La rehabilitación de Benedetti sacude el petrismo y destraba a la derecha

Reunión de trabajo entre el presidente Gustavo Petro, Laura Sarabia y Armando Benedetti. JUAN DIEGO CANO (PRESIDENCIA COLOMBIA)

El arribo a la Casa de Nariño del exembajador en la FAO, luego de líos sus personales y sus megaescándalos, aumentó el desencanto de un sector de la opinión pública con el Gobierno, pero también dejó en evidencia un malestar al interior de su partido

HUBERT ARIZA

La política colombiana es un drama, muchas veces una novela negra, con páginas llenas de horror, violencia, cinismo y corrupción alrededor de la lucha por el poder, y, también, en ocasiones, una caricatura de la que nadie se ríe, porque solo produce vergüenza.

Lo que ha sucedido en los últimos días con el arribo a la Casa de Nariño del exembajador en la FAO, Armando Benedetti, es un nuevo capítulo de una tormenta palaciega de desencuentros e intentos de rehabilitación de un alto funcionario que ha sido protagonista en los últimos años de las páginas judiciales, ingrediente del leitmotiv de la desconfianza ciudadana al Gobierno del cambio y eje de la narrativa de la derecha sobre la supuesta decadencia del Gobierno Petro y una alianza personal sellada con lealtad total.

Benedetti es un político del Caribe colombiano, excongresista, que ha militado en varios partidos y fue esencial en la elección del presidente Petro, junto con una pléyade de dirigentes de origen liberal, contrarios a la dirigencia de César Gaviria, entre quienes se destacan Alfonso Prada, Roy Barreras, Luis Fernando Velasco, Guillermo García Realpe y Juan Fernando Cristo, entre otros. Pero a diferencia de sus coequiperos no militantes de la izquierda, que se han destacado por su trabajo regional, gestión como congresistas o en el Ejecutivo, a Benedetti lo persigue el escándalo y un halo de irresponsabilidad con su vida privada, que ha trascendido a los medios, aceitando la maquinaria de demolición mediática y política del Gobierno nacional, y lo ha puesto en la mira de una sociedad cada vez menos dispuesta a tolerar excesos y la violencia intrafamiliar. Y menos en una Administración que llegó con las banderas del cambio, la ética y la lucha contra la corrupción.

La foto de la reunión en Palacio del presidente Petro, la directora del Dapre, Laura Sarabia, y Benedetti, sacudió el tablero petrista, aumentó el desencanto de un sector de la opinión pública con el Gobierno, y le dio munición a la oposición de derecha en la antesala de la campaña presidencial del 2026.

Armando Benedetti
Armando Benedetti en Caracas, Venezuela, en agosto 2022.GABY ORAA (BLOOMBERG)

Las noticias sobre la rebelión de un sector del Ejecutivo en las puertas de un consejo de ministros, exigiendo respuestas por ese aterrizaje forzoso de Benedetti en un nuevo rol como asesor político presidencial, solo han servido para demostrar que la pugna interna en el sanedrín petrista es cada día más fuerte, y que los rumores sobre la inminente salida de Laura Sarabia ganan peso.

Es entendible que después de tanto lío generado por el caso de las chuzadas de la niñera de Laura Sarabia, las filtraciones de esas conversaciones privadas, el proceso judicial a varios miembros de la policía nacional por ese accionar ilegal, la muerte en extrañas circunstancias de un oficial de esa institución involucrado en ese asunto, y las portadas de la revista Semanasobre ese caso, así como los permanentes líos de Benedetti, la opinión pública mantenga un hartazgo con todo lo que rodee a este par de personajes, que, ante los ojos de la militancia radical del Pacto Histórico y la mayoría del gabinete ministerial, se han convertido en un pasivo para el presidente Petro y su proyecto político.

