La Gorda del  nonagenario Botero

Por Óscar Domínguez G.

Sin confirmar sí lo digo: cuando nació en Medellín el 19 de abril hace 90 años,  Fernando Botero era un gordito simpático. De esa tierna gordura, piensa un lego en pintura, nació su devoción por las obesas, esas  que provocan darle la vuelta a la manzana.

De esa obesidad nació también la Plaza Botero, en pleno centro de Medellín, tuquia de esculturas ( 23, ni una menos) que el artista le regaló a la ciudad. Otras cuatro esculturas están en el Parque San Antonio y una más en el corregimiento de San Cristóbal.

Cerca de dicha Plaza fue entronizada hace 35 años otra escultura, hermana rica de las anteriores. Le decimos confianzudamente la Gorda, como quien invita a una amiga a tomar algo al Ástor o al Versalles, para mencionar solo dos íconos gastronómicos del centro medellinense. Oficialmente, se llama Torso de Mujer y pesa 1.250 kilos y mide 1,76 metros de ancho.

La Gorda, una de sus más famosas hipérboles, hizo del viejo parque de Berrío su hábitat.  El país paisa le ha dado estatus de quinto punto cardinal o sitio de referencia para concertar citas de amor o de negocios.

La Gorda de Botero. Foto ODG

Se ha gozado tantas citas que ya sabe diferenciar quién espera a quién y para qué. Sabe cuándo una enamorada espera al novio de su peor amiga, o cuándo un marido espera a la mujer de su mejor prójimo.

Este mundo de carne de bronce hace rato ingresó a la leyenda. Vi a un padre de familia pellizcarle la barriga, alegando que dicha práctica trae buena suerte.

El día que me le presenté a la Gorda (“fulano de tal, un amigo más”), una niña me confundió con su  coach transaccional, ontológico y odontológico, y me preguntó si le podía pedir un deseo a la escultura.

Debuté como ventrílocuo de la escultura y le sugerí a mi pequeña interlocutora que pidiera pa los dos.

Esta Gorda que parece de verdad, es todera. Cómo será que hasta sirve de paraguas. Los hay que se sientan entre sus pies, en un espacio que dejó para ello papá Fernando. 

En la piel broncínea de la Gorda, muchos han estampado su firma o  dibujado corazones partidos o dejado desolados mensaje de amor. Un día de estos pintaré este verso en letra pegada: “Estando los dos, estamos todos”.

También hace las veces de papel periódico de los enamorados. Provoca cantar: “Grabé en la penca del maguey tu nombre…”

Como sitio obligado de reunión, se convirtió en la más grande competencia del atrio de la iglesia de La Candelaria.  ¡A Dios le resultó competencia! Arriesgándome a la excomunión diría que es más famosa la obra de Botero que el que hace estrellas.

Al lado de ella, don Pedro Justo de Berrío, el prócer que le da nombre al parque, es un ilustre desconocido, un N.N. más. 

En su vanidad sin arrugas, la Gorda permite que el metro le pase cerca convencida de que su popularidad no le ocultará el sol. Los cierto es que nbio se pisan las mangueras. Se respetan su protagonismo. Cada loro en su estaca es la divisa. (Foto odg)

Los colores externos del viejo Palacio de Calibío, vieja sede de la gobernación de Antioquia, se mantienen porque salen con la coquetería y el eterno femenino de la obesa.

Hasta los lustrabotas del sector hicieron de la Gorda su mascota y hada madrina. 

Cuando la marea está baja, le dicen: “Entonces qué, parcera, me vas a mandar una pintica bien bacana o me pensás envolatar el corrientazo con este Jaramillo (sol) que está haciendo?”. La Gorda nunca se hace la de la oreja mocha.

Larga vida para la escultura y para su creador en su nonagésimo cumpleaños.

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