Hipocresía y libertad de prensa

Cecilia Orozco Tascón

Expresar opiniones y tomar posiciones que confirmen la cultura de corrección social vigente es muy sencillo, no importa si las opiniones expresadas resultan falsas o si las posiciones prometidas jamás llegan a convertirse en realidades. Por ejemplo, cualquiera afirma que lucha por la paz y que urge terminar la guerra. Hasta Uribe y Cabal. Pero intente usted iniciar una negociación con alzados en armas y levantará la ira de medio país. Sucede con la presunta adhesión a los principios de respeto por los derechos humanos, condena a las discriminaciones y apoyo a la unidad de los pueblos: se proclaman, pero se violan constantemente. Ocurre también con la libertad de prensa. No hay líder que afirme que se propone recortarla. Pero en cuanto se siente tocado por las investigaciones de los reporteros, se las ingenia para limitar su radio de acción o para intentar eliminarla mientras simula que la protege.

Los propios periodistas manipulan y sesgan su esencia con un cinismo asombroso. Retirando el pesado velo de hipocresía con que la cubrimos, tal vez sea posible entender que la verdadera libertad de prensa empieza por casa y que la mayor responsabilidad de los tropiezos que padece no proviene de la volubilidad de sus críticos externos —aunque sus quejas incidan— sino, y mucho más, de la lealtad con que la usemos quienes la trajinamos, todos los días, por ser parte esencial de nuestro oficio. La libertad de prensa es concreta, no etérea; la palpamos cada día en nuestro trabajo, es indivisible y su mayor o menor intensidad de uso no debe tener como medida nuestro gusto u odio con el gobernante de turno, sea Uribe, Santos, Duque o Petro. La libertad de prensa no puede aparecer y desaparecer, como sacada del sombrero de un mago, para obedecer las órdenes de los propietarios de las empresas periodísticas o de quienes dominan los poderes políticos, económicos y sociales, ante los cuales el derecho a la información de los colombianos se doblega con más frecuencia de lo que se admite. Por estos días, se discute en Colombia si los periodistas corren peligro por las críticas del presidente a determinadas noticias y a sus autores. De Petro no sorprende que confronte a la prensa que, a su vez, lo espolea. El presidente ha dicho que “nadie les va a impedir a los medios expresarse con libertad pero (tampoco) nadie nos quitará nuestra libertad y el mismo derecho”. Esperamos que cumpla.

Ahora bien, y afirmándolo con franqueza y sin ánimo ofensivo, el grupo de periodistas que grita que la libertad de prensa está en riesgo por las quejas de Petro puede tener razón y puede exagerar al mismo tiempo. No obstante, no se entiende cómo ese mismo grupo mantuvo silencio complaciente con las persecuciones a otro grupo de periodistas en gobiernos pasados. Para no ir más lejos, el de Iván Duque, que privilegió a sus amigos reporteros; que perfiló a quienes consideraba enemigos; que “privatizó” la publicidad oficial ordenando, verbalmente, no darles un peso de los dineros de impuestos a los medios que lo criticaban. Los quejosos de hoy no vieron nunca —porque Duque y ellos estaban del mismo lado— los ataques uribistas a varios medios alternativos y a Noticias Uno (me disculpo por poner la discusión en primera persona). Por eso, no levantaron su voz para defender la libertad de prensa que, en cambio, reclaman para sí mismos. Y nunca se preocuparon porque las acusaciones injustas de los extremistas de esos años en nuestra contra nos podían poner en un riesgo muy alto. Les solicito ver un resumen de lo que les sucedía en las calles a nuestros periodistas.

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Una reflexión final: el ejercicio de la libertad de prensa es muy cómodo cuando su uso corresponde a los deseos de los dueños del medio en que se trabaja, que suelen ser parecidos a los de aquellos que detentan poder económico y político. La libertad de prensa es difícil y pesada cuando uno nada solo y contra la corriente.

Entre paréntesis. Tengo la fortuna de trabajar con dos medios que honran las libertades de prensa, de expresión, de información y de opinión: El Espectador y Noticias Uno. Gracias a la vida.

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