Las declaraciones de Gustavo Bolívar, director de Prosperidad Social, y del ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, al respecto, demuestran el malestar interno con la llegada del exembajador Benedetti, pero sobre todo la tensión entre quienes buscan ganar espacios electorales para suceder a Petro, con la bendición presidencial. Nadie quiere cargar con Benedetti, así sean leales servidores del proyecto político del petrismo.

Las lecciones de este episodio, que nadie sabe cómo terminará, son variadas. Para empezar, ratifica que el pacto de lealtad entre Petro y Benedetti es irrompible. Y que el presidente es, contrario a lo que muchos creen, amigo de sus amigos y cree en las segundas oportunidades. Al fin y al cabo, contra Benedetti no existe ninguna sentencia judicial o disciplinaria que lo inhabilite a ejercer cargos públicos. Y no parece haber nada que permita intuir que el presidente le entregue a la oposición o a los sectores más radicales del Pacto Histórico la cabeza de su ahora asesor político, ni de la poderosa Laura Sarabia.

Armando Benedetti y Gustavo Petro durante la campaña presidencial de 2022.
Armando Benedetti y Gustavo Petro durante la campaña presidencial de 2022. JUAN CARLOS ZAPATA (EL PAÍS)

Segundo, demuestra que la pugna interna del poder palaciego será cada día más intensa, que la cohabitación será de telenovela, y que Benedetti tendrá que hacer mucho más que abstinencia de poder mediático para mantenerse a flote y ganar oxígeno que nadie le cederá.

Tercero, que la coalición de tendencias y matices de izquierda que se construye alrededor de un solo partido, para intentar mantenerse en el poder, deberá tragarse muchos sapos para lograr la unidad y aterrizar en el 2026 con un solo candidato.

Cuarto, que muchos de quienes militan en ese partido de unidad en formación no quieren disciplina para perros, como en las viejas estructuras partidistas, sino autonomía para plantear cuestionamientos a las decisiones del presidente y jefe natural de la naciente organización. De hecho, muchos de los activistas del petrismo se conciben no como militantes de un partido, sino de un proyecto político por el poder para transformar a profundidad la sociedad, que va mucho más allá de Petro, lo que implica la autonomía para exigir replanteamientos cuando sea necesario corregir el camino.

Demuestra, además, que un sector de la militancia petrista no traga entero y exige de su líder rodearse bien, con militantes y activistas, que a la vez deben ser gente dispuesta a renovar con su accionar e historia de vida la fe de la opinión pública en las narrativas de izquierda, de eficiencia, transparencia y pulcritud, precisamente en momentos en que la extrema derecha gana espacios y tendrá en Trump a un presidente que liderará una cruzada anticomunista, contra la inmigración, el libre mercado, el feminismo, las luchas sociales que forman parte de la agenda socialista mundial. Colombia no estará libre del impacto de Trump en la política global.

Por supuesto, mientras todo esto ocurre en la izquierda, la derecha celebra. Siente que tiene munición para destrabar su agenda y ganar espacios. Pero el tema ético no es el fuerte de la derecha en Colombia, que en 200 años en el poder ha cruzado todos los megaescándalos en la mayor impunidad. Las encuestas muestran que el debate electoral de 2026 estará marcado por varios temas: lucha contra la corrupción, el proceso de paz total, la crisis de la salud y el estado de la economía, todo enmarcado en el nuevo orden internacional naciente y el péndulo moviéndose hacia la derecha con fuerza.

La desteñida marcha convocada por la derecha, el pasado 23 de noviembre, reveló que el bus de la victoria sigue frenado para esa tendencia en Colombia. La polarización produce hastío, la ausencia de liderazgo de ese sector pasa factura. El centro sigue buscando el camino. En Colombia la incertidumbre es el sello de la realidad política.

Todo cuanto hoy ocurre con Benedetti y Laura Sarabia, finalmente, es condimento en la preparación del sancocho electoral de 2026, en el que el presidente Petro es el gran chef y es impredecible su receta final para intentar reelegir su proyecto político.

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