases sinuosas: “…aunque se encuentren algunas circunstancias que pueden sonar y retumbar, como la intimidación o el ejercicio de alguna presión, manténgase firme… que su temple y rectitud sean un homenaje a la memoria de los magistrados que han pasado por las altas cortes incluyendo a los inmolados en este palacio”. Por poco, Ibáñez se compara con el más digno presidente de la Corte Suprema: el magistrado Alfonso Reyes Echandía, alérgico a los medios y la publicidad. Para volver al comienzo, no hay pactos sinceros entre gente prepotente, vacua e hipócrita.

Entre paréntesis: hablando de independencia judicial, ¿quién presionó a la nueva magistrada Lina María Escobar a posesionarse rápidamente? ¿Quién la coaccionó para que tomara juramento en la Corte y no en la Presidencia? ¿Quién necesitaba su voto para las decisiones urgentes de esta semana?

Sobre Revista Corrientes 4064 artículos
Directores Orlando Cadavid Correa (Q.E.P.D.) y William Giraldo Ceballos. Exprese sus opiniones o comentarios a través del correo: williamgiraldo@revistacorrientes.com